Por Ernesto Edwards/ Filósofo y periodista @FILOROKER
La envidia, abordada por la filosofía, el psicoanálisis, la religión y el cine, también lo fue por el rock
La leyenda familiar instaló, en mi infancia, la versión de que mi abuelo paterno era amigo personal de intelectuales de la talla del escritor uruguayo Horacio Quiroga (1878 – 1937) y del filósofo ítalo argentino José Ingenieros (1877 – 1925). Con el tiempo pude confirmar que, efectivamente, con ambos mantenía una fluida comunicación epistolar intercambiando reflexiones y dialogando a la distancia con la previsible lentitud en las idas y vueltas, sometidas como estaban al ritmo propio de un servicio de Correo confiable pero lento.
Aun siendo un niño, por él -por mi abuelo-, comencé a leer autores de su notable biblioteca tales como Hermann Hesse y Oscar Wilde, entre tantos otros que poco coincidían con lo habitual para mi edad evolutiva. Fue en ese período que recuerdo haberle escuchado cómo recitaba, de memoria, fragmentos del libro “El hombre mediocre” (1913), de su amigo Ingenieros, especialmente ese capítulo que conceptualizaba la envidia, y que promediando decía que era “la más innoble de las torpes lacras que afean a los caracteres vulgares”.
Con el devenir, mi universo cultural acerca de la envidia se ampliaría, incorporando conceptos de procedencias diversas -y contrapuestas-, como la Religión y el Psicoanálisis. La clasificación de los Siete Pecados Capitales, hecha por Gregorio Magno a finales del siglo VI, acuñando ese título por ser dichos pecados fuente de muchos otros más, fue toda una revelación. Eran la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula y la pereza. Y la envidia, claro. Que en dicho contexto se la entiende como la emoción negativa que puede experimentarse por la situación exitosa, del tipo que sea, de otra persona con la que mantenemos (o creemos mantener) algún tipo de vínculo. La consecuencia de la envidia será la intención o fantasía destructiva de aquel que provocó sentirla. Vastamente difundido es el ejemplo bíblico de Abel haciendo una ofrenda a Dios, que la recibe con agrado, pero no así la de su hermano Caín. Por ello, la envidia lo llevará a matar a Abel. Nunca un ejemplo más gráfico, trágico y extremo.
Este tópico también estuvo acertadamente plasmado en el cine, con el filme “Se7en” (Los siete pecados capitales, de David Fincher, 1995, con Brad Pitt, Morgan Freeman, Kevin Spacey y Gwyneth Paltrow), un electrizante thriller policial en el que un asesino serial vincula, de a uno, sus sucesivos crímenes con los siete pecados capitales. Una de las claras conclusiones es que el envidioso no aspira sólo a acceder al status del otro, sino que quiere poseer el bien o la situación de aquel a quien envidia, destruyéndolo.
La psicoanalista Melanie Klein (1882 – 1960) fue una destacada investigadora sobre el desarrollo psíquico infantil. En su trabajo “Envidia y gratitud” concluye que la envidia, que ataca al más temprano de los vínculos (la relación madre – hijo), es “uno de los factores más poderosos de socavamiento, desde su raíz, de los sentimientos de amor y gratitud”. La envidia, que para Klein es una expresión oral y anal – sádica, de impulsos destructivos, opera desde el inicio mismo de la vida y es de carácter constitutivo. Con sus estudios, contribuyó a esclarecer la enorme relevancia del primer vínculo objetal con el pecho materno, ya que si el mismo se introyecta arraigándose en el Yo, propiciará un desarrollo personal satisfactorio.
El rock no podía ser menos a la hora de apelar a este concepto para desplegar algunas historias que contar. El grupo español de punk rock El Último Ke Zierre grabó “La Envidia”, para advertir: “Tengo razones para creer. Tengo razones para pensar que todo lo que tengo alrededor como madera se caerá. Polvo de ángel pa´ tu dolor. Guisos de brujas pa´ la humillación. Mala la envidia. Más mala la sed. Que el frío acero pegado a tu sien nubló tus sueños. Soy lo que quise ser. Si no tuviste tú el valor de hacerlo, ¿qué culpa tengo yo?”
