Por Ernesto Edwards /Filósofo y periodista @FILOROCKER
Cada nombre de cada mujer que registra el rock encierra una historia, un momento, un mensaje
A poco del Día Internacional de la Mujer tengamos presente que por una patriarcal tradición cultural, el rock sigue relegándola como sujeto productor de sentido, sólo tolerando su aparición por excepción en un hostil mundo machista.
Recordemos que el universo cultural del rock está a punto de cumplir 70 años. A través de estas décadas, fue mutando intereses, entronizando y destruyendo creadores e intérpretes, tolerando subgéneros, y siendo asociado a diversos clisés que parecen conservar vigencia.
Cuando cruza el Atlántico, hacia algunas ciudades portuarias de Europa, recupera el viejo blues y deja de definirse en estrictos términos de compases musicales, para transformarse en un concepto contracultural, de confrontación y denuncia social, que canalizaba la rebeldía generacional de la paradigmática década del ‘60, que pudo diferenciar por primera vez entre el rock y el pop.
Si algo distingue contundentemente al movimiento rockero de los demás ritmos musicales es su contenido ideológico, y características fundamentales siempre presentes, tales como: mensaje, compromiso y militancia. Y su identificación antidiscriminatoria. Pero todo tiene sus contradicciones.
Cada 8 de marzo se conmemora el “Día internacional de la mujer”, que nos hace pensar en John Lennon, con “Woman is a nigger of the world”, cuando reconocía: “Si ella no es nuestra esclava, decimos que no nos ama. Si ella es auténtica, decimos que está tratando de ser un hombre. Y mientras la soltamos, pretendemos que esté sobre nosotros”. Una auténtica denuncia contra el patriarcado.
A pesar de tanto ostracismo del género femenino en el rock, sin embargo, la historia revela que mujeres de distintas épocas, procedencias e inclinaciones, transgrediendo reglas no escritas, coincidieron en destacarse en este exclusivo y generalmente excluyente escenario. A continuación, cuatro de las más conocidas y emblemáticas a nivel internacional: Joan Baez, iniciada académicamente en Cambridge, desde el folk, y al principio compartiendo la vida y el inconformismo con Bob Dylan, desarrolla una carrera cuya filosofía pacifista será un manual de la coherencia a lo largo de todo el progreso de su pensamiento, apoyada en una privilegiada voz que seduce y conmueve.
Janis Joplin, cultora del mejor blues sesentista, formó parte de los rockers desaparecidos a los 27 años, la edad fatídica del rock. Janis, mujer blanca y marginal, auténtica y enérgica, expresiva hasta el extremo, señaló un camino inolvidable. Nina Hagen, cantante alemana punk, exhibió, desde Europa, una personalidad avasallante, plena de lenguaje crudo y una presencia escénica demoledora, convencida del “no future” que la inspiraba, en el marco de intencionales escándalos y ocasional misticismo. Y la hoy madura belleza y seductora voz de Sheryl Crow, abriéndose paso en el mundo rockero como corista para los hombres, con camino propio como docente enseñando música para chicos con necesidades especiales, a fuerza de insistencia hoy puede expresarse, ya sin obstáculos.
Tal vez como una manera de expurgar sus culpas en tiempos iniciáticos del rock, algunos se permitieron grabar inolvidables canciones con nombre de mujer. The Beatles, en su época de plena ingenuidad, cantaban “Michelle”, una bella cancioncita de amor: “Te amo, es todo lo que te puedo decir…” También la enigmática “Eleonor Rigby”. Más tarde, John Lennon y la doliente “Julia”, para recordar a su madre, perdida trágica y tempranamente.
No menos significativo fue ese paradigma de la rebeldía de los jóvenes ’60, los Rolling Stones, quienes también tuvieron su incomparable canción de amor: “Angie: ¿Cuándo desaparecerán aquellas nubes?” Tampoco se privarían de hacer su propia versión de ese clásico que ya era “Susy Q.”.
No nos olvidemos de ese dios viviente de la guitarra, Eric Clapton, hoy en plena decadencia personal, pero por entonces perdidamente enamorado de un amor imposible y prohibido, de la novia de su mejor amigo, escribiendo la inmortal “Layla”: “Has estado corriendo y escondiéndote de mí durante mucho tiempo… Sabés que me tenés a tu pies…”
No podían faltar los Fogerty liderando Credence Clearwater Revival, configurando esa curiosidad que era hacerse conocidos como cultores de una categoría propia llamada “Rock del Pantano”, para hacer la reconocible “Proud Mary”.
