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El final de Roger Waters

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Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER

El disco nuevo de Roger Waters lo muestra en un decepcionante e irrecuperable período de decadencia

En esta Columna explicamos que sólo algunos pocos elegidos del mundo del arte y la cultura han tenido la visión y el tiempo suficiente como para trabajar en favor de elaborar y dejar establecida cuál es la última imagen propia con la que desean ser recordados, con alguna obra que pueda valorarse como aquel legado de su madurez con el que pretenden, de algún modo, despedirse. Dando los pasos adecuados para llegar a tal desenlace.

Lo vienen haciendo, en el universo del cine, tanto Clint Eastwood como Woddy Allen, ambos alrededor de sus novenas décadas de existencia. Lo hacen, pero desde las Letras, Haruki Murakami y Margaret Atwood. Y también lo hacen, desde el vasto mundo del rock, Bob Dylan y Mick Jagger. Todos ellos pensando no sólo en lo que editan para que el mundo descubra y valore su nueva producción, sino especialmente para que forme parte del último cuadro con el que desean ser evocados.

Muchas veces nos preguntamos para qué ver un archivo que recorra la biografía de tal o cual autor, y qué esperamos ver. Quizás una coherencia a lo largo del tiempo, tal vez su evolución, o posiblemente un cambio cualitativo que signifique un movimiento hacia su progreso intelectual. También se cree, quizás con justa razón, que para una evaluación final de un gran artista, un criterio sería tomar una obra de su juventud, otra de su madurez y, finalmente, la última con la que configuró su retiro. Traducido en términos rockeros, no deberíamos opinar demasiado sobre la totalidad de las virtudes escénicas de un rocker si no lo vimos en un show en por lo menos tres ocasiones en diferentes momentos de su carrera. Discutible, pero vaya como una pauta de aproximación para facilitar un abordaje. 

Toda esta introducción para referirnos a Roger Waters (1943, UK), quien no necesita presentación. Basta con enumerar los brillantes e inoxidables discos conceptuales que compuso en los recientes 50 años para estar obligados a reconocer que han sido obras que mejor describieron, entre la metáfora y el símbolo, el universo de un autor comprometido con su problemática existencial y filosófica. 

Desde una perspectiva ideológica próxima al neomarxismo althusseriano, Waters fue editando, primero desde la plataforma de Pink Floyd, y luego como solista, discos tales como “Animals”“Dark Side of the Moon”“The Wall”“Radio K.A.O.S.” y “¿Es esta la vida que realmente queremos?”, con una clara definición política y una exquisita pluma. Sus letras son recordadas masivamente y han acompañado verdaderos hitos de la historia de las últimas décadas, como la Berlín partida en dos y la posterior caída de su infame Muro. 

Gran referente de su género, destacado bajista del rock y autorizado creador de espectáculos masivos que vienen recreando su obra, lo imaginábamos (y deseábamos) llegando a la madura edad de 80 años como quien seguiría alumbrando como un faro de coherencia a una juventud ávida de modelos a seguir. Incluso su activismo en favor de reconocer los derechos argentinos por Malvinas lo acercaba aún más al paradigma de pensador comprometido. 

Sin embargo, quien hace apenas una semana editó “Dark Side of the Moon – Redux”, a medio siglo de la incomparable y psicodélica versión original que se conoció cuando lideraba la legendaria Pink Floyd, sigue dando bastante tema para hablar, no tanto ahora por su vasta e irreprochable obra artística sino por el camino escabroso que eligió desde hace varios años para expresarse en cuanto a sus adhesiones e identificaciones políticas, siempre del lado de dictadores, regímenes totalitarios y posturas antisemitas, algo que algunos atribuyen a lo que sería una notoria disminución de sus frenos inhibitorios, consecuencia quizás de una edad que lo ha llevado a exhibir lo que realmente piensa, luego de décadas de ocultarlo. A una edad de la se espera sabiduría y experiencia, y no una traición al ideario que supo popularizar.

