Si a Javier Milei le parecía imposible insertarse en el juego institucional de la política en 2019, al punto de dejarlo por sentado en el prefacio de uno de sus libros que escribió junto a Diego Giacomini, luego de su participación en las pasadas elecciones legislativas no solo sus planes parecen haber cambiado sino además sus aspiraciones.
En aquel 2019, cuando el gobierno de CEOs y el mejor equipo de los últimos 50 años dejaba al país en default y con cepo, y Javier Milei era entonces apenas una «máquina de generar zócalos televisivos», la idea de entrar en la política parecía lejana, sobre todo porque -como dijeran ellos mismos- «el sistema los comería crudos en 6 meses».
Pues bien, cómo asimilará ahora su rol como diputado nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, es una incógnita que tiene muchas respuestas y, principalmente, muchos interesados.
En la versión oficial, el recorrido que hizo de Javier Milei un analista financiero a un economista influencer y, más tarde, un diputado de la Nación, tiene que ver con su carisma y con haber impulsado una batalla cultural de su ideario libertario.
Mucho se ha dicho acerca del fenómeno Milei, la visión de un outsider de la política que penetra sobre jóvenes de capas medias y medias bajas descontentos con su porvenir y furiosos con el advenimiento del feminismo. O, también, que atrae a un electorado residual que otrora abrevaba en expresiones como la UCEDÉ.
Lo cierto es que Javier Milei se ha constituido como representante de una identidad popular capaz de contener múltiples demandas: desde el que se vayan todos, que parece resurgir tras dos décadas, sostenido en la idea de «casta»; hasta el significante vacío por excelencia del neoliberalismo de fines de los 80´: la libertad, en donde caben el achicamiento radical del Estado, una idea de democracia cual alternancia de mandatos y no como participación de mayorías y representación de minorías, y la más concreta libertad de circulación tras la pandemia.
Esa universalización es la que le permite a Javier Milei encabezar esta cruzada libertaria, aún cuando los poco más de 310 mil votos de Milei no lleguen a representar ni la mitad de los 669.865 que logró José Luis Espert.
Podrá pensarse que las formas más clásicas de Espert no tienen igual rating que la incorrección desaforada de Milei, cuando ambos fueron legitimados como autoridades en materia económica por los mismos medios de comunicación porteños. Pero no es solo una cuestión de formas sino de representaciones.
Esas mismas formas, desde la cabellera a los gritos, son parte del mensaje de Milei. Para no pocos analistas, éstas harán de este economista un personaje pasajero en la política argentina, con casi nulas chances de proyectarse hacia 2023. En esa línea, ni el radicalismo ni la Coalición Cívica ni incluso las palomas del PRO parecieran poder darle cabida. Es decir, el sistema se lo comerá crudo.
Sin embargo, la contemporaneidad de su fenómeno muestra lo contrario. Desde el reflejo chileno de José Antonio Kast, quien acaba de ganar las elecciones primarias, hasta la del actual presidente de Brasil, Jair Mesias Bolsonaro, quien acaba de anunciar que se afiliará al Partido Liberal para pelear por su reelección.
La experiencia brasilera es ilustrativa. A inicios de 2018, con Michel Temer en el poder, desprestigiado tras el impeachment a Dilma Rousseff, y con un Lula da Silva preso, la moderación se enaltecía como una virtud de cara a las próximas elecciones.
De ese modo, una importante revista presentó «la política que asusta» en referencia a los «dos extremos»: Temer, el déspota; Lula, el corrupto; y los principales medios de comunicación construyeron la idea de que el país requería de un hombre pro mercado e institucionalista, semejante a una suerte de Emmanuel Macron.
Barajaron los nombres de políticos de trayectoria como el gobernador de San Pablo, el de su alcalde, incluso el de un presentador de televisión. Pero a la gran mayoría de los brasileños le parecía imposible la idea de que Bolsonaro fuera presidente, y no se descartaba solo por el hecho de que Donald Trump había llegado a la Casa Blanca.
¿Cómo podía un hombre que vociferaba tales discursos alcanzar el Palacio del Planalto? Aún así, el electorado sorprendió rechazando la promocionada moderación y eligiendo al legislador que había osado votar a favor de la destitución de Dilma Rouesseff en nombre de su torturador, en un procedimiento en el que el arco político destituyente se esforzaba por mantener las apariencias de la legalidad y la democracia.
Desde Donald Trump pasando por Jair Bolsonaro se hizo del desembozo una cualidad, que el peluca Milei junto a los «halcones» del PRO parecen pregonar.
Por ello, Alberto Fernández no dudó en colocar a Mauricio Macri, su antagonista, y a Javier Milei en la misma bolsa cuando los rechazó como interlocutores de la oposición, en su discurso por el Día de la Militancia. El cual le sirvió también a Milei para comenzar su recorrida por el país, y su proyección hacia 2023. (https://infocielo.com/)