Nunca son suficientes guitarras. El deseo se une a la insatisfacción y músicos profesionales o amateurs sienten un vacío que solo se puede llenar si suman un nuevo ejemplar a su colección. Sin embargo, después de una ardua investigación, cuando finalmente acceden el instrumento, el placer es efímero.
La disconformidad es tan inevitable como la recaída. Y las consecuencias de esta obsesión son previsibles: ya no queda ningún recoveco libre de cuerdas en todo el hogar ni dinero suficiente en la cuenta bancaria. Pero qué lindo es verlas. Ahí, en hilera o colgadas. Brillosas, imponentes, flamantes o con vestigios del paso del tiempo.
El vicio de adquirir equipamiento musical tiene un nombre: G.A.S. (Gear Acquisition Syndrome -aunque en un principio la “g” solo respondía a guitar-), lo que en criollo sería “¡no puedo parar de pensar en sumar instrumentos!”. Se trata de un deseo crónico y progresivo que ni siquiera se cura con una Gibson Les Paul o una Fender Stratocaster.
Siempre aparece un nuevo santo grial en el showroom mental de los violeros y se reanuda la búsqueda. Quizás persigan un clásico vintage, un producto hecho en masa que cruzó el océano en barco o una joya con maderas nacionales hecha por un luthier de barrio. Algo detectan en ellas que las vuelven “necesarias”.
Ariel Pozzo, el guía de los gaseosos argentinos
Los gaseosos argentinos saben que no están solos. Otros colegas los abrazan en Internet y tienen un referente al que escuchar antes de incorporar una nueva gema. Ese hombre es Ariel Pozzo, creador del foro “El musiquiatra” y dueño de un canal de YouTube en el que divulga sus experiencias y conocimientos.
Su curriculum habla por sí solo: líder de Graffiti y miembro de la banda estable de Miguel Mateos. No solo es alguien que sabe sobre acumular instrumentos, amplificadores y pedales, también sabe cómo explotar sus capacidades. “¿La guitarra que más me gusta? La que no tengo”, escribió como broma en su cuenta de Instagram y la frase no podría resumir mejor el G.A.S.
“Cuando uno es adolescente, tiende a obsesionarse con las cosas. Especialmente si no tiene el dinero para comprarlas, pero en cuanto uno empieza a trabajar y las guitarras empiezan a llegar y a irse, al menos en mi caso, se torna mucho más divertido el viaje que el hecho de arribar a cierto instrumento deseado”, explica en diálogo con TN.
Aunque reconoce que “el G.A.S. todo lo puede”, el experto asegura que el error de muchos es pensar que una guitarra de miles de dólares te puede volver mejor guitarrista. “Es como creer que vas a jugar como Messi por usar los mismos botines”, compara. Lo mejor es invertir tiempo en aprender a ejecutar ese objeto de deseo. Como repiten en los foros ‘guitarrísticos’: es el indio y no la flecha.
“El verdadero sonido lo genera uno, escucho grabaciones mías de hace muchos años y sueno similar a lo que sueno hoy en día utilizando equipamiento radicalmente diferente”, remarca.
G.A.S., y la teoría del “yo extendido”
Solo unos pocos se animan a mencionar el G.A.S. como un “trastorno psicológico”. El estudio más exhaustivo pertenece a los autores Jan-Peter Herbst y Jonas Menze, quienes concluyen que este ritual de posesión responde al “yo extendido”. Es decir, que los músicos se obsesionan con el equipamiento porque lo consideran parte de su cuerpo y personalidad. Lo mismo que cualquier otro impulso consumista…
Hay muchos factores que conviven en la cabeza de quiénes siempre quieren una guitarra nueva. La mayoría de las veces esa manía es la eterna búsqueda de un “tono” que los identifique. Y aunque es cierto que las maderas y el hardware -micrófonos, puente, clavijas, etc- importan, ni siquiera el set up ideal los deja satisfechos.
Rafa Nasta es un violero que es consciente de que el tono está en los dedos. No importa cuál elija para tocar, todas suenan con su impronta. Sin embargo, él tampoco le escapa al vicio de acumular. “Siempre estuve obsesionado, pero sobre todo cuando me metí en el mundo vintage y me di cuenta de que las guitarras antiguas sonaban un poco más”, le explica a este medio.
