Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista @FILOROCKER
El suicidio ha sido abordado desde diversas disciplinas y objetos culturales
Haber abordado la semana anterior la temática de las armas de puño en el rock como un sesgo de violencia no agota la cuestión en función de ejercerla contra el otro. Porque muchas veces, en oportunidades sin poder controlarla, esa violencia se inflige contra uno mismo. Minando la existencia, tiñéndola de tonos oscuros aún en situaciones que nadie las vería del modo negativo en que son percibidas. Quienes logran advertir esta tendencia depresiva o, peor aún, un camino autodestructivo, sea propio o de algún conocido, rápidamente deberían direccionar al afectado rumbo a una pronta consulta profesional. Pero no siempre sucede. Y el thánatos como el “instinto de muerte” que explica el Psicoanálisis ortodoxo termina imponiéndose. Y allí no hay remedio que valga.
En muchas de estas notas en esta Columna hemos referido que de la experiencia más auténticamente humana del filosofar, Karl Jaspers afirmaba que en nuestra entrega al conocimiento del mundo y las dudas que nos provoca, nos olvidamos de nosotros mismos, hasta que nos damos cuenta de nuestra situación, en la que estamos siempre, que son cambiantes, que se suceden, que no cesan, y que algunas son modificables, pero otras, las por esencia permanentes, son inevitables: padecer, luchar, morir; que nos hunden en un estado crítico ante su conciencia. Estas situaciones límite son el origen más profundo y significativo de la Filosofía: las que negamos en actos, pensamientos o palabras, como si creyésemos que no nos vamos a morir nunca, hasta el inevitable darse cuenta. Ahí nos salvará creer en la inmortalidad del alma, o nos resignaremos al regreso a la nada, o nos conformaremos con vivir como mejor se pueda el período de existencia que nos tocó. O nadie nos rescatará de la desesperación.
La Filosofía tiene una variedad de opiniones sobre el suicidio. Muchos pensadores han argumentado a favor de la moralidad del suicidio, afirmando que es una decisión individual que debe ser respetada. Otros han reflexionado que el suicidio es moralmente incorrecto, ya que contradice la ética cristiana y la ley divina, y que viola los derechos de los demás. Otros han señalado que es una obvia forma de autodestrucción, y por lo tanto debe ser evitado. En última instancia, es una cuestión de ética compleja que debe ser tratada con cuidado. Algunos de los filósofos más destacados que han discutido el tema del suicidio fueron Epicuro, Platón, Aristóteles, David Hume, Immanuel Kant, John Stuart Mill, Thomas Nagel, Friedrich Nietzsche y Jean-Paul Sartre.
Ahora bien, está claro que ninguna corriente como el Existencialismo se ocupó tanto, desde la filosofía, dereflexionar acerca de las ocasionales tendencias autodestructivas del ser humano, que a veces, culminan en el suicidio. Jean-Paul Sartre, convencido del sinsentido de la vida, desde su nihilismo decía: “Yo -flojo, lánguido, obsceno-, también yo estaba de más. Afortunadamente no lo sentía, más bien lo comprendía, pero me daba miedo sentirlo. Soñaba vagamente en suprimirme, para destruir una de esas existencias superfluas. Pero mi misma muerte hubiera estado de más. De más mi cadáver, mi sangre entre esas piedras en medio de un jardín sonriente. Y la carne carcomida hubiera estado de más en la tierra que la recibiese, y mis huesos, al fin limpios, todavía hubieran estado de más. ¡Yo estaba de más para toda la eternidad!”
En “El mito de Sísifo”, el existencialista franco argelino, y ganador del Nobel de Literatura, Albert Camus analiza a dicho mito como la metáfora del esfuerzo vano e incesante de las personas, planteando que el único problema filosófico serio es el suicidio, como salida (o no) cuando llega a percibirse nuestra insalvable insignificancia. Aunque apenas un efímero destello de felicidad puede salvarnos de la autoinmolación.
Maestros pensadores del rock abordaron el tema, como Jim Morrison en “The End”, Bono con “Un día sin mí”, y Bob Dylan en “La balada de Holly Brown”. Charly García, inspirado en Camus, nos dice qué nos puede pasar a las 3 de la madrugada de un viernes: “Te hace bien tanto como hace mal. Te hace odiar tanto como querer, y más… Y un sensual abandono vendrá. Y el fin. Y llevás el caño a tu sien, apretando bien las muelas. …los que no pueden más, se van”. Años después agregaría, en “Suicida” que “Todo el mundo sabe bien que no hay salida”.
