Por Ernesro Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER
Esta profesión también ha sido abordada por el cine, la tele y el rock
Este pasado 29 de agosto se celebró en nuestro país el Día del Abogado, en homenaje al natalicio de Juan Bautista Alberdi (1810 – 1884), justamente un letrado, y también escritor, filósofo, periodista, diplomático y jurista, e inspirador fundamental de la Constitución Nacional Argentina.
Una profesión liberal, la del abogado que, como cliente, te garantiza medios, no resultados. Y que, por tanto, conviene que elijas cuidadosamente al profesional que te represente, porque de ello puede depender incluso tu vida en libertad. Sobre todo porque vivimos en un país que cada dos por tres nos muestra, al contrario de lo que nos enseñaron en la escuela, que la Justicia no es ciega.
Aristóteles (384 – 322 AC) afirmaba que la Justicia, una virtud necesaria para ser felices, consistía en dar “A cada cual lo suyo”. Es decir, ni más ni menos que lo que le corresponde. Siglos más tarde, Ulpiano (170 – 228) amplió el concepto para decir que “La justicia es la disposición permanente de la voluntad de restituir a cada uno su derecho”. Pero de la reflexión filosófica al hecho hay un trecho muy grande. Y que para ello deberían contribuir grandemente los juristas. Aunque ya sabemos que no siempre sucede.
Recordemos que esta actividad nace con quienes se ejercitaban en el arte de la oratoria en la Antigua Grecia y en tiempos del Imperio Romano, cuando por ejemplo los sofistas, por extensión, tenían la habilidad y los conocimientos necesarios como para defender la posición y los derechos de aquellos que los convocaran. Con el tiempo, se requirió una formación específica y una acreditación académica que avalara y autorizara su ejercicio para asistir a eventuales clientes. Y cobrando, obviamente. Porque es un trabajo.
Un detalle pintoresco para mencionar respecto de los abogados es la insostenible pretensión de que a cualquier persona graduada como tal se lo denomine “doctor”, cuando en su casi absoluta mayoría no lo son ni lo serán nunca. Una costumbre muy arraigada en muchos países de Sudamérica y potenciada desde los medios de comunicación, denominando de tal modo a cuanto letrado o miembro del poder judicial aparezca por las pantallas o declarando frente a un micrófono. Precisemos que para ser doctor en alguna disciplina se requiere un título de grado previo, un posterior trabajo de investigación homologado por alguna universidad acreditada, la redacción de una tesis y su posterior defensa y aprobación frente a un tribunal conformado por especialistas. Además, la excusa de la supuesta existencia de una acordada de la CSJN autorizándolo de ningún modo legitima que en placas, sellos, tarjetas personales, membretes y publicidades utilicen ese trato. Atención: lo propio sucede con los médicos, pero no son el tema de hoy.
Para todo aquel que alguna vez se sintió atraído por estudiar Derecho probablemente le hayan fascinado las series y películas que se destacaban por las argumentaciones de aquellos abogados que brillaban en inolvidables escenas tribunalicias. Con programas televisivos como “Arresto y Juicio” (1963 – 64, con capítulos de 90 minutos) y “Perry Mason” (1957 – 66), vistas en pantalla cuadrada, en blanco y negro y dobladas al español. Más recientemente las elegidas fueron “Boston Legal” (2004 – 08) y “Suits” (2011 – 19).
Y con películas emblemáticas como “12 hombres en pugna” (1958, y cómo convencer a un Jurado), “Justicia para todos” (1979, y los límites éticos de la profesión), y “El veredicto” (1982, y cómo sobreponerse a los problemas personales). Las tres, estelarizadas por notables actores como Henry Fonda, Al Pacino y Paul Newman, respectivamente.
En 2016 el autor de esta nota fue involuntario testigo de un diálogo circunstancial en el que alguien, en pleno Broadway neoyorkino, le decía a otro: “En mi país doy clases en la universidad con una de tus películas”. Ese otro, sorprendido, mirándolo fijamente a los ojos le contestó: “ah, ¿sí? ¿Con cuál?” La respuesta de mi hijo Garret a un emocionado Al Pacino fue, claro: “And Justice for all”.
Sería injusto no incluir en esta galería el tratamiento que muestra lo peor de esta profesión, con la argentina “Carancho” (2010, de Pablo Trapero, con Ricardo Darín), exhibiendo lo más marginal de la actividad buscando clientes entre hospitales y accidentados, jugando con sus necesidades y precariedades. Y a modo de parodia es para destacar el “Dr. Zambrano” que compone Gabriel Goity en “El encargado” (2022 – 2024).
Los hay abogados de todo tipo, ocupándose de temas y casos diferentes. Pueden ser abogados titulares de un estudio, socios, o asociados o simplemente empleados a cargo de la procuración de dicho estudio. Los hay quienes defienden trabajadores, o a patronales. Cercanos al poder, o antisistema. También los hay mediáticos, que son los que generalmente sólo manejan la estrategia de difusión en un caso resonante. Y aquellos que se hacen famosos por representar a personajes indeseables. Es que, nos parezca bien o no, todos tienen derecho a un buen defensor.
El rock también se ha ocupado de referirse a los abogados. No vayamos muy lejos para mencionar a Andrés Calamaro, un precursor en esto de necesitar representación legal, como cuando cantaba “Me dice mi abogada que por ahora no ha pasado nada”. O de ese tan temido “Ruido de abogados” que mencionaba Joaquín Sabina.
En el orden internacional, el rock ha brindado grandes páginas de notables autores. Baste con mencionar “And Justice For All” (Metallica), “Breaking The Law” (Judas Priest, 1980), “Hurricane”, seguramente de lo mejor abordando esta cuestiones (Bob Dylan, 1975), denunciando la persecución a un inocente sólo por serboxeador y de raza negra: “El juicio fue un circo de cerdos. Nunca tuvo una oportunidad. El juez hizo que los testigos de Rubin fueran borrachos de los barrios bajos”.
Imperdible también “I Fought The Law” (The Clash): “Luché contra la ley, y la ley ganó”. “Lawyers, Guns and Money” (Warren Zevon, 1978), “Living With The Law” (Chris Whitley, 1991), “Sue Me, Sue You Blues” (de George Harrison, 1973), seguramente describiendo ese tenso período disolutorio de The Beatles: “Trae a tu abogado y yo traeré el mío. Reunámonos y podemos pasar un mal rato”. Y “The End of The Innocence” (Don Henley, 1989): “Los abogados se concentran en pequeños detalles, ya que papá tuvo que huir”.
Y siempre recordaremos “The Trial” (Pink Floyd, 1979), de la pluma del hoy más que polémico Roger Waters, con cuestionables magistrados que prejuzgan: “Las pruebas ante este tribunal son incontrovertibles. No hay necesidad de que el jurado se retire. En todos mis años de juez nunca he escuchado de alguien que merezca más la pena de la ley”.
Para el final, pensemos en “Canción de Alicia en el país”, del gran Charly García en tiempos de Serú Girán, cuando decía, con un radical escepticismo en la condición humana y en la Justicia, y buscando sacarnos de la ingenua credulidad, “Estamos en la tierra de nadie, pero es mía. ‘Los inocentes son los culpables’, dice su señoría, el Rey de Espadas. No cuentes qué hay detrás de aquel espejo, no tendrás poder, ni abogados, ni testigos… ¡Se acabó ese cuento que te hacía feliz!”