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Manal y el Mayo Francés

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Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER

Sobre el Mayo Francés el rock también habló

Los ‘60 fueron la bisagra que desencadenó la Posmodernidad, que apuntaba contra el Proyecto Moderno por su idea de la posibilidad de un progreso infinito de la humanidad utilizando la razón como herramienta principal. Algo que se desmoronaría con los bombardeos nucleares en Japón, en 1945. Los caracterizadores actitudinales de la Posmodernidad se mantienen hasta hoy: el individualismo, la fugacidad, la instantaneidad y una insistente ausencia de vínculos solidarios. 

Entre lo más destacado del mundo occidental durante los ´60 sobresalen: la amenaza de los misiles de Cuba, el asesinato del presidente estadounidense John Kennedy, la sangrienta guerra de Vietnam, el surgimiento de The Beatles, la aparición de los Rolling Stones, y lo que más influyó, desde los Estados Unidos hacia el Mayo Francés, como la generación Beatnik, el hippismo y Woodstock, la revolución sexual y el Feminismo.

Por aquellos años surgieron intelectuales rupturistas, como Umberto Eco con “Obra abierta” planteando la participación activa del gozador de obras artísticas, dejando de lado la hasta entonces inaccesible dictadura creativa del artista, y también Thomas Khun, que con “La estructura de las revoluciones científicas” precisaba acerca de los cambios de paradigmas en las comunidades científicas. Ambas publicaciones datan de 1962, influyendo marcadamente en el mundo del pensamiento, liberándolo de rígidas concepciones conservadoras. 

Así seguirían destacándose algunos nombres más desde el campo de la filosofía y las letras. En Francia fueron Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, quienes incluso marcharían en el recordado mayo parisino. Bordieu, Passeron, Turaine, Marcuse y Althusser cobrarían mayor dimensión. Y también el mito de Ernesto Che Guevara, entronizándolo como discutible ícono de rebelión y libertad, y símbolo de levantamiento juvenil.

Tampoco las guerras de Indochina y Argelia favorecieron al gobierno francés, sino que dispararon protestas, marchas, manifestaciones y una prolongada huelga general desarrolladas en Francia -especialmente en París-, entre mayo y junio, llevadas a cabo por estudiantes de izquierda, obreros organizados disidentes de sus cúpulas sindicales y el PC francés, contra el consumismo, la burguesía, los imperialismos y colonialismos, la exclusión, el machismo, la guerra de Vietnam y los políticos, el creciente desempleo, y una cultura de masas cómplice. 

El presidente francés de entonces, el desgastado y autoritario militar Charles de Gaulle, ya mayor y falto de reflejos, no previó el movimiento, temiendo una insurrección que no buscaba nadie. Lo sucedido provocó el adelantamiento de las elecciones legislativas para finales de ese mismo junio, que sorpresivamente favorecieron al oficialismo, pero todos los hechos provocaron grandes reformas políticas, que en 1969 llevarían a un plebiscito que acabaría con la carrera de De Gaulle al mensurarlo como alguien que no estaría a la altura de los cambios necesarios. 

Con el tiempo, esa revuelta universitaria parisina fue glorificada hasta extremos insospechados, exagerando e idealizando todos los sucesos, incidentes, marchas y lemas que quedaron instalados para siempre. Y con sus principales protagonistas sometiéndose al sistema. Pero sin dudas fue un quiebre cultural, colocando a los jóvenes como legítimos actores sociales y políticos. En este punto Francia siempre estuvo a la vanguardia de lo ideológico y lo revolucionario. Recordemos que julio de 1789 con “libertad, igualdad, fraternidad” marcó el tono de lo que vendría.

En 1964 un movimiento estudiantil en Berkeley (California), integrándose al mundo adulto disputando espacios y poder, confrontó decididamente con la autoridad establecida, que iba perdiendo respeto. Y esos mismos jóvenes identificándose a partir de compartir indumentaria, gestos, lenguaje, autores. Y música.

La “Primavera de Praga”, también en 1968, sería un antecedente inmediato al Mayo Francés y sus barricadas del Barrio Latino. Un movimiento popular checo que apuntaba a democratizar un estado sojuzgado por la Unión Soviética, la misma que con la invasión junto a las tropas del Pacto de Varsovia aplastó aquella utopía política.

