Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER
A cualquiera apasiona ir a lugares deseados. La Filosofía y el rock reflexionaron sobre los viajes
Algunos temas son siempre de vigencia plena. Los viajes, a cierta altura de cada año (o de la vida), sobre todo poco antes de que esté por finalizar (el año o la vida), es un recurrente tema de interés. Una de las grandes fantasías de muchos es la de viajar sin fin. Ser un ciudadano del mundo, como proponían estoicos y existencialistas. Un hombre de ningún lugar, como planteaban en “Nowhere man” The Beatles. No ser de aquí ni ser de allá, como cantaba Facundo Cabral. Y que para ello dé casi lo mismo estar en la Grand Central Station de New York City, la estación de trenes más grande del mundo, o en el pequeño apeadero del encantador pueblito galés de Abergavenny. En ambos sitios veremos formaciones que vienen y van. Y gente. Con apuros, con sueños, con proyectos. Iniciando viajes. O regresando.
Los ya citados Beatles, con “Boleto Para Pasear” y “Viajero de Día” expusieron desde sus inicios su temprana inclinación por viajar, por pasear, por trasladarse de un lugar a otro. Por ello cimentaron su carrera instalándose, desde su portuaria e iniciática Liverpool natal, en la también portuaria Hamburg, en Alemania Occidental.
Para aquellos que tuvieron la oportunidad de viajar a veces la ciudad más visitada está ligada a la actividad laboral. Otros casos tienen relación con un plan turístico o vacacional. El caso que fuese es que para unos cuantos parece una imprescindible etapa previa conocer el propio territorio antes de aventurarse al exterior. Como ese “rocanrol del país” que cantaban Los Redondos, cuando a veces peregrinamos hacia donde sea con tal de ver nuestra banda preferida. De cualquier modo, todos sabemos cuál es nuestro “lugar en el mundo”. Aquel con el que nos identificamos, nos hemos sentido cómodos, o está asociado a un buen momento de nuestras vidas, donde deseamos regresar. O quedarnos a vivir. Aunque Joaquín Sabina proponga “que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Quizás porque todo fluye, y nada se repite del modo que fuera alguna vez.
A la hora de elegir un rumbo estamos convencidos de que en el lugar que seleccionamos el clima es mejor, la cultura es más interesante, los paisajes son más impactantes, los lugareños son más fascinantes. La literatura, el cine y la música se ocuparon ampliamente de alimentar nuestra imaginación. Desde el arquetípico viaje de Ulises en la “Odisea” homérica al otro más simbólico aún del “Ulysses” de James Joyce, ambos como paradigmas de búsquedas humanas más originarias que implican un alejamiento y un retorno a uno mismo para recorrer el largo camino del autoconocimiento. Y porque en todo esquema literario o dramatúrgico siempre ha tenido su viaje aquel héroe que se precie de tal. Viajó Platón con su mito de la caverna, y también lo hizo Nietzsche en “Así habló Zaratustra”. Y lo mismo hará aquel que anhele llegar al sitio exacto que fue escenario de su película favorita, aunque parezca pueril.
Hay, sin dudas, viajes de todo tipo: breves, extensos, culturales, de turismo, vacacionales, de placer, de negocios, de aventura, de estudio, de exploración, de safari fotográfico. Los hay, también, sin retorno o con regreso incluido. Algunos se planifican con mapas y guías turísticas, otros se deciden sin rumbos fijos delineados. En todos ellos hay algo en común: la idea es genuinamente humana ya que ningún otro ser viaja en sentido estricto.
El traslado físico no constituye en sí mismo la categoría de viaje, aunque es condición necesaria que implica su combinación con el tiempo. Hay desplazamientos que no se consideran viajes, como el ir diariamente al trabajo, o el virtual de ir posteando en las redes sociales en cada lugar que pasamos un rato, aunque le quite perspectiva. El viaje involucra alejarse de una referencia a la que podemos o debemos retornar. Sin embargo, no siempre resulta como hemos fantaseado, ni pone distancia de nuestras preocupaciones cotidianas.
Más allá de la posibilidad de encarar conceptualmente al viaje como metáfora o juego simbólico, cada uno puede tener una concepción filosófica propia acerca de los mismos. Como regla básica sería conveniente que definiéramos con claridad para qué viajamos y qué esperamos.
