Hace 40 años, el domingo 2 de mayo de 1982, en el marco de la Guerra de Malvinas, la flota argentina sufrió el golpe más duro del conflicto, al hundirse en el fondo del océano Atlántico el crucero ARA General Belgrano, dejando una cifra de 323 marinos muertos.
El ARA General Belgrano había sido enviado el 16 de abril a la zona integrando el Grupo de Tareas 29.3, junto con los destructores ARA Piedrabuena y ARA Bouchard. Saliendo desde la Base Naval de Puerto Belgrano rumbo al Atlántico Sur, tenía la misión de atacar a los buques ingleses que arribaban a las Malvinas.
Pero el buque tenía muy poco poder de fuego en comparación con las poderosas fragatas y buques británicos, y hoy sigue siendo el único barco hundido por un submarino nuclear en tiempos de guerra de la historia. Había sido comprado en 1951 por la administración del expresidente Juan Domingo Perón a la armada de Estados Unidos, que lo había utilizado durante la Segunda Guerra Mundial e, incluso, había estado y sobrevivido al ataque japonés a Pearl Harbor, en 1941.
El hundimiento del 2 de mayo de 1982
El General Belgrano había salido de la zona de exclusión 12 horas antes por temor a bombardeos de aviones Sea Harrier ingleses. El Conqueror lo detectó al mediodía del domingo y lo siguió por cuatro horas, mientras esperaba órdenes desde Londres para decidir un ataque.
La desclasificación de documentos reservados realizada en 2005 años en Londres, confirmó -en palabras del capitán del Conqueror, Christopher Wreford-Brown, que el Belgrano se «alejaba de la zona de exclusión pero con movimientos de zigzag».
El ataque se produjo a las 16.01, cuando con una diferencia de pocos segundos tres torpedos MK-8 fueron lanzados por el Conqueror desde una distancia de 5 km, aunque solo los dos primeros lograron su objetivo ya que el tercero golpeó en el casco sin explotar.
El primer torpedo golpeó cerca de la proa del barco, volándolo, mientras que el segundo golpeó hacia la parte trasera, fuera de un área protegida por un blindaje. Atravesando el costado del barco, el torpedo explotó en la sala de máquinas trasera, atravesando las áreas cercanas de la tripulación y abriendo un agujero de 65 pies en la cubierta.
La explosión también eliminó gran parte de los sistemas electrónicos y de radio de la nave, lo que significa que no pudo bombear el agua que ahora se precipitaba hacia la embarcación ni emitir una llamada de socorro.
«En un momento se siente un estruendo impresionante en el buque y se apagan las luces. Es como si hubiese chocado contra una montaña; se inclinó y se quedó totalmente en silencio. Unos segundos más tarde, se siente otra explosión, que después nos enteramos que fue el segundo torpedo, que pegó en la proa», narró Rubén Otero, un sobreviviente.
«Una bola naranja de fuego se ve en el centro del objetivo, en la misma línea del segundo mástil, después que la primera explosión se escuchó», describió el capitán Wreford-Brown en su cuaderno de bitácora.
En los documentos de 2005 se establece que el submarino británico se quedó a observar los daños al buque argentino y luego decidió la «retirada» por temor a «ataque con cargas de profundidad de barcos argentinos que están cerca», circunstancia que no era real.