Por Ernesto Edwards /Filósofo y periodista @FILOROCKER
Rock y Literatura siempre han estado emparentados. Incluso con Hermann Hesse, aunque nunca se conocieron
Este 9 de agosto se cumplió un nuevo aniversario de la partida del prestigioso y talentoso artista Hermann Hesse (1877 – 1962), escritor y poeta suizo, también pintor, de origen alemán, que fuera premio Nobel de Literatura en 1946, y autor de emblemáticos libros en su idioma natal, y traducido a numerosísimas lenguas, en el siglo XX, como “Demian”, “Narciso y Goldmundo”, “Juego de Abalorios”, “El lobo estepario” y “Siddharta”.
La lectura de sus obras se considera imprescindible a la edad en la que los ideales y las utopías comienzan a manifestarse en la vida, justo cuando se confronta con el mundo y las reglas no escritas de los adultos, y con cuyos interrogantes se vinculó indisolublemente con la Filosofía y con el Existencialismo que ya se avizoraba en la Europa de la Primera Guerra Mundial. Un Existencialismo que cavilaba sobre el sentido de la vida, la identidad, el vacío, la angustia, la nada y el suicidio.
Hesse fue distinguido con el Premio Nobel y, al igual que el filósofo del rock Bob Dylan, nunca fue a retirarlo. Asimismo vendió casi 150 millones de ejemplares de todos sus libros, con novelas como Demian (1919), El lobo estepario (1927) y Narciso y Goldmundo (1930) en la que los protagonistas, sensibles y siempre a punto de desbarrancarse en el medio de tantos padecimientos espirituales y dudas existenciales, confrontaban contra el tradicionalismo conservador y rígido de un mundo que pretendía someterlos. Tal vez por ser un novelista admirado por los jóvenes fue en su momento despreciado por sus contemporáneos más rigurosos, clásicos y académicos.
Puede parecer arbitrario, y hasta forzado, establecer algún tipo de relación de un autor determinado con el rock, situado en un período en el que el fenómeno que se vincula no estaba plenamente instalado. No es el caso de Hesse, quien al momento de su muerte, en 1962, el rock ya era una manifestación contracultural que sostenía las voces y la rebeldía de los más jóvenes, de aquellos con inquietudes, protestas, reclamos y denuncias sociales por hacer. Hermann Hesse no tomó contacto personal con el rock, pero su influencia fue tal, que quedó reconociblemente plasmada en una época paradigmática como la década del ´60, en la que la Posmodernidad ya se hacía sentir como un marcado clima filosófico, de lo fugaz y efímero, pero nunca superficial. Y también como el anunciado final de los tabúes sexuales de parte de una generación contestataria que ya comenzaba a hacerse sentir no sólo con los universitarios parisinos sino también en el resto de una Europa sojuzgada por el bloque soviético.
Recordemos que Hesse ni bien iniciado el siglo 20 decidió mudarse a Italia, y de ahí viajar y recorrer la India, buscando la espiritualidad que le permitiera contactarse con un misticismo y una experiencia religiosa que sería la matriz de su contenido literario, algo advertible con mayor claridad en “Siddharta”. A lo largo de toda su obra, inspiraría con su moralidad a los jóvenes más desencantados de su época. Igual, sorprendería que su inmensa popularidad, esa que llevó a convertirlo casi en masivo, no sobrevendría sino después de su desaparición física, cuando ya finalizada la Segunda Guerra se presentía el horror de la inminente Vietnam. Década, también, que potenciaría diversas expresiones juveniles pacifistas, como el movimiento hippie, los excesos en el consumo de drogas, y la persecución de un sistema que se sentía amenazado por estos brotes de rebeldía. Hesse, desde la austeridad, el humanismo, los valores y contemplación que proponía en sus textos, fascinaría a sus nuevos seguidores sesentistas, especialmente a los jóvenes estadounidenses que ya se sumergían en cierto descontrol psicodélico. No era casual que en la Universidad de California se recomendaba: “Lean diez páginas de Hermann Hesse antes que tomarse una pastilla”.
Era lógico que fuera tan inspirador alguien que, como él, en 1933 comenzara a oponerse de modo manifiesto al régimen que iba a liderar Adolf Hitler, quien terminaría sometiendo a sus contemporáneos al horror de la Alemania Nazi. Hesse se expresaría explícitamente en favor de los autores de origen judío, lo que le provocó ser censurado durante una década, sin que ninguna revista publicara sus artículos ni ninguna librería vendiera sus libros.
