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El réquiem del Indio Solari

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Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista @FILOROCKER

Solari acaba de presentar tres canciones nuevas y de pautar una nota periodística. Siempre causando revuelo

Aclaremos desde el inicio que el título de esta nota alude a “Réquiem alegre”, que es como denominó Carlos Alberto Indio Solari (Paraná, 17/01/1949) una de sus canciones más nuevas, de las tres que fuimos conociendo sobre las horas finales de 2023. 

El Indio está por cumplir 75, cuenta que el Parkinson se la está haciendo pasar bastante mal, y una parte de su vida artística, la de los escenarios, parece haber entrado en pausa definitiva desde hace ya seis años. Sin embargo, no ha perdido todo. Está peleando, se resiste y expresa su rebeldía. Se sabe amado por muchos y criticado por otros tantos. Sus declaraciones son revulsivas y provocan adhesiones y rechazos por igual. Pero nadie permanece indiferente cada vez que elige algún interlocutor de turno para bajar línea y transmitir mensajes. 

Es que no es menor que en la actual coyuntura política del país se declare peronista y reconozca estar esperando a ver qué hace Cristina Kirchner. Tampoco pasa inadvertido que descalifique como músico a Paul McCartney. Nadie se atrevería a tanto. Y aunque no es una originalidad suya, se metió con la imagen y el recuerdo del Rey del Rock Elvis Presley sugiriendo que más que un rocker fue un invento comercial de la ciudad de Las Vegas. 

Para comprender mejor el personaje conviene recordar algunos puntos. El rock postula y encarna valores, principios y una filosofía que se distorsiona y se pervierte, históricamente -y siempre-, al compás del dinero que se incrementa proporcionalmente con el aumento de la popularidad de cada fenómeno comercial. Sólo muy pocos se mantienen al margen. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota fue un producto musical rockero que se elaboró y perfeccionó con el correr del tiempo, de discos y presentaciones. Se iniciaron en La Plata en pubs y barcitos, se corrieron a clubes, llenaron estadios, y al compás de canciones que serán eternas (con crípticas letras que invitaban a identificarse con cierto ideario y a idolatrar a su cantante, siempre en pose de consagrado frontman) en 2001 se separaron escandalosamente, cuando Carlos Solari y el guitarrista Skay Beilinson se mostraban mutuamente las garras por derechos, regalías y mucho dinero más. No hubo razones de índole creativa o artística. No.

Fue así que, bastante veteranos, iniciaron su carrera solista. Y pareció ser el Indio el que monopolizaba a sus seguidores, cada vez crecientes en número, que en peregrinación recorrían el país para presenciar sus cada vez más escasos shows, que al mismo tiempo incrementaba el número de asistentes, facilitando que con menor esfuerzo y producción, con irresponsabilidad e improvisación, cada vez acumulara recaudaciones millonarias. Pero siempre ofreciendo precariedad, inseguridad, incomodidad, y sonido e iluminación impresentables. Y todo, para rendir pleitesía al por entonces casi septuagenario cada vez más soberbio y ególatra, que iría agregando, buscando empatía, el relato propio de una enfermedad de la que algunos dudaban. 

Artísticamente, su etapa solista comenzó a hacer agua. Letras y músicas del montón, con poco vuelo, casi como si fueran frases sueltas compiladas sin ton ni son, y grabadas por alguien que ya cantaba con desgano. Pero se sabe que muchas veces los artistas en franca decadencia existencial han resultado igualmente atractivos. Eso fue pasando con estos últimos 22 años de Solari. Un puñado de pretensiosos discos que no son para ninguna antología. Y sin embargo… Pero todavía le faltaba el desastre de Olavarría, que lo colocó como gran culpable de más muertes entre el fiel público del rock. Pity Álvarez, Callejeros, Gustavo Cordera. Todos, de un modo u otro, perdieron el Norte que debería haberlos guiado siempre en cuanto a sus acciones. Solari no fue muy diferente.

Sus poses y gestos elitistas sin embargo no provocaban rechazo. Parecían sólo un sesgo más de un personaje pintoresco al que se le tolera todo. El Indio, queda claro, es aquel que necesita ser idolatrado, adorado como a un dios. Como ese shamán que siempre quiso ser, mirando altivo tras sus anteojos negros, pretendiendo curar con su esperada palabra a sus cientos de miles de seguidores. Todo un delirio megalómano. Y un disparate haberlo entronizado de tal modo, soslayando que ya no era el que alguna vez pareció ser. Pero supo consolidar un auditorio cautivo. «El pogo más grande del mundo»«Misa pagana». Inmerecidas grandilocuencias para un fenómeno sobredimensionado por quienes no consiguen distinguir entre un modelo y un ídolo

Quien fuera, por su voz, un reconocido crooner en sus buenos tiempos de Los Redondos, hoy es sólo casi un dicitore. Voz gastada, lejana y casi sin aire. Su mejor momento de frontman ya forma parte del pasado. 

En la mencionada reciente nota sólo pudo vérselo a contraluz y casi balbuceante, pero eso no es motivo de cuestionamiento. La decrepitud que tanto temía finalmente le llegó, como puede llegarnos a todos, y el pudor hace que sólo quiera mostrarse de ese modo. Y ello no va en su desmedro personal. Las críticas que pueden hacérsele nunca deberían direccionarse hacia su actual estado, porque en realidad lo que importa son las ideas que expresa y de qué manera lo hace desde lo musical. Es lo único que debe juzgarse.

Aclaremos otro punto: desde 2021 Solari viene publicando canciones nuevas en su propio canal de YouTube, anunciándolas en sus redes y subiéndolas a plataformas musicales virtuales. Y en tal cantidad que bien podría haber publicado por lo menos un disco. En cambio, ha preferido hacerlo de este modo, en ocasiones en cantidades de dos o tres juntas, como si fueran esos viejos EP que conocimos hace tiempo. Primero acompañado por Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado y ahora por Los Marsupiales Extintos. Los temas en cuestión son la mencionada “Réquiem Alegre”, “Poco – Loco” (para hablar de hospicios y locuras) y “El Muerto Giménez”. 

En su “Réquiem”, claro, habla de él mismo, de su actualidad, y también haciéndose cargo de lo que siempre se dijo, de sus costumbres de bon vivant, acaso como una acusación. “Un perro fantasma como yo, cruza la avenida. Iluminado por un relámpago cegador. Y hay fantasmas allí, son los mártires de Plaza de Mayo. Lo único que garpa es armar una banda. Estoy hablando de rocanrol, solo rocanrol. Que vivo en New York, que almuerzo en París a menudo. Que viajo en avión de mi propiedad. Y me escondo en Madrid de mis compatriotas. Que uso nombres falsos para viajar. La identidad es cosa seria, amigo. Por eso la escondo en el doble fondo de mi ataché. La venganza te acerca a tus enemigos. Si la vida no te provoca, provocala vos. Un par de ojos muertos llegarán de visita. Recién entonces tendremos mucho de qué cantar. Le temo a los hombres. Le temo a los hombres. A los hombres que temen a Dios”. 

Un réquiem generalmente designa a una misa de difuntos. Tal el título que eligió Solari. “Siempre fui menos que mi reputación”, decía. Y acaso esa afirmación no haya sido sólo falsa modestia.

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