En “Envidia Cochina”, los también ibéricos La Polla Records, afirman: “Soy un hombre insatisfecho y la envidia me corroe. Si la ley es para todos y todos somos igual, y si todos somos libres pa´ elegir la ocupación. Quiero vivir sin currar y que lo pague el país, y quiero veranear en el Palacio Real. Seguir así, no es para mí. Condenar la corrupción sin pagar contribución. Quiero ejercer de barón, ir vestido de general, ver desfilar la juventud, y hablar a la nación por navidad y dialogar”.
Con “Peligrosa”, Jóvenes Pordioseros confiesan un mal momento: “Tengo envidia de cómo lo querés a él. Daría mi vida porque me quieras así. Tengo envidia de cómo lo mirás a él. Daría mi alma porque me mires así. Y me quedé esperándote, y me quedé hablando solo, y a vos nada de esto, a vos nada te importo”. Un mensaje que encierra y anticipa violencia.
“La Envidia”, por La Calle Rock, es casi un tratado sobre el tema: “La envidia del hombre es un mal natural. Es la causante de un desastre total. La envidia del hombre es un vicio también. Vicio de almas viles difícil de entender. La envidia del hombre es un mal arraigado, llegando a la madre, llegando al hermano. No, no puedo creerlo. Miles de años pasaron y es el mismo Infierno. No, no puedo evitarlo. Cuánta envidia yo le tengo al vecino de al lado. Por culpa de la envidia Caín mató a su hermano. Caídas de Imperios, año con año. Por culpa de la envidia familias han perecido. Muertes por herencias. Odio sin sentido. Envidia de la buena, envidia de esa no hay. La envidia es culera, pero más el que la trae”.
Muchos años atrás los de Klasch editan el álbum “Cómo hago para desprenderme de la envidia”. Probablemente nunca hayan encontrado la manera. Y en “No mires atrás”, de Minoría Activa, se revela: “Cuántas veces nos han engañado, cuántas veces nos han defraudado. Sólo mira cuántas mentiras. Gente falsa, pura hipocresía. No esperes a que ellos cambien. Tu persona nunca les importa. Nuestros sentimientos siempre fueron más fuertes. Es nuestra revancha contra esas personas. Nuestra revancha contra la mentira. Personas falsas en nuestras vidas. Tienen sólo egoísmo lleno de envidia… No mires atrás, no los necesitas. Siempre que puedan sabrán lastimarte. No les creas nada. Sólo quieren engañarte”.
En ese recordado libro de Ingenieros, su autor describía con crudeza: “La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena. Es el grillete que arrastran los fracasados. …De las heridas abiertas por el desengaño de la insignificancia propia. …Esta pasión es el estigma psicológico de una humillante inferioridad, sentida, reconocida. No basta ser inferior para envidiar, pues todo hombre lo es de alguien en algún sentido; es necesario sufrir del bien ajeno, de la dicha ajena, de cualquier culminación ajena. En ese sufrimiento está el núcleo moral de la envidia: muerde el corazón como un ácido, lo carcome como una polilla, lo corroe como la herrumbre al metal”. Nunca mejor sintetizado por nuestro filósofo.
Por ello se hace necesario distinguir entre admiración y envidia. El que admira quiere ser como el admirado. Emularlo, igualarlo tal vez, en una muda competencia no declarada. Pero el que envidia no quiere simplemente ser como vos. Quiere lo que vos tenés, y en su fantasía (inconciente, tal vez), arrebatártelo y eliminarte, para que no le hagas sentir más que es menos que vos. No importan tus méritos. No importa tu trabajo, tus esfuerzos ni incluso tu fortuna o buena suerte. Por lo cual, cada vez que alguien te diga que le provocás una “sana envidia”, no le creas. O no se está expresando correctamente, o te está queriendo decir algo más.