Pink Floyd, de la pluma del otrora inspirado y profundo Roger Waters compone ese magnífico disco conceptual “The Wall”, y entre tantas canciones destacables, brilla “Vera”, que no era otra que Vera Lynn, de la que se preguntaba qué habría sido de ella, entre tanto dolor y melancolía.
Lou Reed tenía lo suyo con “Sweet Jane”, para contarnos que Jack es un banquero y Jane, una secretaria. Y que ambos ahorran su dinero. Y cuando llegan a casa del trabajo se sientan junto al fuego. Hasta llegar a una conclusión de corte existencialista. Esa que le hace afirmar, junto a la dulce Jane, que la vida es sólo morir.
El rock en Argentina no se ha quedado atrás en la tarea de contar historias con nombre de mujer. Luis Alberto Spinetta y esa canción familiar y entrañable de “Ana no duerme” para contarnos que “Sobre la alfombra toca su sombra. Cuenta las luces. Mira la gran ciudad”. También del período de Almendra, tenemos “Laura va”. Y esa otra, “Blues de Cris”, para recordar a un gran amor, aunque mienta avisando lo contrario: “Atado a mi destino, sus ojos al final olvidaré”.
El pionero Litto Nebbia, recién estrenado como solista, graba “Rosemary”, evocando devaneos adolescentes: “Yo sé, Rosemary, que tú Rosemary, aún no eres mujer. Yo sé Rosemary, que al fin Rosemary, tu amor ha de nacer…” No será la única canción de Litto con nombre de mujer. Serán varias, todas buenas.
“Alicia en el País”, una genialidad de Charly García, juega con la idea de Lewis Carroll y su paradigmático libro “Alicia en el País de las Maravillas”. Charly, a través de Serú Girán, se acerca peligrosamente al relato metafórico de las brutalidades del Proceso: “Estamos en la tierra de nadie, pero es mía. Los inocentes son los culpables, Su Señoría, el Rey de Espadas. …Se acabó ese juego que te hacía feliz”. Con “Zocacola” García piensa en Zoca, su mujer brasileña de entonces: “Ela vai onde imagina que ele pensa que ela está. Ele sonha na noite. Ela escuta os ecos no dia”.
El Indio Solari, en su mejor momento creativo, el de Los Redondos, compone “Susanita”, para revelar que “Su pelo endulza su pañuelo. Y a nadie le amarga un dulce. Vino un gato y festejó lo dulce que tu padre trajo. Así es este amor…”
El rosarino Fito Páez, en colaboración con Joaquín Sabina, edita el álbum “Enemigos Íntimos”, producto de esa relación artística surge la sabinesca “Cecilia”, inspirada en la por entonces pareja de Fito, la actriz Cecilia Roth: “Cecilia dice siempre lo que piensa. Y casi nunca piensa como yo. Si tengo hambre busca en la despensa y me guisa unos besos con arroz”.
Juanse, a través de Ratones Paranoicos y toda su onda Stone, encumbraba a “Carolina”, confesando “Ya no hay tiempo para mí este día y en el carro voy a ir a buscarla por un puente algo gris”.
Para el cierre de esta breve recorrida, “María Sabina”, el tributo del mejicano Alex Lora liderando El Tri para con una mujer icónica del pasado siglo XX, una auténtica figura shamánica, una gurú, una guía, una pensadora: “Miles de personas de todas las razas la fueron a ver alguna vez. Todos los periódicos de todo el planeta la fueron a ver, la entrevistaron. Ella mil cosas les platicó. Secretos les enseñó. Los ojos se los abrió a todo el universo. Todas las revistas de todo el planeta hablaron de ella bien alguna vez. Todos los filósofos, todos los poetas, la conocen bien. …Ella alcanzó la inmortalidad, y lo hizo a nivel mundial. En vida llegó a ser casi, casi como un dios. Ahora es un símbolo. Ella es un símbolo. María Sabina es un símbolo de la sabiduría y el amor”. No es la única, por cierto.
