Succession es sin duda la serie más importante de la temporada y su final ha dejado a buena parte del público con esa sensación de duelo que provocan algunas grandes realizaciones. Hay quienes la ubican entre las mejores de la historia como Los Soprano, Breaking Bad o Mad Men.
Como todo el mundo sabe a esta altura, Succession, una creación de Jesse Armstrong, gira en torno de la familia Roy y sus tres primeras temporadas se ocupan, como su nombre lo indica, de la batalla entre los hijos para determinar quién va a suceder al patriarca, Logan Roy (Brian Cox), quien parece estar a punto de morir.
Kendall (Jeremy Strong) es el mayor -sin contar a Connor, producto de un matrimonio anterior- y da por sentado que es el heredero natural del imperio mediático que su padre ha creado. Shiv (Sarah Snook) envuelve a su padre con su amor y cinismo y le arranca una promesa parecida, aunque Romulus, o Rom (Kieran Culkin) se instala todo el tiempo en el borde, casi fuera del juego: es la clase de niño rico que solo sabe provocar.
Este combate por la sucesión, el intercambio de insultos y traiciones bajo la tiránica conducción de Logan -quien ha decidido no morir- vuelve algo tedioso el comienzo de la historia porque es difícil simpatizar con ellos, con ninguno de ellos. Shiv sería una buena candidata, pero está casada con Tom (Matthew MacFadyen) un hombre inexplicable, de la clase que llega genuflexo a una esfera social que lo supera, es obsecuente con sus jefes pero maltrata a sus subordinados.
Los hermanos no muestran talento alguno en el manejo empresario, pero están seguros de que heredarán el imperio. Buena parte de la historia se detiene en el análisis de las fusiones, las compras hostiles y otras herramientas de la arquitectura empresarial, pero en ningún momento se habla de la empresa en sí. Se trata de un conglomerado de medios, pero no se habla de medios ni de periodismo, ni siquiera del periodismo como negocio. En esas esfera tan altas el “holding” podría estar vendiendo tractores, ropa deportiva o computadoras.
Aun así Succession ha despertado desde el principio una enorme adhesión del público, tal vez seducido por la voluptuosa exhibición de la riqueza y el poder, por la fascinación de la maldad. Cuando Logan Roy finalmente sale de escena las cosas cambian. Se aproximan las elecciones y aparece el canal de noticias. Sube medio tono el ritmo general y la historia está en llamas.
Con los motores en marcha ahora sí tenemos la oportunidad de comprobar la impericia de los hermanos, los errores que cometen, sus eternos titubeos, la angustia compactada en el entrecejo a la hora de tomar una decisión. Ninguno de ellos ha hecho nada útil en toda su vida. No hay dudas de que es la serie más importante de la temporada, con una novedad. Si los protagonistas clásicos se regodean con la maldad y la falta de escrúpulos, Succession parece concentrarse en la ineficacia y el error, con la excepción de Logan, por supuesto, que no encuentra a Al Pacino entre sus hijos.