Su estudio es el paraíso de las seis cuerdas. Un vistazo a su colección es un recorrido por la historia del blues y el rock and roll: desde la Fender Stratocaster de 1978, con mango de maple y el cuerpo de color sumburst, que le regaló su papá, hasta la Gibson Les Paul Gold Top de 1969, que se transformó en su mayor debilidad.
El feeling de Nasta sería exactamente el mismo con una guitarra china y genérica. “Solo necesito que esté calibrada”, reconoce. Sin embargo, ya está pensando cuál será su próxima adquisición. G.A.S. o romanticismo, como prefieran llamarle.
G.A.S.: la otra pandemia que empezó en 2020
Fender no vendió nunca tantas guitarras como en los últimos años. La pandemia hizo que mucha gente se acercara al instrumento y que muchos se reencontraran con ella. “Hemos crecido en torno al 30% anual durante la pandemia”, dijo el CEO Andy Mooney de la usina del rock.
Este fenómeno no solo llevó a que grandes corporaciones tengan ganancias extraordinarias, también fue un empujón para muchísimos luthiers. “Se reactivó notoriamente. Mucha gente utilizó el tiempo disponible para iniciarse en el sueño de aprender guitarra y otros retomaron esa pasión un poco olvidada”, apunta el luthier Manuel Rodríguez Rodríguez.
Su taller ubicado en Villa Lugano empezó a llenarse de guitarras para calibrar, repintar y, en muchos casos, resucitar. “Las sacaron del ropero y cuando quisieron tocarlas se dieron cuenta de que no estaban en condiciones. También están mis clientes fijos, que compran, guardan o intercambian guitarras constantemente, a veces sin necesidad real de tener tantas. Se trata de un hobby”, enumera.
Además, el boom que empezó a gestar en la cuarentena también llevó a que muchos guitarristas también busquen modelos poco convencionales -en muchos casos porque ya tienen todos los clásicos- y exploren un universo más allá de las violas que usaron sus héroes. Ese nicho fue aprovechado por especialistas en la materia que ofrecen instrumentos con una belleza no hegemónica.
La búsqueda de una historia y una sensación
Un referente en el mundo de esas guitarras que no aparecen en la portada de la Rolling Stone es Goura, el dueño de uno de los locales más atractivos de la Ciudad de Buenos de Aires, precisamente en Villa Devoto. “Yo fui monje hinduista, viví dos años en un templo y practiqué esa filosofía durante diez años. Mi nombre espiritual era Goura Shakti, que quiere decir ‘dorado’ y es un nombre de Dios en la India”, le cuenta a TN.
“El 95% por ciento de los locales que venden guitarras nuevas no te dan la oportunidad de permutar o de comprar un instrumento antiguo. Además de que no te dan la misma atención”, destaca sobre el emprendimiento con el que abraza a cientos de guitarristas. Y agrega: “Con la pandemia pasaron dos cosas: la gente que se iba a ir de vacaciones, esa plata la usó para comprar instrumentos; y también afectó la economía del argentino promedio, eso llevó a que haya mucho trueque. Con eso a mí me fue muy bien”.
Su negocio está dirigido a quienes les interesa tanto la historia del instrumento como su sonido. “Quieren comprar una sensación”, define quien tampoco está libre del G.A.S. y posee una “colección movible” -de la cual lleva registro en un perfil de Instagram casi adictivo-.
“Ahora me empecé a ‘gasear’ dentro de mi local. Vendo guitarras de todos los colores, pero mi favorita es la Stratocaster y tengo varias. Soy desapegado, pero algunas me las quedo. Lo que me gusta es el concepto de tener las guitarras. No es algo necesariamente físico”, concluye.
Desde los románticos, pasando por los inconformistas, hasta los que buscan un mayor sex appeal -Richard Coleman sostiene que faltan espejos en los locales de instrumentos-, el G.A.S. es una realidad y demuestra que la guitarra nunca va a pasar de moda. Quizás no esté tan presente en las playlists más escuchadas, pero cada vez más personas se acercan a ella. Son icónicas, magnéticas y las mejores aliadas para hacer canciones. ¿Cómo no querer otra?
Fuente: TN Noticias.