La filosofía puede ser vista como una travesía hacia nosotros mismos. Hacia nuestro interior. No es una actividad que resuelva problemas ni permita elaborar nuestros conflictos, pero puede ayudarnos a bucear en las profundidades de nuestro viaje vital. De lo contrario quedaría reducido a una excursión periférica. A un recorrido existencial de corto alcance.
Posiblemente inspirado en el irónico y profundo “When I Paint My Masterpiece” de Bob Dylan, el filósofo Michel Onfray con “Teoría del viaje” indaga en la diferencia conceptual entre ser viajero y ser turista, arremetiendo contra la necesidad de registrar cada momento y cada lugar en el marco de cualquiera de las travesías que emprendemos. Como si esa fotografía que cristaliza y eterniza un instante determinado fuese a modo de síntesis de la experiencia del asombro y la felicidad de cada aquel que viaja. Y, más que nada, la intención de dejar un rastro, que estará plagado de literalidad, de univocidad, dejando fuera mucho de las señales más significativas que van dejando auténticas marcas en nosotros mismos, y que no deberían ser mucho más que cinco o seis. Y no un carrete con millares de fotos en un smartphone, pues puede ser que la gran experiencia se reduzca nada más que a fotografiar el momento, perdiéndose la viva experiencia del instante. Y porque siempre quedará fuera de foco la inefabilidad de un mundo que seguirá siendo misterioso e inefable. Aunque lo hayamos recorrido todo. Y fotografiado de a cientos o miles de tomas.
Pero lo que propone Onfray también puede ser para superar eso de que para muchos cada viaje parece una oportunidad de reiterativa exhibición de lo que cada uno hizo, de lo que puede hacer. Y aparentar. Porque viajar también puede ser un medidor de la potencia y poder de cada viajero, traducible en status. A más distancia o lugar más exclusivo, más potente y poderoso parecerá (o será) quien viaje. Y uno, en ese devenir, se va disolviendo en la existencia inauténtica que describía Martin Heidegger. Aún en la situación de consolidar, por lo menos superficialmente, imagen y prestigio social.
En los viajes tradicionales ya casi no existen “fronteras naturales”, según Zigmund Bauman. Los aviones facilitaron todo. Y estemos donde estemos, bien sabemos que podríamos estar en otra parte. Mientras tanto, pensemos en lo que Litto Nebbia aseguraba: “soy de cualquier lugar”. Quien más tarde también cantaría: “dicen que viajando se fortalece el corazón, pues andar nuevos caminos te hace olvidar el anterior…”, porque eso de viajar y evolucionar debe ser cierto. O lo que describía en “Perlada” Ricardo Soulé: “Le gustaría hacer un viaje que cueste regresar. Sin fecha de retorno que marcar. Pequeña la maleta. No hay mucho que guardar: puñado de recuerdos y cartas…” Viajar ligeros y livianos, sin urgencias, tal vez buscando arribar a algún punto de encuentro, de sueños compartidos.
Sugería Andrés Calamaro que “No importa si no venís conmigo. Este viaje es mejor hacerlo solo”. Ese viaje de la búsqueda de nosotros mismos. Esa travesía en la que conseguimos la categoría de viajero frecuente. Pero siempre se presentan dificultades, generalmente al comienzo de una larga travesía. La de la vida. Alejandro Lerner lo explicaba muy bien: “Qué difícil se me hace mantenerme en este viaje sin saber a dónde voy en realidad. Si es de ida o de vuelta, si el fulgor es la primera, si volver es una forma de llegar. Qué difícil se me hace cargar todo este equipaje… Qué difícil se me hace seguir pagando el peaje de esta ruta de locura y ambición”.
En la autobiográfica “Chronicles” de Bob Dylan, el viaje es una alegoría de la vida que nos traslada al pasado a través de memorias fascinantes y sugestivas.
Entre cada partida y cada regreso, es posible que sigamos elaborando plannings, registrando nuestras memorias en un diario y avisando en nuestros perfiles de redes sociales de las contingencias sucedidas en esa bitácora de navegación que cada uno escribe sobre su propia vida. Sobre su propio viaje.