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Milan Kundera, Praga y el rock

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Por Ernesto Edwards/ Filósofo y periodista @FILOROCKER

Milan Kundera fue uno de los artistas que mejor describió los excesos del stalinismo a mediados de los 60

A sus 94 acaba de partir Milan Kundera, el notable intelectual checo que de muy joven debió exiliarse en París, donde residió hasta su muerte. Alguien tan profundo y versátil en cuanto a sus ideas e intereses, que podía analizar tanto el fútbol, como para decir que «tal vez los jugadores tengan la hermosura y la tragedia de las mariposas, que vuelan tan alto y tan bello pero que jamás pueden apreciar y admirarse en la belleza de su vuelo», como así también las cuestiones ideológicas más complejas, aplicadas a sus textos de destacado escritor. Sí, fútbol, literatura y filosofía podían relacionarse y convivir en un marco de mutua admiración. Es decir que lo popular puede codearse sin problemas con lo aparentemente de acceso más restringido.

Prolífico autor, sin embargo a Milan Kundera siempre se lo reconoció por una de sus novelas: “La insoportable levedad del ser”, que también tuvo una exitosa adaptación cinematográfica, pero de la que el propio autor no estaba demasiado conforme. Dicho libro abordaba, en clave existencialista, la vida -y su conflictiva sexualidad-, de un hombre en Praga, justo en 1968, cuando dicha ciudad fue foco de interés del mundo entero, mientras nuestro autor reflexionaba a la luz de Nietzsche y Sartre. Entre el vacío, la nada y el eterno retorno. Y, también, bajo la persistente opresión comunista. 

Sin embargo, en su juventud Kundera se afilió al PC checo poco después de la Segunda Guerra, siendo un fiel y entusiasta difusor de su ideología. Aunque poco tiempo después, por criticar al régimen, sería expulsado, para luego ser reincorporado, aunque sin abandonar nunca sus reservas, influyendo sobre una juventud que ya lo seguía y escuchaba. Con “La broma”, su primera novela, satirizó a la jerarquía totalitaria que detentaba el poder, convirtiéndose en un masivo éxito de ventas. Fue así que con la Praga del 68 y sus ansias de una democratización del socialismo, perdió su cátedra docente, se incautaron sus libros, se canceló su difusión y se le prohibió publicar. Declarado enemigo público, acosado policialmente y despojado de su nacionalidad, emigró a París.

Pongamos todo en contexto. Hoy en Praga se respira ese aire libertario que exhibió, a modo de rebelión y resistencia, en la recordada Primavera de Praga. Esa que describiera tan bien Milan Kundera. Claro que el rock también acompañó.

En el siglo 20 Praga padeció las dos guerras mundiales, la dictadura nazi y el totalitarismo soviético. No fue hasta la “Revolución de Terciopelo” y la caída del Muro de Berlín, en 1989, que Praga recuperó definitivamente la libertad, en el marco de la economía de mercado. Pero antes de ello, entre el 5 de enero y el 20 de agosto de 1968, de lo que apenas ha pasado medio siglo, tuvo lugar lo que se conoció como “La Primavera de Praga”, el movimiento popular que entre estudiantes, trabajadores e intelectuales buscó liberarse, en plena Guerra Fría, del régimen soviético que los oprimía y sojuzgaba. Un totalitarismo burocrático asfixiante que sometía a su satelitario gobierno local. Pero este intento terminó, de un modo violento, con la invasión de la Unión Soviética y sus adláteres del Pacto de Varsovia, aplastando los afanes libertarios de apertura política, libertad de prensa y derechos sindicales, que recién tendría su concreción poco más de dos décadas después, con la caída del PC checo y la recuperación del estado de derecho.

1968 fue un año para recordar: el asesinato de Martin Luther King y las revueltas del Mayo Francés harían visibles la disconformidad de amplios sectores populares que venían siendo postergados, perseguidos o discriminados. Sin embargo, en un ambiente menos propicio, los checos se anticiparon y se plantaban en la calle para impulsar y sostener las reformas desestalinizadoras que el nuevo presidente Alexander Dubček denominaba “socialismo con rostro humano”.

