Como una estaca al lado de la barra, Jeremías Azvalinsky espera listo que comience su clase. Sin embargo, no hay rastros de rigidez dentro de las mallas azules casi pegadas a su cuerpo. Sus piernas están firmes, sus zapatillas mediapunta blancas no se mueven del piso y su cuello tira hacia arriba queriendo crecer cada vez más, pero desde sus ojos de mirada tranquila y alegre, desciende la suavidad. Su mentón apunta siempre hacia arriba, orgulloso.
Jeremías nació y vivió sus trece años en la ciudad de Santa Fe. Baila desde siempre, desde que tiene memoria. “Oficialmente, empecé a los ocho, pero siempre estuve moviéndome”, dice, sentado en el medio del salón de Impulsos-Espacio de Artes, en Santa Fe. Y pregunta: “¿Te contó la historia mi mamá?”. Arranca enseguida: “Yo no estaba convencido de tomar clases y empecé a hacerlo sin que nadie se enterara, porque en mi escuela ya me habían hecho burla antes, cuando dije que bailaba”.
Hace poco tiempo habló con ese compañero que se reía de él y le contó que ahora él “toma clases telas”. Jeremías también recuerda que ese chico quería bailar y sus padres no lo dejaron. Esa experiencia le enseñó muchas cosas al joven bailarín, tal vez por eso hoy remarca que en el mundo de la danza los celos siempre están muy presentes. “Yo compito contra mí mismo y nada más”, sostiene.
Los padres de Jeremías notaron que a sus dos años ya tenía facilidades para la danza. Le compraron una cinta y él se movía ágilmente sin enredarse. “Nosotros no venimos del mundo del arte”, señaló la mamá, que es docente. Menos aún tenían relación con la disciplina clásica. “Yo escucho los Redondos, imaginate”, dice Gabriela Serpentiello. “Pero a su abuelo siempre le gustó el tango y la música clásica, él le ponía las canciones de (Piotr Ilich) Chaikovski y Jeremías bailaba de una forma muy natural, como si supiera hacerlo”, recuerda.
Jeremías arrancó tomando clases de tela y la maestra de ese entonces les habló por primera vez de la danza clásica. “Varias personas nos dijeron que lo lleváramos con Bety Sture, una reconocida docente de Santa Fe”, comenta su madre. Después de algunos intentos fallidos, Jeremías aceptó ir a clases, pero con una condición: que nadie en su escuela se enterara de lo que hacía.
Entre los seis y siete años, comenzó a bailar ballet y todas las dudas quedaron despejadas. No hacía falta que nadie confirmara el talento que albergaba en ese pequeño y largo cuerpo ambicioso de danza, pero a sus trece años llegó una de las noticias más esperadas.
Larisa Falco, su actual docente, les comunicó que ya estaba listo para la audición de ingreso al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Y además, vaticinó que iba a quedar seleccionado. Tras las pruebas técnicas, artísticas y físicas, a finales de noviembre fue becado para ingresar al tercer año. Hoy, asegura que encontrarse con Larisa, “es lo mejor” que le pasó hasta el momento.
Vender el auto para cumplir el sueño
El día que Jeremías, Gabriela y Pablo (el padre) se enteraron de que ya estaba listo para audicionar, ninguno esperaba la noticia. No por la preparación del bailarín, sino por su temprana edad. “Uno como padre siempre busca que su hijo cumpla los sueños y se imagina que va a hacer lo que sea necesario para alcanzarlo, pero nosotros creíamos que iba a ser en unos años más”, cuenta su madre. Jeremías confiesa que le pasó algo similar. “Creía que sería más adelante”, dice.
Aquel día los tres se sentaron a charlar. El “sí” de Jeremías fue claro y seguro. Sus padres no dudaron en apoyarlo. Tras quedar seleccionado entre los últimos cinco bailarines de los 28 que hicieron la audición presencial, Gabriela y Pablo, decidieron vender el auto para comenzar a juntar el dinero necesario para que el joven se mudara a Buenos Aires. “Fue lo más cercano que teníamos para vender y juntar una parte del dinero, al menos para acomodarnos durante estos meses”, explica su mamá. “Después veremos cómo nos vamos sustentando, pero lo vamos a hacer igual”, dice.
