Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista @FILOROCKER
Sesgo de violencia, metáfora de contundencia, o referencia fálica, las armas de puño son alusión en el rock
No será la primera vez que suceda que si pensamos en el western como género cinematográfico, que supo tener su prolongado cuarto de hora y formaba parte de los preferidos del sector masculino, asociemos sus películas con difundidos clisés que atravesaron las décadas, entre tantos títulos famosos, desde los originales gestados en los Estados Unidos hasta la versión italiana que dio en llamarse western spaghetti, y que tuviera no sólo la celebrada trilogía de Sergio Leone estelarizada por Clint Eastwood sino la posterior en clave de sátira que protagonizaban Bud Spencer y Terence Hill, entre otros varios ejemplos más.
Se hablaba de la pistola más rápida del Far West. De un duelo al sol. De asaltos, diligencias, pistoleros, cazarrecompensas, buenos muy buenos y malos muy malos. Así, sin matices, sin grises, sin términos medios. Porque la popularidad y la aceptación dependían de ese momento de decisión que definía hacerse cargo de un desafío, y enfrentarlo pistola en mano. Porque la duda y la cobardía no tenían cabida, la debilidad parecía la puerta de entrada a la deshonra, y el honor se defendía a cualquier precio. No es casual que al día de hoy la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos todavía consagre el derecho de sus ciudadanos a poseer y portar armas. Y con ello, la polémica.
Con los años vendrían las interpretaciones y se sucederían las traducciones de los simbolismos, donde la aplicación generalizada de ciertos conceptos psicoanalíticos provocó que todo se circunscribiera a visualizar a las armas de puño como una expresión de lo fálico, es decir la simbolización de un pene, de lo masculino, de la virilidad. Claro, no se pensaba en personajes femeninos como pistoleras. Por entonces las cuestiones de género no tenían cabida y todo era el imperio de un patriarcado que tardaría mucho en debilitarse, tanto como para permitir y propiciar esa deconstrucción que, en algún punto, se iba haciendo necesaria o inevitable.
Mientras tanto, parecía que todo se trataba de exhibir un humeante caño de metal que escupiera fuego. Y plomo. Y que podía matar. Con un tambor giratorio de seis balas, un gatillo, una mira, un percutor y una empuñadura cuyas cachas permitieran acumular las muescas que señalaran los rivales eliminados. Y mucho olor a pólvora. Algunos, el acto del disparo lo llevaban a un delirante extremo, casi a una sensación orgásmica. Pero tanta algarabía y festividad imprudente reclamaba que se le pusieran límites y se reglara desde la responsabilidad y el sentido común. Que las armas no son para cualquiera, que sólo deben usarse para una causa legal y justa, y que siempre deben ser el último recurso. Claro que decir esto cuando se convive en un contexto de descontrolada violencia generalizada parece sólo un discurso hueco que se aleja cada vez más de la realidad y sus constantes peligros, entre unos cuantos que “salen de caño”, o que son sicarios, o psicópatas sueltos de dedos nerviosos y emociones inestables.
Del modo que sea, el universo cultural del rock se ha ido haciendo cargo de esta cuestión de los revólveres y pistolas, reflejándolo en sus letras y también en la denominación de numerosos grupos que han sido reconocidos popularmente. Quizás los más emblemáticos sean los setentistas británicos punks de Sex Pistolsy los californianos metaleros de Guns N’ Roses. También asoman y merecen mención Velvet Revolver, la banda estadounidense liderada por Slash y dos más de los demás integrantes de los Guns, sin Axl, claro, en el prolongado interregno en que la banda entró en pausa. Además de los españoles de Revólver, y Niños Con Pistolas (Venezuela), Dúo Niño, Parabellum (País Vasco), Pistola (Galicia) y Los Panchos Pistolas (Perú). Obviamente la lista es más amplia. Y la originalidad, como vemos, escasa.
En una recorrida sobre las canciones que merecen recordarse abordando la cuestión, tanto en español como en inglés, asoman varios títulos que ya son clásicos. El pionero y prolífico Litto Nebbia editó en 1973 el recordado disco “Muerte en la Catedral”, en el que incluye “El revólver es un hombre legal”, para hablar de la pérdida de fe por parte de la humanidad y de la naturalización de la violencia, en un período crítico de la historia argentina reciente: “La humanidad no fue lo que yo esperaba. Ni siquiera lo que mi conciencia dictaba. Larga es la realidad, tan corta la justicia. Por eso el revólver es un hombre legal”.
En 1989 Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota editan el larga duración “¡Bang! ¡Bang!… Estás Liquidado”, en el que incluyen “La Parabellum del Buen Psicópata”, en obvia referencia a la pistola semiautomática de origen alemán que se acciona por retroceso. Con la polisémica poética con la que por entonces hacía gala Carlos Solari, anunciaba: “Un gran remedio para un gran mal. Amores como flechas van cruzando el sueño, y te acribillarán”.