Como trasfondo y soporte cultural de ello se rebelaron intelectuales de vanguardia que ya venían destacándose en el mundo de la literatura checa, en la Unión de Escritores, como nuestro autor, Milan Kundera, y Tom Stoppard, con su obra “Rock `N` Roll”. Ambos textos, publicados años después de los eventos de 1968, estuvieron ambientados en la “Primavera de Praga”. 

Como era de esperarse tampoco estuvo ausente de este movimiento el rock, en el mismo momento en que los afanes revolucionarios se sucedían. Durante los años de plomo del comunismo checo la difusión del rock estuvo restringida, y autores como John Lennon fueron considerados subversivos, a la par de imperdonablemente imperialistas. Ello propició que la creatividad de la juventud checa se intensificara y comenzaran a elaborar su propia banda sonora, la que acompañaría esa bella y doliente primavera.

Esos jóvenes ya habían conocido el rock and roll de los ´50, que por entonces parecía inofensivo y hueco. Se cantaban versiones en inglés y al régimen parecía no inquietarlo. Quizás por la gran cuota de ignorancia y brutalidad que suelen tener los dictadores. Claro que las prohibiciones importadoras hacían complicado conseguirse los instrumentos musicales correspondientes.

Precisamente en 1968, Checoslovaquia tuvo en Framus Five al primer grupo autóctono en grabar “Blues in Soul”, un álbum completo de rhythm & blues con cierta influencia sonora de Chuck Berry. Aunque los críticos coinciden en que el primer disco de rock checo fue obra del grupo Olympic grabando “Tortuga”. Pero los tanques soviéticos, y el consecuente control del politburó usó mano dura para limitar la industria discográfica, elaborando listas negras de grupos culturalmente rebeldes, sometiéndolos o prohibiéndolos. O haciendo que las canciones más críticas se editaran sólo en versión instrumental. Poco tiempo después, aún casi desde la clandestinidad y la ilegalidad, surgiría Flamengo, una banda imprescindible para entender en plenitud el rock checo, entre encarcelamientos, trabajos forzados e inevitables exilios.

Por esos días, también se impuso la difusión de “Lápida”, la canción de Petr Novák que involuntariamente anticipó qué sucedería con el intento reformista de los checos. Lo propio sucedería con “Vete a casa, Iván”, en la que Jaromir Vomáča cantaba: “¡Vete a casa, Iván! Te está esperando Natasha. Aquí las mujeres no te quieren. ¡Vete a casa, Iván, y no vuelvas!”, a modo de himno de protesta.

Un año después, en enero de 1969, el joven estudiante Jan Palach se inmoló en protesta, y decepcionado, por la manifiesta resignación del pueblo checo respecto del sometimiento a los soviéticos. La represión más dura contra el anticomunismlo había vuelto a instalarse, y pasarían muchos años de lo que se denominó “normalización”, hasta arribar a 1989 y su consecuente “Revolución de Terciopelo”.

Hoy día, perdernos por el barrio Mala Strana implica encontrarse con un símbolo de la resistencia checa, el “Muro de John Lennon”. Una pared situada en la plaza Velkopřevorské náměstí, que a comienzos de los ´80 era recurrentemente adornada con graffities que focalizaban en la figura del pacifista pensador y rocker de Liverpool, y con fragmentos de letras de The Beatles. Este muro tras el asesinato de Lennon en 1980 apareció pintado con la imagen del rocker y leyendas desafiantes a las autoridades comunistas. Los policías las borraban, pero las pintadas reaparecían. En la actualidad es considerado un monumento permanente a la rebelión y a la libertad de expresión. Nada más adecuado tratándose de uno de los principales exponentes del rock, del pacifismo y del pensamiento contemporáneo.

Esos fueron los tiempos que tan bien supo retratar Milan Kundera. Por esos años, y antes y después, iluminaba con que “la vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro”. Y que “allí donde habla el corazón es de mala educación que la razón contradiga”. Un filósofo pesimista, un conocedor del sinsentido, un escéptico exquisito. Un artista que vivió a fondo. Se fue, pero vive en su obra.

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