La contención de la familia, es muy importante para Jeremías. “No es fácil el camino que eligió en un mundo muy exigente y competitivo como el de la danza, por eso siempre le decimos que nosotros estamos para que hable y nos diga lo que sienta y quiera”, indica Gabriela. Jeremías, por su parte, destaca el apoyo incondicional de su familia. “Ellos siempre estuvieron y están, incluso cuando me caía en el medio de una presentación ellos aplaudían igual”, rememora.
En febrero, ya deben estar en Buenos Aires. Mientras sus padres se encargan de la mudanza, el joven remarca que lo más importante ahora es seguir mejorando su danza y estudiando Música y Francés, dos materias nivelatorias que debe rendir antes de comenzar el cursado.
La sensibilidad del artista
Jeremías no aparenta ser un niño de 13 años. Su altura, su forma de entablar las primeras palabras con desconocidos y su determinación, son propias de alguien mayor. Pero a la vez, no pierde la capacidad de soñar y de desear con ansiedad como un adolescente.
“Lo que muchos no saben es que para la danza clásica uno necesita ser fuerte, un guerrero por dentro, pero conservar lo sensible del artista y mostrarlo”, describió la profesora Fanlo, antes de dar las primeras indicaciones de la clase particular. “Mi trabajo con cada alumno y con Jere es ayudarlo a que conserve su sensibilidad a medida que vaya creciendo su técnica”, precisó la docente graduada del Colón.
Actualmente, la joven promesa de la danza hace tres clases por día. Antes del receso, también hacía sus entrenamientos diarios en el gimnasio y tomaba lecciones de elongación.
Su madre sostiene que Jeremías es un artista desde que nació y que su destino era este. “Desde chico le gustó todo lo relacionado al arte, me acuerdo que le encantaba ir a los museos”, cuenta. Aunque el joven conozca bien este mundo y triunfe en él, siempre pareció salido de otra época, sobre todo por su madurez. “Lo más destacable es su mirada positiva, sobre todo, que a la vez también puede deberse a su juventud, y por eso mismo muchas veces no detecta del todo aquello que puede ser malo para él”, señala su mamá. Para eso y para ayudarlo en todo lo que necesite, es que permanece a su lado siempre. “Nosotros estamos también viviendo su sueño y queremos hacer todo para ayudarlo a que se acerque”, dice.
“Para mí la danza es una pasión, pero una pasión por querer lograr aquello que es complicado, que te puede hacer dolor y es difícil, pero que al final busca ser algo bello”, contesta rotundo Jeremías. “Si fuera por mí, bailo todo el tiempo todos los días, porque es liberador”, se entusiasma.
Su esfuerzo se ve reflejado en sus resultados desde hace muchos años. Durante la pandemia siguió entrenando todos los días desde su casa. Su familia le acondicionó un espacio y con un palo de escoba recrearon una barra para que pudiera hacer los ejercicios. “Lo virtual le abrió muchas puertas porque tomó varias clases con profesores internacionales e hizo muchas audiciones en las que quedó, pero por cuestiones económicas no pudimos viajar”, lamenta la madre.
El joven todavía está impactado con su beca para el Teatro Colón. Dice que le costó digerir la noticia e incluso ahora sigue pensando en los exámenes que tiene que superar para quedarse tranquilo y disfrutar de su logro. Es que desde temprana edad conoció la satisfacción de cumplir una meta y tener que ir en busca de otras, de más.
“Yo lo que quiero ahora es ser la mejor versión de mí y espero lograr eso en mi paso por la escuela del Colón”, dice. Jeremías admira a varios bailarines, pero recuerda una anécdota que contó Julio Bocca que lo marcó y guio para siempre: “En una entrevista, contaba que muchas veces se cayó y que nunca se rindió y yo siempre que no puedo con algo recuerdo eso”.