Luca Prodan, con “amo este mundo suicida” con su propia vida fue coherente hasta el final. Axl Rose confesaba, mirándose a un espejo: “tenés un pasaje de ida para tu suicidio”. Y Slash, en “Yo tampoco puedo”, trata al suicidio como única posibilidad de escape. “Una vez tuve un amigo que encontraron ahogado en su propio auto con los gases del motor encendido. Él tenía una nota justo a su lado: ‘Mamá y Papá, perdónenme por traer a vuestra puerta mi propio infierno.”. En “Tango suicida”, los de Extremoduro cantan: “Morir, sin más, pues nadie me ha venido a despertar. No estás, me abrí, y nadie me ha venido a despedir”.
En un muestrario más extenso no deberían faltar ”Hurt” por Nine Inch Nails, ”Suicide Solution” por Ozzy Osbourne, ”Sorrow“ por Flyleaf, ”Welcome to the Black Parade” por My Chemical Romance, ”Fade to Black” por Metallica, ”Slow Bleed” por Thousand Foot Krutch, ”My Last Serenade” por Killswitch Engage, ”Until The End” por Avenged Sevenfold, ”Break” por Three Days Grace, ”Nobody’s Hero“ por Black Veil Brides, ”Bury Me Alive” por We Are The Fallen, ”One Last Breath” por Creed, ”The Brightest Void” por Evanescence, ”Living Dead Girl” por Rob Zombie, ”My Immortal” por Evanescence, y ”Numb” por Linkin Park.
Vincent Van Gogh, el genial pintor incomprendido, suicidado a los 37 años, supo perturbar con sus obras a sus propios contemporáneos, que sólo vieron en él sus alucinados actos autodestructivos, propios de un delirante depresivo extremo. Antonin Artaud, el poeta maldito que escribiera “El suicidio, la locura y el arte”, se suicidó a los 51 ingiriendo una descomunal cantidad de pastillas. Ambos, eximios creadores de sus artes que no pudieron ver más allá de un acotado horizonte personal que no les auguraba ningún futuro. Ninguna salida. Ninguna posibilidad de un proyecto, despedazados a manos de una sociedad que no los contenía. Luis Spinetta, como modo de exorcizar su fragilidad, grabó el disco conceptual “Artaud”, enfocando en él su visión críptica sobre la autodestrucción.
Quizás aunque Andrés Calamaro crea que “Si no se suicidaron ya, fue por cobardía”, el suicidio no es la salida, y la muerte es el marco que da sentido a la vida, porque, como afirmaba Borges, “la muerte, o su alusión, hace preciosos o patéticos a los hombres. Estos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso”.
Martin Heidegger, para estos casos, hablaba de la “cura”, tendiente a resolver el vacío existencial, el sinsentido, el nihilismo radical, la herida original de la facticidad de estar arrojados al mundo, condicionando el proyecto de ser de cada uno. “Curarse” tiene como modos posibles descansar o admirar el paisaje de nuestra vida. Buscando curarse de algo tomando como señal la angustia que ese algo nos provoca. Pero de esa angustia terminal, para Gabriel Marcelen ocasiones sólo el amor puede salvarnos. Angustia que a veces coincide con descubrir que ”yo no sé si mis zapatos durarán todo el camino”, como cantaba Fito Cabrales, lo que tal vez le haya hecho decidir “Ya puse mi nombre en una bala” y creer que donde está “Es un buen lugar para caerse muerto”.
Pero siempre puede quedar una salida. Tal vez sea cuestión de seguir buscando. Como el cuarteto chileno Los Tres, que con una visión esperanzada, insisten: “He encontrado cosas buenas para soportar. Y si dices que te vas, que no lo quieres intentar, entonces, abre la ventana, y tírate. Yo sé que no lo harás. Hoy cae el cielo sobre el mar…” Sin embargo, la última imagen que nos deja el rock es el exlíder de Nirvana, Kurt Cobain, volándose la cabeza de un escopetazo, a los 27 años, dejando como melancólico mensaje de despedida que era mejor estallar antes que desvanecerse.
En “Desencuentro” el filósofo del tango Enrique Santos Discépolo, en clave de Existencialismo puro, advertía: “Por eso en tu total fracaso de vivir, ni el tiro del final te va a salir”. Sí, es que a veces surge esa persistente mala idea, en el peor momento, que se apropia de los pensamientos, de la que en “Afiches” hablaba Homero Expósito: “Dan ganas de balearse en un rincón…”