Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista @FILOROCKER
Las letras de tango de algunos autores condensan, claramente, un innegable mensaje filosófico, y por ello se vinculan con la cosmovisión del rock
El Escepticismo ha sido la concepción filosófica más representativa que ha teñido al tango de una marcada visión pesimista acerca de la vida humana. El “Cambalache” de Discépolo reveló anticipatoriamente el universo posmoderno por el que atravesaríamos, con desesperanzados caracterizadores tan marcados como el individualismo, la traición, la corrupción, la pobreza intelectual, la deslealtad, la pérdida o la confusión de valores. “El siglo XX es un despliegue de maldad insolente… Todo es igual: lo mismo un burro que un gran profesor…” Y siendo capaces de “llorar la Biblia junto a un calefón”.
Ese Escepticismo tan propio de la esta Posmodernidad tiene su correlato indispensable en un relativismo moral, que derrumba toda certeza y todo criterio con la contrastación fáctica de todo es igual, de que todo da lo mismo, no hay sanción para lo incorrecto ni reconocimiento para el buen accionar, tal como nos vaticinaba Discépolo en el antológico y ya citado Cambalache: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador… ¡Todo es igual!” Te lo canta lo tangueros clásicos, y también Andrés Calamaro.
Fue también el Existencialismo de las primeras décadas del pasado siglo XX el que influyera con su impronta nihilista, siempre descriptiva de un futuro de soledad y autodestrucción, fuera por el desamor, el alcohol, o cualquier inevitable descenso a los infiernos, tal como lo describiera con dramática resignación Cadícamo en “Los Mareados”: “¡Qué grande ha sido nuestro amor, y sin embargo, ¡ay!, mirá lo que quedó…” Ahora, en la voz de Javier Calamaro.
Muchos piensan, aunque ello es discutible, que para acceder a los grandes amores debemos ser estoicos, aprendiendo a abstenernos y soportar, porque el destino se nos aparece como inevitable. Los hermanos Expósito, en “Chau….¡No va más!”, reconocen, apelando a la Metafísica, que “Esto es dialéctica pura. Te volverá a pasar tantas veces en la vida. …Vivir es cambiar. En cualquier foto vieja lo verás”.
En “Naranjo en flor”, los mismos autores prescribían: “…Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir”. Desde el rock te lo explica Litto Nebbia. Pero también podría haber sido Juan Carlos Baglietto y varios más.
Enrique Santos Discépolo, probablemente el más grande filósofo del tango, supo explicar que la sabiduría de la vida no se adquiere solamente en los contenidos académicos de una universidad. Se aprende en la calle, en la derrota, el dolor, el fracaso, el abandono. “Cafetín de Buenos Aires” es el mejor exponente de cómo en un texto breve puede encerrarse un mensaje tan elaborado y preciso respecto del pensamiento tanguero, siempre despojado y terminal: “En tu mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas, yo aprendí Filosofía, dados, timba, y la poesía cruel de no pensar más en mí…” Y “Cafetín…” también tiene su propio listado de rockers interpretándolo.
Las letras de algunos tangos emblemáticos, como “Cambalache”, “Los mareados”, “Naranjo en flor”, “Chau… No va más!”, “María”, “La última curda”, “Afiche”, “Desencuentro” “Nostalgias”, “Malevaje”, “Garúa”. “Uno”, “Último café”, “Anclado en París”, “Malena”, “Yira, yira”, “Mano a mano”, encarnan la expresión cultural más representativa de las emociones y pensamientos de las primeras generaciones del siglo XX, con sus temas siempre vinculados a la marginalidad, que generalmente experimentamos los que siempre hemos formado parte de los sectores sociales más populares. Estas letras sintetizan en gran medida diferentes concepciones filosóficas que ya circulaban en nuestro país, y que bien podrían haber formado parte de un intento de graficar con sus textos algunas de las disciplinas de la madre de todas las ciencias. En un período teñido de existencialismo y de un innegable anticipo de la Posmodernidad que sobrevendría, junto a sus reconocibles caracterizadores. Después vendría el rock, claro. Pero el tango se le anticipó filosóficamente,.