Si bien el corpus literario de Hesse fue vastísimo, dos fueron sus libros más influyentes en el universo rockero: “El Lobo Estepario” y “Siddharta”. Precisamente este último dio nombre a varias bandas como la asturiana Siddharta y The Kashmir Band. La misma etiqueta para una banda norteamericana: Siddharta. Lo propio sucedió en Méjico. Pero la más notoria, de igual denominación que las citadas, es la Siddharta de Eslovenia, focalizada en el Hard Rock y Rock Gótico.
“El Lobo Estepario” se vertebra en torno a unos manuscritos de Harry Haller, su personaje principal, quien irá exponiendo los conflictos de una doble personalidad en relación con el mundo, mientras irá perdiendo la posibilidad de diferenciar entre realidad y fantasía, entre el consumo de sustancias y el acceso a un “Teatro Mágico” cuya entrada cuesta la razón y está destinado “Sólo para locos”. La banda de rock Steppenwolf (que traducido es, justamente, Lobo Estepario), hizo, intencionalmente, recordar a Hermann Hesse cuando tocaban, al comienzo del filme de culto “Busco mi destino”, y como definición filosófica, “Nacido Para Ser Salvaje”.
Desde el rock nacional Memphis la Blusera grabó “Estepario”, en clara referencia al lobo de las estepas: “Solitario, solitario. Viejo lobo estepario… Quien recorre los caminos necesita andar ligero”. Los valencianos de El Último Ke Zierre cantaban “Yo voy, lobo estepario, trotando por el mundo de nieve cubierto. Del abedul sale un cuervo volando, y no cruzan liebres ni corzas por este desierto”.
Recién editado, VSF narra: “Me pude haber evitado mucho dolor sólo aprendiendo a decir no. Fui marioneta controlada con hilos de falso amor. Quise complacerte tanto que hasta dejé de ser yo. Creí que su cuerpo ardiente derretiría el hielo, pero soy negativo y siempre he estado bajo cero… Sí, creer en las personas me da miedo, querer a las personas me da miedo. Abrir el alma es un peligro. Por eso temo no a quien quiere dañarme sino a quienes pueden hacerlo”.
En 1970 Carlos Santana edita “Abraxas”, en obvia alusión a la divinidad imaginada por Hesse en “Demian”, en el que introduce el concepto de maniqueísmo. El violero mejicano incluiría en dicho álbum hits como “Oye como va” y “Samba pa’ ti”.
En 2016 la poeta, cantante de rock y también reconocida fotógrafa Patti Smith fue delegada por Bob Dylan para representarlo en la entrega en Estocolmo, Suecia, del Premio Nobel de Literatura, al que no asistiría. En una jornada previa a la ceremonia, Smith sorprendió a los académicos presentes, vestida muy informalmente, entonando un fragmento de “Juego de Abalorios”, en el que Josef Knecht, el personaje principal de la obra se encuentra para tocar el piano con un viejo maestro, mientras le dice que tocar música juntos es la mejor manera de hacerse amigos.
Indiferente a la fama y al dinero, los últimos años de Hermann Hesse no dejaron ningún libro. Ya lo había escrito todo. Sí podía vérselo pintando o cuidando su huerta, en soledad. La puerta de su retiro suizo mostraba un cartel que decía: «Cuando uno es viejo y ha terminado su trabajo, tiene derecho de entablar amistad con la muerte, en quietud. No necesita de los hombres. Los conoce, los vio demasiado. Lo que necesita es la tranquilidad. No está bien buscar a este hombre, abordarlo con conversaciones. Es correcto pasar frente a la puerta de su casa, como si en ella nadie viviera.» Así y todo, su tiempo, el que le quedaba, lo utilizó en contestar cada una de las cartas que fue recibiendo desde diferentes partes del mundo, en una colección epistolar en la que se destacaba su recurrente recomendación: escucharnos a nosotros mismos, antes que dejarnos someter por una sociedad que nos deshumaniza. Por ello, muchos nos hemos quedado con ese famosísimo pasaje de nuestro autor, que al comienzo de su antológico “Demian”, en su soliloquio, decía: Quería tan sólo intentar vivir lo que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil? La respuesta puede que llegue con los años. O nunca.