En 1991 Divididos, una de las dos bandas que surgieron tras la disolución de Sumo por la muerte de Luca Prodan, edita “Acariciando Lo Áspero”, incluyendo “El 38” -rápidamente convertido en hit-, en el que describen a un marginal desbordado por su situación crítica, a punto del suicidio. Pero que no se decide. “El 38 está cargado. Le puse balas pero no se hace apretar. En el Oeste está el agite. El líder manda pero vos, vos te quebras. Y para qué tanto amor, si de chiquito soy así. Pensá, pensá dice «la tele». Yo dije sí, pero no…, pero no tanto. Boxearon juntos con sus dos hijos, mientras la guita se le iba por el diván. Cazá los brolis, dice tu vieja. Y ese tipo por la radio no para de hablar. En tu cabeza hay muchas cosas. Y la Martita se te fue. Vas a los bares y no te alcanza. Todo te pesa, bancátela”.
En 1994 Los Piojos editan “Ay Ay Ay”, incluyendo “Pistolas” para contar una historia que hoy le pega a unas cuantas de nuestras ciudades: “Tanto tanto que te cuidabas y ahora estás confinada, nadie te fue a ver. Me acuerdo cuando bailabas, me acuerdo que ni mirabas, nunca entendí bien. Un escote que termina donde empieza la caída de algún otario sin red. No te salvó el día en que salías, discutían y el botón tiró, y ya ves… Pistolas que se disparan solas. Caídos, todos desconocidos. Bastones, que pegan sin razones. La muerte es una cuestión de suerte. Que se maten, nomás. Que se maten, nomás. Que se maten, nomás, en el Gran Buenos Aires. En la parte de atrás háganse su ghetto, quédense en su barrio. Y que no se ajuste el cinturón de Rosario…”
El exquisito poeta que siempre fue Gustavo Cerati, liderando Soda Stereo, incluye en el álbum “Sueño Stereo” (1995) la inolvidable y críptica “Ella Usó Mi Cabeza Como Un Revólver”, que bien podría estar haciendo referencia al daño que provoca el consumo de drogas y no a una superficial situación sentimental. Misteriosamente, la frase del título es la traducción exacta de una canción de los británicos de T. Rex, y fue una de la mejores canciones de Cerati: “No creerías las cosas que he hecho por ella… Era una piedra en el agua, seca por dentro… Fui tan dócil como un guante y tan sincero como pude…” Sí, ella usó su cabeza como un revólver.
“Con tu propio revólver”, editada en 2016 por los quilmeños de Santuario Rock, buscando saber quién es el interlocutor interior: “Quiero saber qué designios marcan el deseo de disparar, en mi cabeza, y volar mi alma…” La Bolsa (San Lorenzo), ahora liderada por Elías Pardal, en clave de rock and blues, tiene una buena canción: “El38”, y el inconfundible estilo de siempre: “Puedes hacer tus maletas en cualquier momento. Desvalijar a los giles y tomar el avión. Puedes volar tu cabeza, y decir que es de locos. Puedes jalarle el gatillo y desechar el adiós. Completar tu vida con el 38 en la sien”.
“Bang Bang (My Baby Shot Me Down)”, la de Sonny Bono que ha cumplido como canción casi 60, y que tuviera recordadas versiones como la de Nancy Sinatra, fue revisitada por Nico Vega, para contar una historia que se remonta a la infancia: “Yo tenía cinco y él seis. Montamos en caballos hechos de palos. Él vestía de negro y yo vestía de blanco. Él siempre ganaba la pelea. Bang Bang, me derribó. Bang Bang, golpeé el suelo. Bang Bang, ese sonido horrible. Bang Bang, mi bebé me derribó. Las estaciones llegaron y cambiaron el tiempo. Cuando crecí lo llamé mío. Él siempre se reía, y decía: ´¿recuerdas cuando solíamos jugar?´…”
The Beatles, además de “Revolver” (justamente), en el “Álbum Blanco” (1968), graban “Happiness is a warm gun” (La Felicidad es una Pistola Caliente). Fue compuesta por John Lennon e inspirada en una frase que leyera en la portada de una revista especializada en armas.
Merecen mención “Bullet With Butterfly Wings” de los Smashing Pumpkins” y “The Guns of Brixton” de The Clash. Pero el cierre es para Bob Dylan, quien en su himno “Knokin´ on Heaven´s Door” sintetiza su plausible postura filosófica escribiendo: “Mamá, pon mis armas en el suelo. Ya no puedo dispararlas…” Ojalá fueran muchos los que no pudieran.