Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista @FILOROCKER
Se editó “Spirits (Live 1972)”, un incalificable disco de The Doors, de cuando Morrison ya se había muerto. Y sin él, claro
Uno de los mitos más extendidos y mejor alimentados de toda la historia del rock es que Jim Morrison, líder indiscutido y absoluto de The Doors -la legendaria banda rockera de la west coast estadounidense-, no se murió a los 27 años, en 1971 en París, ni fue enterrado en el muy turístico y también horroroso cementerio de Père Lachaise. Muy por el contrario, se insistió durante años que James Douglas Morrison vivió mucho tiempo, y que ya viejo, gordo, barbudo y pelado, había regresado clandestinamente a Estados Unidos y atendía en la playa de servicio de una gasolinera, en el sur de California. Y no sólo ello, sino que eran demasiados los que aseguraban haberlo visto y reconocido, y hasta haber entablado una conversación recordando los viejos tiempos de The Doors.
Probablemente dicho mito se sustentaba en la extrema idolatría (y por qué no amor) que había despertado la escandalosa y disruptiva figura de Morrison, y en la negación de que se había muerto alguien tan extremadamente joven, de quien el pasado 3 de julio se cumplió un nuevo aniversario de su extraña, misteriosa y nunca bien aclarada desaparición física. Recordemos que por esos tiempos la posibilidad de acceso cierto y rápido a la información por parte del común de la gente estaba más que acotada. Es cierto que no es el único del que se afirmaba lo mismo. Por caso, del Rey del Rock Elvis Presley se insistió durante algún tiempo con lo mismo.
No hace falta explicar que su temprana muerte provocó, aunque ya estaban prácticamente separados, que los demás miembros de la banda se sumieran en el desconcierto respecto de sus futuros inmediatos en cuanto a lo musical y laboral. El verdadero y excluyente atractivo de The Doors era Jim Morrison, y sin él, el grupo era sólo recuerdos, sin presente ni futuro. No obstante ello, durante bastante tiempo intentaron mantener vigente la marca, especulando con los nostálgicos y fieles seguidores de una tendencia psicodélica que se estaba agotando sin la icónica figura de Morrison.
Fue así que los tres sobrevivientes decidieron editar, sucesivamente, dos discos, el primero con el obvio título de “Other Voices” (Otras Voces), en 1971, el mismo año que muriera Jim -grabado a las pocas semanas-, y el segundo “Full Circle” (1972), en los que John Densmore, Robby Krieger y Ray Manzarek (estos dos últimos a cargo de las vocalizaciones) se terminaron de hundir en el más estrepitoso de los fracasos. “Full Circle” (Círculo Completo) se daba en el marco de una comercializada gira de despedida que los terminaría viendo disueltos, hasta una nueva reunión, en 1978, para poner música de fondo a “American Prayer”, un poemario grabado en su momento por Morrison poco antes de morir. El resultado de esta conjunción sí dio un buen resultado, rescatando por un momento el ya olvidado éxito de The Doors. Pero duró lo que dura un suspiro.
Volviendo a la gira, artísticamente fue horrible. Las performances eran, por decirlo con elegancia, impresentables. Sin rumbo musical ni poético, privados del tono dionisíaco fundante, interpretando canciones que jamás hubieran estado en el repertorio de la formación original, y con una producción lamentable donde predominaban los serios defectos técnicos que provocaban una calidad de sonido de lo más defectuosa, The Doors era casi una parodia de ellos mismos. Basta con decir que la setlist de los conciertos incluía “No me molestes, mosquito”, ¡en español! Se habían quedado sin el cantante, sin el poeta, sin el frontman, sin el filósofo, sin el shamán. Casi reducidos a la nada misma.
De esa alocada década del 70 procede la costumbre, y la veta, de editar grabaciones (de aire o de consola) de facturas diversas de presentaciones en vivo, o tomas alternativas de grabaciones descartadas, todo con formato de discos piratas, es decir nunca editados oficialmente, y que se vendían a un alto precio en un circuito paralelo en el que pululaban los fanáticos que atesoraban estos documentos a los que de otro modo, respecto del show o la grabación, nunca hubieran tenido acceso. Con esta aclaración: en la mayoría de los casos estos objetos culturales registraban valiosos materiales que por diferentes motivos convenía conservar para las generaciones futuras. No resulta el caso a desarrollar a continuación.
En el pasado mes de mayo una plataforma virtual dedicada a la música subió para sus suscriptores el disco “Spirits (Live 1972)”, que contiene nueve (u ocho, según cómo se mire) tracks y que escucharlo completo y de corrido es todo un padecimiento. Fue el rescate de algunas tomas de diferentes presentaciones de la ya mencionada gira final, aunque la lista de temas es diferente a la de “Full Circle”, y además de lo ya adelantado con “The Mosquito”, clásicos tan emblemáticos como “Love Me Two Times” y “Light My Fire” lucen deformes y arruinados. Y las partes instrumentales de cada canción era tan extensas que significaban el tácito reconocimiento de que el grupo se había quedado definitivamente sin voz. El tema 1, “In The Eye Of The Sun”, literalmente no se entiende casi nada, más allá de algún riff desperdiciado y perdido. Y el cantante vocifera como para hacerse escuchar, pero sin talento, afinación ni brillo, como si las dos voces líderes proviniesen de díscolos adolescentes borrachines. Quizás fue en esa gira que Jim Morrison comenzó a morirse para The Doors. Porque sus excompañeros lo estaban sepultando bajo la ignominiosa palada de tierra de aquellos ladrones que salieron a robar abusando del nombre.
Cabe agregar que esta grabación oportunista ahora glorificada como álbum oficial de la discografía de The Doors, aparecida supuestamente sin la autorización de supérstites y herederos de los miembros originales, todavía no habría ingresado a ese momento en que comienzan a ser de dominio público, liberadas para que las publique cualquiera. Algo que no todos recuerdan, y que creen que los derechos de autor se caen a los cincuenta años. Pero en rigor de lo que marca la denominada “ley Mickey Mouse”, en Estados Unidos la vigencia de derechos se extiende hasta cumplidos los setenta años de registrada la obra. Ello hace prever que este descartable engendro podría llegar a verse vetado en no demasiado tiempo más, según interpretaban algunas fuentes especializadas.
Trabajar para sobrevivir nunca es deshonroso, pero en el universo del arte la dignidad tiene un valor, y el respeto a la propia historia debería ser innegociable. Del modo que sea, Jim Morrison no se murió, a pesar de los desatinos que se cometieron con su incomparable obra. Este pensador nietzschiano, destacado seguidor de Willian Blake, sigue vivo toda vez que lo escuchemos, lo veamos o sean leídos sus poemas, plenos de una inagotable belleza rockera, de psicodelia, tragedia y dolor, entre rebeldías, desenfreno autodestructivo e irredimible locura. Porque, era obvio, Morrison cumplía acabadamente con eso de sexo, droga y rock and roll. Sin pretender ser modelo de nadie. Sólo un ídolo que se dejaba adorar.
Y aunque en algún sentido no te moriste, que en paz descanses, Jim, Rey Lagarto.