Por Ernesto Edwards /Filósofo y periodista @FILOROCKER
“Metal Lords”, reciente estreno de Netflix, es más que una película rockera para adolescentes
Ha quedado dicho que recién comenzados los ‘70, tan románticos y convulsionados al mismo tiempo, una Sudamérica empezaba a desangrarse a fuego lento, con gobiernos que comenzaban un día y terminaban finalizando abruptamente. En ese contexto de inestabilidades de todo tipo, los inicios de nuestra propia adolescencia vendrían acompañados de amigos, claro, pero también de libros, discos y películas que nos marcarían para siempre, mientras íbamos haciendo nuestro propio descubrimiento sobre qué era la vida, el amor, el sexo y la escuela. Una Escuela Tradicional, la nuestra, que aunque rígida y distante la naturalizábamos y la dábamos por buena.
Aunque a nivel internacional varios grupos de rock se abrían paso al son de distintos subgéneros rockeros, en Argentina algunas canciones de nuestro incipiente rock nacional nos estimulaban a mostrarnos tal como queríamos ser. Nito Mestre, con letra de Charly García, a través de Sui Generis cantaba “Ella llegó a mí, apenas la pude ver. Aprendí a disimular mi estupidez”, y parecía que estaba hablando de cada uno de nosotros. Y Luis Alberto Spinetta, desde Pescado Rabioso, le hacía cantar a David Lebón lo que que hubiéramos querido decir si hubiésemos sido más valientes: “Ya despiértate nena, sube al rayo al fin. Y así verás… lo bueno y dulce que es amar”. Queríamos ser ese Rayo.
En ese marco, entre los años 71 y 74, para el autor de esta nota, el cine apareció como una ventana al mundo desde la mirada de genios como Ingmar Bergman y Federico Fellini, fuese recorriendo los cines céntricos o en la sala del barrio. Pero también había lugar para otra perspectiva, más propia de la edad, con filmes entrañables como “Susan y Jeremy” (1974). Pero, antes, la iniciación personal sobrevino con “Melody” (1971), que con el tiempo motivaría viajar varias veces a Londres para recorrer presencialmente aquellos escenarios fantaseados, como el Hyde Park y Trafalgar Square, tras ver a Tracy Hyde y Mark Lester, que junto a Jack Wild eran los tres niños protagonistas del filme, que se destacaría, además, por una musicalización inolvidable de los Bee Gees.
Mientras se iban consolidando los caracterizadores que definieron a la posmodernidad, el Reino Unido, en 1970, atravesaba un período muy particular en cuanto a la cultura popular en general, y musical en particular: The Beatles se habían separado oficialmente. Los Rolling Stones, triunfadores de la década anterior, comenzaban a ser cuestionados. The Who se destacaba a fuerza de grandes discos conceptuales. Y ya se avizoraban grandes bandas como Led Zeppelin y Black Sabbath, que se disputarían el trono y ser los inventores del Heavy Metal. También ya estaba arrancando Pink Floyd. Y, lo más destacado: ya se venía el punk rock como reacción a la opresión del sistema y a la comercialización de la música. Todo lo mencionado sin dudas que dejó un legado: una música que fue adecuado canal de expresión para los que recién comenzaban a querer hacerse oír.
El último medio siglo la cinematografía mundial ha sido pródiga en realizaciones que hicieron foco en temáticas infantiles, adolescentes y juveniles con la educación y el rock como fondo y estruendosa escenografía de diversas historias, muchas de las cuales ya hemos analizado oportunamente en esta Columna.
“Metal Lords” se inscribe en este calificado listado. Posiblemente sus referencias más marcadas podemos encontrarlas en aclamados filmes como las citadas “Melody” (1971) y Jeremy” (1974), y “School of Rock”(2003). Que entre historias de amores iniciáticos y una profunda crítica al sistema educativo clásico, mostraban que algo estaba por empezar a cambiar. Hoy, con el mundo que avanza y retrocede, en una trayectoria espiralada y confusa de ensayo y error, ya sabemos cuáles fueron los yerros del pasado y cuáles las alternativas presuntamente superadoras que tenemos a la mano a la hora de mostrar un camino.
“Metal Lords”, escrita por D. B. Weiss -el guionista de “Juego de Tronos”-, es la historia de tres adolescentes que a punto de terminar la secundaria en un colegio de Portland, Oregon, querrán confirmar y consolidar su identidad, y darles sentido a sus vidas, compitiendo en un concurso escolar (la Batalla de las Bandas) de formaciones musicales.
Cada uno arrastra su propio conflicto personal y familiar. Y cada uno, a su manera, es víctima de bullying por parte de sus compañeros. Hunter, el fundador del trío (Skullfucker) es un violero neurótico. Kevin, el baterista, es excesivamente tímido, y Emily, la chelista (que se integrará casi al final por la resistencia de Hunter), escocesa de nacimiento e ignorante de toda la historia metalera -tradicionalmente machista-, tiene un delicado equilibrio emocional que depende de una medicación que no siempre respeta.
“El Metal es compromiso y poder”, dirán al comienzo de la película. Justo cuando sabremos que Kevin toca el tambor en la banda escolar sólo para evitar la clase de Gimnasia. Emily, que toca la flauta, y es solitaria e inestable, desentona con su instrumento y es reprendida por su profesor, con quien se desborda y lo insulta. En una fiesta estudiantil donde todos se descontrolan Kevin creerá enamorarse de una de sus condiscípulas, acercándose a ella envalentonado por el alcohol, pero el guión le tendrá reservado otro destino sentimental. Porque el amor entre Kevin y Emily será inevitable, tanto como su despertar sexual, lo que provocará los celos del tercero, que verá a la compañera casi como una Yoko Ono contemporánea.
Los auténticos seguidores del Metal se encontrarán con la sorpresa de rutilantes cameos. También deben destacarse dos personajes secundarios: uno el médico a cargo de las admisiones en un psiquiátrico, un metalero que se encargará de ayudar a los protagonistas en su sueño rockero. El otro, el Dr. Sylvester, un irreverente y conflictivo cirujano plástico, padre de Hunter.
“Juego de Tronos”, de la mano de su guionista, fue una saga televisiva oscura, violenta y gótica. “Metal Lords” no lo fue menos, pero con el inestimable agregado de la ternura de artistas en ciernes, y un soundtrackincomparable: “Machinery Of Torment” (SkullFlower). “Metal Gods”, “Pain Killer” y “Grinder” (Judas Priest). “The Trooper” (Iron Maiden). “Hail to the King” (Avenged Sevenfold). “For Whom The Bell Tolls”, “One”, “Master of Puppets” y “Whiplash” (Metallica). “War Pigs” (Black Sabbath). “Dee” (Ozzy Osbourne). “Blood and Thunder (Mastodon). “Ace of Spades” (Motorhead). “Cowboys from Hell” y “I´m Broken” (Pantera). “Trust No One” (Zeal and Ardor). Y la imprescindible versión de“Since I Don´t Have You” (Guns N´Roses).
Al momento de concursar, sobre el final, la interpretación de “Maquinaria de Tormento” será memorable. Tanto, que a nadie le importará saber el resultado del certamen. Porque el Metal fue la catarsis que los sacó del silencio y de la indiferencia. Y los hizo visibles para un mundo que siempre amenaza a cualquier púber con someterlo a la picadora de carne.
FICHA TÉCNICA
“Metal Lords” (Netflix, 2022) – de Peter Sollett
Con Jaeden Martell, Isis Hainsworth y Adrian Greensmith
Género: comedia dramática – Duración: 98´
Calificación: muy buena