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Breve manual de un crítico

Tenés que leer..

Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER

Las Columnas de Opinión requieren validación, autocrítica, interpelación. Esta también

A punto de iniciar la séptima temporada consecutiva con esta Columna en Norte Bonaerense, se me hace necesaria una metacognición acerca de esta especificidad periodística, y reflexionar acerca de algunos de sus fundamentos conceptuales.

Hago radio, y también hice tele, desde hace muchos años. Casi treinta y cinco, en diferentes roles. En la vieja LT3, la antigua LT8, también Radio Nacional, y en las mejores FM de Rosario. Y también hago gráfica, tanto en el plano científico como en el periodístico de divulgación, en distintos medios, formatos y soportes.

Pero no se vive sólo de recuerdos. Y como recientemente me comprometí a ocuparme de una nueva Columna semanal de Cultura en radio, volví a preguntarme de qué se trata, qué puede esperarse de mí, y qué es lo que realmente puedo aportar, no porque sea de gran relevancia mi propia experiencia sino porque puede aportar para la comprensión general de una actividad que se nutre no sólo de una sólida formación profesional sino también de valores y principios que están a la base de toda decisión acerca de cómo abordar un fenómeno a los fines de una calificación.

Debe diferenciarse entre un crítico y un cronista. El primero se expide desde determinado posicionamiento, opinando. El segundo se circunscribe a un detalle del fenómeno, sin aportes personales significativos. Sólo secuencia y describe. Hace un listado y trata de hacer una enumeración completa. En cambio el crítico selecciona y destaca algún aspecto.

¿Pero qué significa, qué implica, qué involucra ser un crítico, especialmente en el campo de la Cultura? Enestos casos nunca hablo de política partidaria. Sin embargo, todo lo que digo está posicionado, tiene un sesgo, miro desde determinada perspectiva. Nunca entendí demasiado eso de la Reducción Fenomenológica que postulaba Edmund Hüsserl. Me cuesta bastante eso de “poner el mundo entre paréntesis” y despojar mi discurso de opiniones y subjetividades, y hacer una descripción aséptica de un fenómeno. También va contra mi temperamento no definirme sobre algunas cuestiones. Hoy, varias décadas después de haber estudiado a Wittgenstein, no acato su prescripción de aquel famoso y oscuro parágrafo 7 que conminaba a que “De lo que no se puede hablar, es preferible callar”. Como si en nuestra realidad hubiese cuestiones a las que debe respetárseles alguna inefabilidad o cierto misterio.

Aquella necesidad que enseñaba Aristóteles iba mucho más allá de la necesidad fisiológica o de las cuestiones materiales. Era la necesidad cognoscitiva. Decía que “El hombre ama saber”. En aquellos tiempos nadie reparaba en las cuestiones de género. Hoy diríamos, más apropiadamente, que “El ser humano ama saber”. Y agregaba que la Felicidad no estaba en aquello que no dependía de nosotros, sino en esa actividad que se puede prolongar por más tiempo en la vida. Y que es la de conocer, la de aprender, la de reflexionar. Y seguir asombrándonos.

Décadas atrás, cuando iniciaba una nueva Columna, cada vez que eso sucedía, en el medio que fuese, siempre comenzaba explicando lo que yo entendía era mi función, la de un crítico que analizaba aquellas expresiones artísticas y culturales, muchas veces vinculadas con el entretenimiento. Y siempre decía que la función social de un crítico de arte, que siempre involucra, en estos casos, el cine, la música, el teatro, la televisión, era la de orientar al gran público acerca de aquello que estaba por apreciar para que supiera de qué se trataba aquello que estaba por ver. 

Con el tiempo me fui dando cuenta de que lo afirmaba desde un enfoque elitista, de aquel que creía estar montado en una pose de superioridad intelectual, era totalmente inaceptable. Porque si bien es cierto que podemos tener formaciones y recorridos diferentes, y en mi caso mucha experiencia por razones de edad, lo éticamente más justo era señalar mi evaluación desde la humildad de aquel que sabe que sabe, pero que nunca buscaría imponer mis criterios, aunque estuviera convencido del error del otro. Porque uno sólo debe indicar los caminos posibles, aclarando que de todo aquello que uno indique, debe razonablemente dudarse. Nadie es dueño de la verdad. Porque el crítico, lo que hace, es elaborar un dictamen personal, que sólo es eso. 

