Por Ernesto Edwards/Fiósofo y periodista @FILOROCKER
Se conoció por streaming el notable filme “El olvido que seremos”, y es inevitable reflexionar sobre la condición humana
Basada en el libro homónimo de Héctor “Quiquín” Abad Faciolince y ganadora de numerosos premios a su paso, “El silencio que seremos” está ambientada en Medellín (Colombia) entre las décadas del 70 y parte de la del 90, período en el que se instala y consolida el narcotráfico y su propia guerrilla, la que será enfrentada por grupos paramilitares, los cuales también se ocupaban de silenciar cualquier voz crítica, generalmente encarnada en docentes, sindicalistas, organizaciones humanitarias y militantes de la izquierda colombiana. “El silencio que seremos” es un alegato contra la violencia y la intolerancia, y se constituye en el amoroso homenaje de un hijo, “Quiquín”, a su padre, un irreprochable e incondicional luchador por la libertad y los derechos humanos.
En dicha época y con esa escenografía como fondo, nos enteraremos de la vida familiar, académica y política de Héctor Abad Gómez (progenitor del autor del libro), un médico y sensible especialista en Salud Pública que se destaca por su compromiso social y por su impecable vínculo pedagógico con sus estudiantes. Admirado incondicionalmente por su honestidad, su transparencia y su rectitud, descubriremos que Abad es idolatrado por sus alumnos universitarios y por sus luego colegas médicos por haber sido como docente aquel que proponía pensar, reflexionar y dudar aún de sus propias enseñanzas.
Tildado de comunista cuando nunca había leído a Karl Marx, y de mal católico por desconfiar de las jerarquías eclesiásticas, Héctor Abad Gómez fue víctima de los extremos de un pensamiento dogmático que confrontó con su análisis reflexivo e incluso kantiano, y donde sus discrepancias con una postura no significaba adherir a la contraria, pero igual no tenían espacio. Abad era de izquierda, pero nunca militó en el PC. Fue un humanista con conciencia social. Y para algunos eso fue demasiado. Y así se convirtió en una molestia que había que eliminar.
El filme tiene dos participaciones de altísimo nivel. Dirigido por Fernando Trueba (Madrid, 1955), el magnífico realizador, guionista y crítico cinematográfico español, lo preceden sus incomparables antecedentes en el género. Entre otras, “Ópera prima” (1980), “El año de las luces” (1986), “Belle Époque” (1992) -ganadora del Oscar a Mejor Película Extranjera-, “Two Much” (1995) y “El baile de la Victoria” (2009). En 2015 Trueba quedó envuelto en una polémica al afirmar no haberse sentido nunca español y que sin fanatismos ni fundamentalismos se podría vivir en un mundo mejor y más tranquilo.
Siempre estará el interrogante de que si estando en rol de director cinematográfico qué se le puede marcar actoralmente al protagonista, Javier Cámara (Albelda, 1967), si ya parece saberlo todo. Y sorprenderá conocer que durante un buen tiempo trabajó como acomodador de cine mientras se iniciaba en el teatro madrileño. No es casual, entonces, considerando su talento, que sea permanentemente convocado por realizadores de la talla de Paolo Sorrentino, Pedro Almodóvar y Fernando Trueba, y participando de producciones cinematográficas como “Lucía y el sexo” (2001) “Hable con ella” (2002) “La mala educación” (2004) “Vivir es fácil con los ojos cerrados” (2013) y “Los amantes pasajeros” (2013), y en series televisivas como “The Young Pope” y “Narcos”.
“Ruby Twesday”, esa canción que popularizara ese ícono rockero que es Mick Jagger desde los Rolling Stones en los psicodélicos finales de los 60, suena dos veces en la película, entonada por una de las hermanas de Quiquín, en un par de momentos cruciales de la historia, y su letra aclara todo: “Ella nunca diría de dónde viene. Ayer no importa si se ha ido. Mientras el sol es brillante. O en la noche más oscura. Nadie sabe, ella viene y va. Adiós, Ruby Tuesday. ¿Quién podría ponerte un nombre? Cuando cambias con cada nuevo día. Aún así, te voy a extrañar. No preguntes por qué necesita ser tan libre. Ella te dirá que es la única manera de ser. Ella simplemente no puede ser encadenada a una vida donde nada se gana. Y nada se pierde, a tal costo. Adiós, Ruby Tuesday. «No hay tiempo que perder», la escuché decir. Alcanza tus sueños antes de que se desvanezcan. Muriendo todo el tiempo. Pierde tus sueños y perderás la cabeza. ¿No es la vida cruel?”
Un apunte necesario, complementario al análisis de “El olvido que seremos”, sería poder ver la excelente “Mientras dure la guerra”, la reciente realización española que muestra los últimos años del pensador contemporáneo Miguel de Unamuno mientras era Rector de la Universidad de Salamanca, y sobrevino el alzamiento falangista que condenó a toda España a cuarenta años de franquismo. Mientras Unamuno se debate en sus propias contradicciones internas, la imposibilidad de aceptar los diferentes pensamientos por parte del régimen de Francisco Franco hará que lleguen al extremo de exterminar lo diferente.
Quizás sorprenda el soneto borgeano del final de “El olvido que seremos” (que da nombre al libro y luego a la película), después de haber citado el protagonista, al comienzo del filme, a Rafael Alberti y Pablo Neruda, ambos identificados con el marxismo. Sin embargo, el cierre de la historia sobreviene con un texto inédito del bardo argentino Jorge Luis Borges (1899 – 1987) (versos que inicialmente se los consideró apócrifos), encontrado escrito en un papelito en el medio de un charco de sangre de quien fuera “el apóstol de los derechos humanos”. Y, atención: no es un spoiler. Es sabido que Héctor Abad Gómez fue asesinado a tiros por unos sicarios, en la calle y a la vista de muchos. Escribía Borges lo que Abad llevaría en dicho papel, como única coraza para proteger su integridad física: “Ya somos el olvido que seremos. El polvo elemental que nos ignora y que fue el rojo Adán y que es ahora todos los hombres, y que no veremos. Ya somos en la tumba las dos fechas del principio y el término. La caja, la obscena corrupción y la mortaja, los triunfos de la muerte, y las endechas. No soy el insensato que se aferra al mágico sonido de su nombre. Pienso con esperanza en aquel hombre que no sabrá que fui sobre la tierra. Bajo el indiferente azul del cielo, esta meditación es un consuelo”.
Y mientras caen los títulos, concluiremos que al cabo de verla, no fue tiempo perdido. Que hemos aprendido. Sobre la finitud, sobre la fugacidad y fragilidad del ser, sobre la angustia existencial. Y que, como afirmaba Heidegger, estamos arrojados al mundo, sabiendo que la muerte acecha, y que al mismo tiempo es el horizonte que le da sentido a la vida.
Pero también que nos aguarda el olvido. El absoluto, el definitivo. Ese olvido que alguna vez seremos todos. Para el cual convendría que estuviéramos preparados, desapegándonos. Tal vez serviría, como recomendaba Castaneda, empezar borrando nuestra propia historia personal, acallando el ego. Sin buscar ya reconocimiento. Sin esperar nada. Porque seguramente pasarán varias generaciones antes de que vuelvan sobre nosotros, a ubicarnos amorosamente en la constelación familiar, en el árbol genealógico, ese en el que reposan los ancestros que en su momento marcaron el camino y toda nuestra historia por venir.
FICHA TÉCNICA
“El olvido que seremos” (Colombia, 2020)
De Fernando Trueba
Con Javier Cámara y Juan Pablo Urrego
Género: drama biográfico
Duración: 136´- Calificación: excelente