Por Ernesto Edwards Filósofo y periodista @FILOROCKER
Se fue como se van los que compraron un único pasaje de ida hacia la muerte, a los 27 años, la edad fatídica que parece ser el límite temporal para aquellos que, sin red, arriesgan temerariamente la vida, sin pensar en el futuro, quizás porque saben que no tienen ninguno. En tan poco tiempo y con apenas dos discos de estudio, escribió sobre su propia angustia existencial con una honestidad brutal que abrumaba, y contada con una voz y expresividad que estremecían, con su cuerpito mínimo y frágil, sus tatuajes casi infantiles, su llamativo y extravagante peinado beehive y la innegable belleza de su arte. Nunca es fácil contar la vida en apenas un puñado de canciones. Amy Winehouse lo hizo.
Esta cantante y compositora inglesa nació y murió en Londres (1983 – 2011), y su última morada en el Camden londinense fue, desde su muerte, motivo de peregrinación para todos aquellos seguidores que se identificaban con sus letras, esas que hablaban, en claves de jazz, rhythm & blues, soul y rock la tragedia de una chica común que cantaba con su registro de contralto, su cautivante fraseo y esa extraordinaria facilidad para alcanzar todas las notas, imprimiéndole las emociones de quien anuncia, y muestra, que se está muriendo. Pero, digamos todo: Amy Winehouse murió no sólo por sus conocidos excesos con las drogas y el alcohol. Amy murió de amor. O, mejor dicho, de desamor. De abandono y desamor.
Sus dos únicos discos de estudio fueron “Frank” (2003) y “Back To Black” (2006), impecables registros que permiten apreciar y valorar en toda su dimensión vocal el legado de Winehouse. El primero fue un suceso comercial en su país, y el segundo la hizo ganadora de cinco premios Grammy, y tras su muerte se convirtió en la placa más vendida en todo el siglo 21 en Reino Unido. Sin embargo, el gran público llegó a reconocerla a través de numerosísimos videos de sus presentaciones en vivo en los festivales más populares del mundo y también por sus apariciones en la televisión británica que, afortunadamente, acaba de compilar y editar, hace un par de meses, el álbum “At The BBC”, que contiene 38 canciones, para poco más de dos horas que recorren sus más grandes éxitos y algunas canciones menos conocidas.
Digamos además que muchos la conocieron sintiéndose atraídos por el lenguaje crudo y descarnado de algunas de sus letras, y otros también por ese último período que la mostró en sus públicos trastabilleos de su decadente epílogo. Un dato es que “AMY”, el prolijo y minucioso documental de 2015 que, narrado en primera persona, condensó sus comienzos, su desarrollo y su final, ganó el Oscar al mejor de su categoría.
Amy Winehouse, de familia judía, nació de un padre taxista y una madre farmacéutica, que se separarían cuando Amy era una niña. De infancia intensa, inquieta y curiosa, no duraría demasiado en ningún colegio, siendo acusada de prestar poca atención en clase y de ser pronunciadamente indisciplinada. Ya a los 13 y con guitarra en mano se dedicaría a componer sus primeros temas. Y a grabarlos de manera independiente. Esas cintas llegarían a productores y directivos de distintas discográficas que se interesaron en contratarla, pero tardarían bastante en encontrarla, hasta que en 2002 firmó contrato con la EMI, comenzando a grabar “Frank”, denominado así por su pública admiración por Frank Sinatra, aunque la leyenda había instalado que se titulaba de ese modo por la enorme franqueza de su contenido. En 2006 se editaría “Back To Black”, y con él sobrevendría la consagración definitiva, para un álbum del que no nos cansaremos nunca de reproducirlo. Aunque verla signifique un paso más allá, habida cuenta del magnetismo que irradiaba y el trance casi hipnótico que provocaba escucharla. Su última grabación oficial fue “Body And Soul”, una colaboración haciendo dúo con Tony Bennett, que sería premiada con un Grammy póstumo.
Sus excesos eran un secreto a voces. Al momento de su muerte se le encontraron tres botellas vacías de vodka, quizás buscando olvidar lo que no podía: Blake Fielder, un novio consumidor de las drogas más duras, que a los 22 años de Amy la marcaría para siempre, y quien con cuya ruptura la haría descender a los infiernos, terminando hospitalizada por diversas sobredosis de heroína, crack, cocaína, ketamina y alcohol. Desde allí su vida se convirtió en la “Crónica…” que tan bien escribiera García Márquez. Y se sucederían los bochornosos escándalos de sus presentaciones que la mostraban ebria y disfónica. Y no sólo las adicciones la habían arrinconado: la depresión autodestructiva y la bulimia la estaban asfixiando. Y un infundado sentimiento de fealdad propia, porque la Winehouse, a su manera, era infinitamente hermosa. Un mes antes de su muerte se presentó en Belgrado, para una presentación que empezó penosamente, casi sin saber en dónde estaba, y que no pudo terminar. Ese fue su final artístico. Sin embargo su legado la trascendió. Porque todavía conmueve escucharla.
“Sabés que no estoy bien” fue toda una confesión. Pero serían dos textos los que darían cuenta de su intensidad y de su cruda poética desnudando su alma. Como en “Rehab”, contando hasta en sus mínimos detalles su propio proceso: “Intentaron hacerme ir a rehabilitación. Pero dije que no, no, no. Sí, me he desmayado, pero cuando estoy de vuelta, ni lo sabrás, ni lo sabrás, ni lo sabrás. No tengo tiempo, Y si mi papi piensa que estoy bien, sólo trata de hacerme ir a rehabilitación. Pero no iré, iré, iré. Prefiero estar en casa con Ray. No tengo setenta días. Porque no hay nada… no hay nada que puedas enseñarme que no puedo aprender del Sr. Hathaway. No aprendí mucho en clase. Pero sé que no viene nada en un vaso de licor. Intentaron hacerme ir a rehabilitación. Pero dije que no, no, no… El hombre dijo «¿Por qué cree que está aquí?». Dije «no tengo ni idea». «Voy a perder a mi amor». «Así que siempre tengo una botella cerca». Él dijo: «Creo que estás deprimida». No quiero volver a beber nunca más. Yo sólo… sólo necesito un amigo. No voy a pasar diez semanas y hacer que todos piensen que estoy mejorando. Y no es solo mi orgullo. Es sólo hasta que estas lágrimas se hayan secado”. Amy estaba avisando, pero nadie le prestaba atención.
Aún hoy se la considera su mejor canción: “…Con su misma vieja apuesta segura de siempre, yo y mi cabeza en alto. Y mis lágrimas secas. Continúo sin mi hombre. Volviste a lo que conocías. Tan lejos de todo lo que pasamos. Y sigo una ruta problemática. Llevo las de perder. Volveré a la oscuridad. Sólo nos dijimos adiós con palabras. Morí cien veces. Tú vuelves con ella, y yo vuelvo a… Vuelvo a nosotros. Te amo mucho. No es suficiente. Tú amas exhalar y yo aspirar. Y la vida es como una tubería. Y yo soy un penique diminuto. Rodando las paredes por dentro”. Era “Back To Black”, y ya estaba caminando por la cornisa de un abismo. El 23 de julio de 2011 fue encontrada muerta.
Ya transcurrió una década sin Amy Winehouse. Sin embargo se la ve y se la escucha tan vigente y tan viva, haciendo gala de su pesimista Existencialismo… Éramos tantos los que la amábamos, pero nunca se enteró.