En la Argentina atravesábamos los primeros años del onganiato, luego del golpe de estado contra Arturo Illia, provocando la “Noche de los bastones largos” y la primera gran pérdida y exilio de intelectuales y científicos. Y con ello, todo lo que siempre acompaña: represión, persecución, censura. Así estaba el mundo por esos días, junto a la moda del maoísmo, sus sangrientas purgas y su supuesta Revolución Cultural, y también un castrismo asfixiante, que se victimizaba por el bloqueo norteamericano.

“Prohibido prohibir”, “La imaginación al poder”, “Bajo los adoquines está la playa”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible” y “Abolición de la sociedad de clases” fueron los eslóganes inmortalizados en carteles y pintadas que exclamaban sus sueños de utopías de ese Mayo Francés.

En enero del ’68 Steppenwolf graba la antológica “Born to be wild”. En el mismo mes The Beatles lideran con “Hello Goodbye”. En abril se estrena en el Broadway neoyorkino el musical “Hair”. Comienza a hacerse conocida Janis Joplin. Iron Butterfly se aproxima al hevy metal luego perfeccionado por Led Zeppelin y también por Black Sabbath. Los Credence Clearwater Revival publican su disco debut. The Doors tienen su primer Nro. 1 con “Hello, I love you”. Y el disco más vendido del año será el Álbum Blanco de The Beatles, seguidos de cerca por “Banquete de pordioseros” de los Stones. Y un libertario y filosófico Bob Dylan ya estaba instalado en la juventud contestataria mundial. 

El rock and roll había fracasado, pero el rock, ya no como mero género musical sino como actitud contracultural había ganado las calles, acompañando los movimientos que clamaban por un cambio profundo y estructural. 

The Rolling Stones grabaría en 1968 “Street Fighting Man” (Peleador callejero), hablando del Mayo Francés desde la perspectiva de observador londinense: “Porque el verano llegó y es el momento perfecto para pelear en la calle”.

También en 1968 The Beatles editarían “Revolution”, escrita por John Lennon justo después de la disolución de la Asamblea Nacional Francesa: “Dices que cambiarás la Constitución… A todos nos encantaría cambiar tu cabeza…”

Diez años después Joaquín Sabina estrena “1968” evocando la utopía del mayo parisino: “Aquel año duró doce meses… Los claveles mordían a los magistrados. París era un barrio con acordeón. Marx prohibió a sus hijos que llegaran tarde a la dulce hoguera de la insurrección. La poesía llegó a la calle, reconocimos nuestros rostros, supimos que todo es posible en 1968”.

En 1989 los Stones Roses cantaban sobre alguien protestando frente a un policía durante las protestas parisinas: “Te estoy tirando piedras a ti. Te persigo, negro y azul. Voy a hacerte sangrar, voy a hacer que te arrodilles. Hasta siempre, hombre severo. Me ahogas respirando este aire mientras chupo limones bajo esta luz del sol”.

En Argentina el rosarino Litto Nebbia fue el pionero del rock nacional con Los Gatos, seguido de cerca por Moris, Miguel Abuelo y Miguel Cantilo. Y las primeras consecuencias tangibles del Mayo Francés fueron la irrupción del blues de Manal, la impronta psicodélica de Spinetta con Almendra y la primera versión de Vox Dei. El rock sería reprimido por un régimen totalitario que miraba con desconfianza aquello que propiciara pensar, permitiendo aproximarse a la verdad, que es casi lo mismo que alcanzar la libertad.

El mundo entero, globalizándose, estaba cambiando. Y el rock fue el contexto que además brindaba mensaje y contenido. En nuestro país comenzaba a surgir en el marco de un emergente rock en español, una banda que acuñaría el sello propio del blues en nuestro idioma, del blues urbano, ambientado en la gran ciudad, que hablaba de lo que le podía pasar a cualquiera transitando las calles de un mundo ajeno y hostil del que pretendía apropiarse. Esa banda fundadora fue el power trío Manal, fundado en 1968.

Acaba de irse su reconocido vocalista y batero Javier Martínez, quien junto a Alejandro Medina y Claudio Gabis fue un prócer de la rebeldía juvenil, un buen autor y un cantante con una poderosa voz. Que debería recordárselo con unos de sus tres emblemáticos hits, uno que a modo de ensayo sociológico decía que todos deberíamos tener “Jugo de tomate frío, en las venas…”. Y otro que advertía “No debes cambiar tu origen ni mentir sobre tu identidad. Es muy triste negar de dónde vienes. Lo importante es adónde vas”. Y todo, mientras se desarrollaba una escena bien porteña, que muchos recorrimos: “Caminamos una calle sin hablar, Avenida Rivadavia”.

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