A muchos, el tango nos sigue llevando a un viaje retrospectivo hacia nuestro barrio, la infancia, los viejos, los primeros amigos. Pero también a incomparables reflexiones filosóficas, filosofía que se aprende antes de pasar por la universidad. Claro… El tango es filosofía de la vida hecha canción. Lo padeció Cacho Castaña, y te lo canta junto a La Beriso, en ese “Cacho de Buenos Aires”, en el que confiesa que todo lo que le pasó fue “Por esa puta costumbre”.
Ya sabemos que no solamente en los textos tradicionales podemos encontrar contenido filosófico. El tango también puede ser soporte del pensamiento profundo, y ello lo emparenta con el rock. No hay un solo modo de reflexionar. Concepción que no invalida los discursos complejos y racionalistas, sino que los incluye, pero que tampoco los considera como los únicos posibles. Una concepción que reivindique su indisoluble relación con la vida, donde pensar, hacer, sentir, están vinculados.
La Filosofía no es un conocimiento reservado a unos pocos iniciados en el arte de la interpretación y la decodificación de complejas doctrinas o autores. Es, más bien –en sentido amplio-, una reflexión sobre la vida, la realidad, la cotidianeidad, los proyectos, las dudas, los miedos, las culpas, desde una perspectiva eminentemente humana. Y que debiera, básicamente, orientarnos para la acción, en esa instancia previa que nos pone en situación de analizar los caminos alternativos a elegir.
El tango ha ejercido una fascinación sobre intelectuales que lo han visto como un símbolo pletórico de múltiples interpretaciones y abordajes. Decía Cátulo Castillo: “¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón! La vida es una herida absurda”. Filosofía de la vida. Existencialismo puro. Y lo cantaron desde Fito Páez hasta Javier Calamaro.
Cuando se afirma que “hay filosofía en el tango” no sólo se está diciendo que los contenidos de las letras pueden asociarse a diversos pensadores, concepciones que clásicamente se incluyen en el universo de la filosofía académica, sino y fundamentalmente, que todo el tango en sí mismo representa una cosmovisión. Se puede sostener que el tango no solamente se abre a la emoción, propia del arte, sino que hay, también, una filosofía subyacente que puede sistematizarse, según sea el modo en que analicemos sus letras, verdaderos textos de filosofía práctica.
El tango es un objeto cultural, y como tal, puede ser interpretado filosóficamente, anticipando su resultado: hay filosofía en el tango. “Creíste en la Honradez y en la Moral, qué estupidez”. Escribía Cátulo Castillo y lo cantaba Almafuerte.
Una de las mejores y más bonitas letras, de esas que hablan del desencanto y la nostalgia, decía: “He llegado hasta tu casa. Yo no sé cómo he podido”. Era “Nada”. Muchos lo conocimos cantado por el Varón del Tango, el uruguayo Julio Sosa. Pero también es valorable la respetuosa versión de Andrés Calamaro. También de los hermanos Expósito, tenemos un tangazo que dice: “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir. Y al fin, andar sin pensamiento”. Una tragedia griega hecha canción.
Apunta Nikolaus Sigrist: “…El tango siempre reflejaba la realidad social de la época”. Posiblemente sin saberlo no dice nada diferente de lo revelado por Umberto Eco en “Obra Abierta”, cuando afirmaba que la obra de arte cumple la función de una metáfora epistemológica de su tiempo, describiendo las concepciones ideológicas, filosóficas y científicas al momento de la concepción de cada obra. Por eso, “Tomo y Obligo” se resignifica en la versión muy rockera, muy eléctrica, de Moris.
El tango es fiel reflejo de lo que sucede, se experimenta y se siente en el conjunto del pueblo, captado, interpretado y artísticamente reproducido por cada uno de sus autores. Y se convirtió en esa música urbana que delata una determinada concepción del mundo, con una filosofía profunda de destacados pensadores populares, como Enrique Discépolo, los hermanos Expósito, Enrique Cadícamo, Cátulo Castillo y Homero Manzi como principales autores encargados de describir el escenario y las reconocibles historias de aquellos melancólicos protagonistas y personajes con los que se podría identificar cualquiera, porque sus temas siempre fueron todos aquellos vinculados a la marginalidad, el abandono, la pérdida y el fracaso que generalmente experimentamos todos. Abordaje que no difiere ni se distancia del de los autores más complejos y profundos procedentes del universo filosófico del rock. Vendrán otros géneros. Pero el Tango siempre está.