Por ello siempre mi frase que buscaba explicar mi función era la de alguien “iluminando entre la bruma”. Porque además sé, coincidiendo con lo que nos explicaba Umberto Eco, que mucho de lo que se nos presenta en nuestro mundo, se nos ofrece como una Obra Abierta que propone numerosas interpretaciones, aunque no cualquiera ni lo primero que se nos ocurra, pero que bien podría servir, porque la recomendación es siempre no ejercer violencia, no forzar, no distorsionar el mensaje de aquello que se pretende analizar, porque un autor, siempre tiene una intención original. Y porque tampoco queremos adoctrinar, que es una de las peores perversiones que pueden mostrar los medios, y también la Educación, que ha sido siempre parte de mi doble vida, la de un modesto docente de niveles superior y universitario, que dio todo por mostrar alternativas para que cada uno elija sus opciones.

Esta Columna en Norte Bonaerense propone abordar diversos Objetos Culturales, y hacer un desarrollo, que nunca será lineal. Porque tenemos un pensamiento rizomático, y vamos saltando de asociación en asociación, y muchas veces no sabemos dónde podemos terminar con lo que empezamos, aunque la referencia filosófica estará siempre. Y también confieso que me no me resulta fácil esconder que soy un viejo anarquista que duda y sospecha de todo.

A finales de los ´80 y comienzos de los ´90, con la consolidación de determinados profesionales que se popularizaban en los medios de comunicación sin haber pasado por la universidad adquiriendo credenciales periodísticas, es decir sin pasar por carreras tales como Periodismo o Comunicación Social, se fue configurando una situación de rivalidad entre los que pensaban de una manera u otra. Si el diploma era necesario o no para marcar autoridad. El tiempo demostró que en algunos casos puntuales surgieron periodistas sin título. En mi particular caso, que apunto a analizar Objetos Culturales, especialmente enfocado al rock, el cine, el teatro y el fenómeno televisivo, no puedo menos que apelar a la filosofía, las letras, la historia, la sociología, la ciencia política, la antropología, la literatura, la psicología, la educación, el periodismo y la historia del rock and roll. Si fuera menos, estaría defraudando a cualquier eventual lector. Esto también: no es negociable la resignación de aportar desde una columna, o un editorial, precisión terminológica, claridad conceptual, secuencia lógica en la exposición de ideas, veracidad, corrección sintáctica y economía de palabras a los fines de no divagar.

Hace muchos años, cuando desde la esfera educativa nadie lo admitía, publicamos junto a Alicia Pintus el libro “Poder y Seducción en la Escuela”, exponiendo que muchas veces los docentes éramos generadores de violencia, especialmente al no querer reconocer nuestras debilidades y emociones expresadas en las preferencias y rechazos que íntimamente experimentábamos con respecto a nuestros alumnos. Y que nuestro inquebrantable compromiso ético debía demostrarse con un riguroso ejercicio de voluntad a la hora de evaluar, una instancia que siempre debe estar exenta de nuestras aceptaciones y antipatías. Eso mismo debe hacer un crítico, especialmente en el campo de la cultura, donde muchas veces el personaje se come al artista, y unos cuantos terminan evaluándolo por sobre el creador. Y si les desagrada, buscan la manera de cancelarlo, algo aparentemente tan fácil en estos tiempos.

Durante años me negué a entrevistar actores, directores, autores, rockers y demás, con el discutible argumento de que quería tener una distancia tal que no me contaminara el análisis. Con el tiempo, ese criterio quedó superado, y el riesgo de perder objetividad fue de la mano de aquel que cada vez más pugnaba por desvincularse de los propios intereses.

Unos cuantos de los más relevantes artistas y pensadores contemporáneos se han referido a la especificidad del trabajo de un crítico, como Jean-Paul Sartre o Ernesto Sábato, entre otros. El interrogante era con qué autoridad intelectual alguien que no se había logrado destacar en algún campo de la cultura se consideraba con derecho para desmenuzar o despedazar tal o cual obra. Y probablemente tenían razón. ¿A quién se le ocurre afirmar que Borges, Cortázar o alguno de ese nivel no publicaron un buen libro? A mí no. Sin embargo, otra premisa del crítico es que ningún intelectual es una vaca sagrada de tal magnitud que no se le pueda encontrar sus fallas, defectos y precariedades discursivas.

Para otra oportunidad quedará contar los inenarrables secretos de aquellos que por debilidad, ignorancia o inseguridad apelan a recursos inconfesables e inaceptables a la hora de elaborar una crítica.

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