Por Ernesto Edwards/ Filósofo y periodista @FILOROCKER
Un disco editado este año vuelve a exponer el recorrido filosófico de Dylan de una manera singular
Ahora que este 2023 está a punto de terminar, no se puede dejar de hacer referencia a uno de los pensadores vivos con mayor lucidez y profundidad que ha dado el universo cultural del rock. No por nada Bob Dylan(Duluth, 1941) es Premio Nobel de Literatura y ha demostrado que es un auténtico filósofo, de esos que saben que su misión es provocar a su público para que ellos reflexionen acerca de las cuestiones más relevantes de la vida, especialmente las de la naturaleza humana.
Dylan siempre ha ido contra la corriente. Cuando todos participaban de un recital benéfico, él pretendía cobrar por tocar. Mientras que en ocasiones en las que podría haber obtenido un buen cachet decidía presentarse gratuitamente. Ni hablar de sus devaneos religiosos. Primero de confesión judía, se convirtió al cristianismo, para también ser budista y luego tener su período agnóstico. Y siempre con la misma convicción. Y sin inhibiciones a la hora de retomar cualquiera de esos credos. Tampoco se ha manejado con docilidad hacia las exigencias del negocio discográfico a la hora de decidir la duración ni el tenor de sus canciones, algo que ya hemos desarrollado in extenso en esta Columna.
Nunca ha sido un creador complaciente. Nunca se rebajó a la búsqueda de agradar. Ni siquiera se preocupa por saludar o interactuar con su público. Coherente con lo expuesto sobre sus características personales, ahora que la pandemia terminó y las angustiantes cuarentenas ya forman parte del pasado, y todas las perfomances artísticas son presenciales, él decide exponer lo que fue oportunamente un breve show por streaming. Claro que con características absolutamente propias. Aunque tomando como punto de partida que no existirá ningún espacio de retroalimentación con nadie. Porque están los que dialogan y también los que se destacan por el nivel y la calidad de su monólogo solipsista. Así es Bob Dylan. Así será siempre mientras pueda expresarse. Algo que no tenemos precisión de cuánto tiempo más durará. Especialmente ahora que sabemos que no queda demasiado lejos el momento en que deje de elaborar producciones artísticas nuevas.
Para no crear falsas expectativas, antes de introducirnos en el análisis del disco, digamos que “Shadow Kingdom” no es un álbum de canciones inéditas. Es un recorrido por su vasto y rico repertorio, que hace especial hincapié en su período sesentista. Y ya se sabe que a la hora de seleccionar composiciones propias, con la intención de exponerlas, a la base de ello cada artista tiene un posicionamiento ideológico. En Dylan nada es casual cada vez que decide expresarse. Y porque además es un gran deconstructor de sus propias creaciones, dándose margen para decir algo más allí donde pareció haber dicho todo.
Siempre aclaramos que, tal como bien señalaba Umberto Eco, el título de una obra viene a cumplir el rol de adecuado agente contextualizador de su contenido, anticipándolo. En ocasiones, la multivocidad y polisemia que ofrece una denominación hace que todo se vuelva más complejo y oscuro. Y no nos olvidemos de que Dylan, además de un reputado pensador tiene la virtud de ser un gran poeta que siempre supo jugar el juego de las metáforas. Por tanto, no esperen que a su lector u oyente le ofrezca todo resuelto. Todas estas son claves a la hora de pretender interpretar su obra. Y darle el nombre de “Reino de las Sombras” también hace pensar en la paradoja de este profeta que busca iluminar.
No es un dato menor que esta grabación que dio pie a este disco – movie se realizó en los tiempos más convulsionados de la pandemia, cuando el horizonte de la esperanza se veía lejano. Y que aunque todo parecería superado, el viejo Bob ha querido testimoniar con su registro ese momento, justo cuando suspendió su Gira sin Fin, sin olvidar de que el covid está en pausa, y que sigue siendo una amenaza latente. Para quienes siguen a Dylan en redes sociales a ninguno escapó su breve y efectivo mensaje de entonces: “Take care” (Tengan cuidado).
“Shadow Kingdom” no es un disco más. Es la grabación de una performance diseñada y guionada por el mismísimo Bob Dylan. Y que no es sólo sonido. Ni pura música excelsa y letras que marcan un rumbo. Es una actuación, una representación, con actores incluidos en una escenografía imaginaria, de una obra dramática que se vertebra en torno a unas cuantas canciones geniales que dan sentido a un texto más amplio y general, como si con un puñado de temas preexistentes hubiese podido organizarlos como si fuera originalmente una obra conceptual, de corte surrealista. Así de creativo es nuestro filósofo.
“Shadow Kingdom” no es únicamente un lugar virtual a la distancia de un click en una plataforma digital. Es también el disco de vinilo, que ha vuelto para ocupar su lugar. Y es, además, una realización cinematográfica en estilizado blanco y negro reflejando un concierto donde tanto músicos blancos como espectadores negros exhiben su mutua elegancia, mientras beben, fuman y bailan, absortos en un bacanal nocturno en el que escuchan para seguir aprendiendo, cada vez que el viejo profeta se expresa, con su guitarra, con su armónica y con su voz cansada pero entera, en un playback explícito con el que no te quieren engañar, a la par de lucirse con ese fraseo del que sabe qué y cómo decir.
Bob Dylan eligió cuidadosamente su tracklist. Pero no fue un amontonamiento de canciones sucesivas. Cada transición tuvo su interludio compuestos especialmente para la función. Que entre magia y fascinación creaban el clima para lo que inmediatamente sucedería con cada reconocible tema, sumado al estreno instrumental del delicado y exquisito “Sierra´s Theme”, con el que da cierre a todo.
“When I Paint My Masterpiece”, “Most Likely You Go Your Way”, “Queen Jane Approximately”, “I´ll Be Your Baby Tonight”, “Just Like Tom Thumb´s Blues”, “Tombstone Blues”, “To Be Alone with You”, “What Was It You Wanted”, “Forever Young”, “Pledging My Time”, “The Wicked Messenger”, “Watching the River Flow”, “It´s All Over Now, Baby Blue” y la ya citada “Sierra´s Theme” configuran una secuencia de lujo. Pero conviene destacar un par de ellas. La primera, “When I Paint…” es donde Dylan se burla con fina ironía de aquellos que viajan no por aprender sino sólo para ser turistas, sin reparar en la historia y en la filosofía de cada pueblo, de cada lugar. En la actual versión reescribe el final para advertirnos que debemos prepararnos para cambiar el mundo, y que lo mejor sobrevendrá, metáfora al fin, cuando él termine de pintar su obra maestra.
Y la otra, “Forever Young”, es una de las mejores plegarias de toda la historia del rock: “Que Dios te bendiga y te guarde siempre. Que todos tus deseos se hagan realidad. Que siempre hagas por los demás. Y deja que otros hagan por ti. Que construyas una escalera hacia las estrellas, y que subas cada peldaño. Que permanezcas siempre joven y que crezcas para ser justo y para ser verdad. Que siempre la sepas, y veas la luz que te rodea. Que siempre seas valiente. Mantente erguido y fuerte. Que tus manos estén siempre ocupadas y tus pies sean siempre veloces. Que tengas una base sólida cuando los vientos de cambio empujen. Que tu corazón esté siempre alegre. Que tu canción siempre sea cantada. Y que permanezcas siempre joven”. Como tu alma, Maestro.
FICHA TÉCNICA
“Shadow Kingdom” (2023)
Intérprete: Bob Dylan
Género: rock, folk
Tracks: 14 – Duración: 54´
Calificación: muy bueno