Claro que impugnar su magnífica obra artística a partir de su pensamiento político sería entrar en una práctica de la cultura de la cancelación, que es siempre discutible, aunque Waters haya pasado todos los límites, empeñándose en arruinar su prestigio, justo en una coyuntura internacional que muestra a Medio Oriente desangrándose por el repudiable y horroroso ataque de un execrable grupo terrorista contra indefensos ciudadanos civiles de un país soberano como Israel. Mención que corresponde hacer por la postura del músico en favor de Palestina y en contra de los judíos, próximo al postulado aniquilador que sostiene Hamás.

Ahora bien: ¿Qué le pasó a Roger Waters? Si era un artista que en sus inicios bregaba por la libertad de pensamiento desde un neo-marxismo pacifista.  Hagamos un ejercicio de voluntad y focalicemos en una reducción fenomenológica a los fines de analizar y evaluar su reciente disco. Primera impresión: Waters no dudó, o no le importó, arruinar “TDSOTM”, seguramente un gran ensayo filosófico sobre la locura, la vejez y la avaricia, con una versión que por estos días ya está presentando en vivo por Europa. Un disco que ninguno de sus excompañeros quiso volver a trabajarlo en un estudio. 

El resultado que obtuvo es un álbum acústico, que parodia -al modo de un remedo patético-, la gloriosa versión original, disfrazándola ahora de minimalista, y que ahora arrojó en estado de descomposición al basurero. Pensemos que estamos hablando, por ejemplo, de una canción como “Money”, icónica declaración de principios que hizo de este autor un incuestionable pensador contemporáneo. Intentando ser justo, su creador ya había anticipado que el “Redux” no reemplaza al disco original, y que es una especie de auto homenaje a un mensaje que mantuvo medio siglo de vigencia. Hasta que lo escuchamos y se advierte la intención clara de imitar, defectuosamente, a Tom Waits y su oscura y teatral voz. Se entiende lo del paso del tiempo y el natural envejecimiento. Pero no justifica el facilismo y superficialidad que eligió Roger Waters. Es más: no hacía falta. Y menos cuando también se nota que buscó incluir en su torpe facsímil al maestro Leonard Cohen, quien en sus últimos registros se había convertido en un notable fraseador de sus propios poemas filosóficos.

El autor de esta nota tomó contacto con la obra de Roger Waters justamente con la edición de “Dark Side” en 1973. Y a partir de ese momento nunca dejé de maravillarme con sus creaciones, tanto en grupo como luego en modo solista. Y siempre hice la experiencia de verlo, presencialmente, tanto en Argentina como en Europa, cada vez que tuve posibilidad. Y lamento tanto esta actualidad del bajista teñida de odio, crueldad y una enorme cuota de irracionalidad.

“Dinero. Escapar. Conseguís un buen trabajo con más salario, y estás bien. Dinero. Es un gas. Tomá ese dinero con ambas manos y hacé un alijo. Auto nuevo, caviar, cuatro estrellas, ensueño. Creo que me compré un equipo de fútbol. Dinero. Volver. Estoy bien, Jack. Mantené tus manos fuera de mi montón. Dinero es un éxito. No me vengas con boludeces. Estoy en la categoría de viaje de primera clase. Y creo que necesito un jet Lear. Dinero es un crimen. Compartilo de manera justa, pero no tomes una porción de mi pastel. Dinero. Eso dicen. Es la raíz de todo el mal de hoy…” Ese era tu mensaje, tu manifiesto anticapitalista al que muchos creímos honesto. Como cuando decías en “The Wall” eso tan fuerte de “No necesitamos educación alguna. No necesitamos ningún control de pensamiento”. Pero, claro, todo antes de convertirte en un millonario rockstar.

Te admirábamos tanto, Waters. Y hoy sólo inspirás rechazo por tanta incoherencia e insensibilidad. Ni los ucranianos, ni los israelíes, ni todos los que estamos por un mundo libre nos merecíamos este duro final tuyo de decadencia y decrepitud. Traicionaste a todos. Tal como lo convalidó tu excompañero David Gilmour, tu imagen final es la de un anciano deplorable justificando y celebrando el horror. Y, aunque es menor, que acaba de despedazar una gran obra conceptual.

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