Por Ernesto Edwards/ Filósofo y periodista @FILOROCKER
Psicología, Filosofía y objetos culturales aportan sobre la soledad
Un reiterado refrán insiste con que “mejor solo que mal acompañado”. Y como hoy día se sigue repitiendo, muchos lo dan cierto. En contraposición, una cita bíblica afirmaba en el Génesis que “no es bueno que el hombre esté solo” (y agregaba: y Dios creó a la mujer), con lo cual cualquier cura de parroquia hoy se vería en dificultades a la hora de justificarlo desde una perspectiva de género. Más allá de ello, la soledad no puede explicarse en una sola frase. Porque es inherente a la vida humana, es constitutiva de su esencia y condiciona su existencia. Su significado es tan vasto y complejo como todo misterio que se resiste a ser develado. Y cuesta trabajo decidir acerca de la conveniencia o los riesgos de la misma.
La cuestión de la soledad ha sido abordada por la Filosofía y la Psicología desde distintos ángulos y perspectivas a lo largo de la historia. En la filosofía, la soledad ha sido vista tanto de manera positiva como negativa. Aristóteles afirmaba que el hombre solitario, aquel convencido de poder bastarse a sí mismo y de no necesitar de un grupo para sobrevivir, era una bestia o un dios. La imagen del solitario, al estilo del náufrago Robinson Crusoe, sería más una fantasía literaria que una referencia concreta. El ser humano es un animal gregario, aunque nos resulte más convincente o atractiva la postura del Contractualismo, que al modo de Thomas Hobbes, pregona que las personas tendemos a asociarnos sólo por necesidad o conveniencia.
Por un lado, otros filósofos, como Séneca, argumentaban que la soledad es necesaria para la reflexión y el autoconocimiento. En su obra «Sobre la brevedad de la vida» defiende que la soledad puede ayudarnos a encontrar la paz y la serenidad necesarias para reflexionar sobre el tiempo y nuestros propósitos. Y por otro, Jean-Paul Sartre, describió a la soledad como una experiencia angustiante e insoportable. Según este pensador contemporáneo la soledad nos confronta con nuestra propia existencia y nos hace evidente la falta de sentido de nuestra vida.
Hay soledades muy diversas y singulares a la vez. Se las pueden distinguir, en principio, de dos tipos. Una soledad con el Otro, de la que hablaba D. W. Winnicott en su artículo “La capacidad para estar solo”. Es una soledad con un Otro que él igualaba a la madre. Es incluso una soledad para el Otro. Sentirse solo aún con la presencia de alguien. Y hay una soledad sin Otro, una soledad más radical de hecho, sin representación posible en el lugar del Otro.
Jacques Lacan enseñaba que el sexo, en soledad o acompañados, representa una fuente de placer que a diferencia de otros placeres requiere y exige un esfuerzo constante, de diferentes tipos, cuya consecuencia son los síntomas que nos provoca. Y que puede terminar por enfermarnos.
Como era esperable por su tenor existencialista, el rock y la cuestión de la soledad han sido temas recurrentes en este género musical durante décadas, expresando sus ideas y sentimientos más profundos y personales sobre la alienación y la desconexión emocional. Muchos de sus más destacados creadores plasmaron obras maestras que lo han explorado de maneras impactantes, profundas y conmovedoras. Recorramos algo del repertorio del rock nacional argentino.
Como ya sabemos, el tango no es ajeno a nuestros rockers. “Soledad”, de dos adelantados como Gardel y Le Pera siempre fue versionado en clave de rock: “…Mi corazón una mentira pide, para esperar tu imposible llamado. Yo no quiero que nadie se imagine cómo es de amarga y honda mi eterna soledad”.
Será Luis Alberto Spinetta liderando la seminal Almendra que con “Tema de Pototo” esbozará uno de sus conceptos primigenios: “Para saber cómo es la soledad tendrás que ver que a tu lado no está quien nunca a ti te dejaba pensar en dónde estaba el bien, en dónde la maldad. La soledad es un amigo que no está…”
“Cuando yo me empiece a quedar solo”, de Charly García en tiempos de Sui Generis, la escribía magistralmente “Tendré los ojos muy lejos y un cigarrillo en la boca. El pecho dentro de un hueco y una gata medio loca. Un escenario vacío, un libro muerto de pena, un dibujo destruido, y la caridad ajena. Un televisor inútil, eléctrica compañía. La radio a todo volumen, y una prisión que no es mía. Una vejez sin temores y una vida reposada. Ventanas muy agitadas y una cama tan inmóvil. Y un montón de diarios apilados y una flor cuidando mi pasado. Y un rumor de voces que me gritan. Y un millón de manos que me aplauden. Y el fantasma tuyo, sobre todo, cuando ya me empiece a quedar solo”.
“Desconfío”, el clásico blues de Pappo: “No sé por qué imaginé que estábamos unidos, y me sentí mejor. Pero aquí estoy, tan solo en la vida, que mejor me voy”. “Soledad”, de Miguel Cantilo, y su confesión de preferirla: “Soledad, soledad, es mi amiga. Soledad es mi mejor canción. Ella siempre me hace compañía, en silencio y sin interrupción. Ella baila al compás de mi ritmo. Analiza mi composición. Y si canto mil veces lo mismo no le importa la repetición. Qué libertad ella me da. Nada como mi soledad”.
Fito Páez graba “La Rueda Mágica” y su verdad: “Uh, los días en cualquier lugar, perdido en una inmensa ciudad, en una rueda mágica. Y él, el ángel de la soledad, protege, lava y cura este mal. Él no me abandonará”. Spinetta y Charly, esta vez juntos, y “Rezo Por Vos”, esa canción mágica, misteriosa y mística: “La indómita Luz se hizo carne en mí. Y lo dejé todo por esta soledad… Morí sin morir, y me abracé al dolor. Y lo dejé todo por esta soledad…”
La Bersuit, “La Soledad” y este canto desesperado: “Esperaría que no te asuste este momento de sinceridad. Mi corazón vomita su verdad. Es que hay una guerra entre dos por ocupar el mismo lugar. La urgencia o la soledad. La soledad fue tan sombría que no te dejó encontrar tu naturaleza divina. La urgencia ganó esta vez, dispuesta a penetrarte, prepotente y altiva. Por las noches la soledad desespera…”
“Un Ángel para tu soledad”, de la legendaria banda ricotera, de cuando el Indio Solari estaba inspirado: “Ya sufriste cosas mejores que estas. Y vas a andar esta ruta hoy cuando anochezca. Tu esqueleto te trajo hasta aquí. Con un cuerpo hambriento, veloz. Y aquí, gracias a Dios, uno no cree en lo que oye. Ángel de la soledad y de la desolación, preso de tu ilusión, vas a bailar”.
“Tan Solo”, ese hit de Los Piojos. Imposible evocarla sin la intro de armónica: “Quizá no sea el vino, quizá no sea el postre. Quizá no sea nada. Pero hay tanta belleza tirada en la mesa. Desnuda, toda rebalsada. Apurás el vaso. Vas perdiendo el paso, y en la mesa ya no hay nada. Borracha está la puerta. Cerraste y quedó abierta. Y puedo escuchar tu llamada. Ooh… Tan solo”.
El bonus track de esta recorrida del rock en español se lo queda “Esta puta soledad”, de Kutxi Romero al mando de la ibérica Marea: “Se afeita el cielo para que no lo mires. Por eso yo te espero aquí, dejando crecer mis jardines. Radiante como un funeral, entrando en el armario a por el beso agrio que me besará cuando nuestro reloj se oxide”. Para pasar a ese plano de la definitiva soledad.