Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER
Como todo Objeto Cultural, “Lost” propicia una lectura filosófica
Este 22 de septiembre se cumplieron dos décadas del estreno de una verdadera serie de culto: “Lost”, que en algunos países su título se tradujo como “Perdidos”, y también como “Desaparecidos”. Pero que bien podría haberse agregado, a modo de aposición, “el infierno terrenal”. E incluirla en el selecto grupo de las series de corte filosófico.
Resulta más sencillo elaborar un listado de los seriales entronizados en la mencionada categoría de culto si los mismos se ubican en las distantes décadas del ’60 y el ’70, porque la lejanía temporal parece ofrecer una mejor perspectiva y una mayor objetividad. Enumerar las que se estrenaron bien a fines del siglo anterior o a comienzos del presente, colocaría en un podio integrado por las supuestas 10 mejores, tal vez, a “Los Soprano”, “Breaking Bad”, “The Wire”, “Seinfeld”, “Twin Peaks”, “Mad Men”, “Game of Thrones”, “El cuento de la criada” (que es la única que aún no tiene decretado su final), “Succession” y sin dudas, “Lost”. Para que ello suceda la totalidad de las temporadas de cada una deben haber sido atrapantes y satisfactorias para su público, y haber contado con una crítica mayoritariamente coincidente acerca de valorar sus virtudes. Seguramente este listado sea incompleto y subjetivo. Todos pueden llegar a serlo.
“Lost”, la multipremiada serie norteamericana que marcó un antes y un después en la televisión contemporánea fue, a través de sus exitosas seis temporadas, una prolongada metáfora de la eterna lucha entre el Bien y el Mal, en el marco de la permanente búsqueda de redención de nuestras culpas que tenemos como humanos.
“Lost”, es decir perdidos, no aludía como muchos suponían a la condición de náufragos en una misteriosa isla, sino más propiamente a la idea de que todos estamos existencialmente perdidos, en una especie de infierno sartreano -ese que se constituye en los demás, quienes nos transforman a través de sus miradas-, hasta que, estando extraviados, cada uno pueda encontrarse.
De más está decir que cualquier asociación que se haga en “Lost” con el universo filosófico incluye los nombres de algunos personajes, como Rousseau, Hume y Locke. Y también plantea las bases del Realismo en confrontación con el Idealismo, y expone el interrogante acerca de dónde posicionarnos entre el determinismo y el libre albedrío. Entre el destino y la voluntad. Entre la ciencia y el misticismo. Y finalmente, enfrentarnos mientras transitamos la vida, a ese gran y último misterio que es la muerte. Y a ese enigma, que muchos sostienen, de la inmortalidad del alma.
Para los cuantiosos fanáticos de la serie alrededor del mundo, la secuencia numérica 4, 8, 15, 16, 23 y 42 continúa teniendo significados, misterios y connotaciones. Y es probable que más de uno todavía la esté tecleando cada 108 minutos en un ordenador, que es el resultado de sumar dichos números. Y, también, la “Iniciativa Dharma” sigue siendo el símbolo de una utopía irrealizable.
Lo que sería, varios años atrás, la emisión de su último capítulo -que se hizo en simultáneo con varios países-, hizo recordar la enorme expectativa que provocó en su momento, a mediados de los ’60, la mítica serie “El fugitivo” (1963 – 1967), cuando todos esperábamos la resolución de la serie entre el protagonista -el Dr. Richard Kimble-, su implacable perseguidor -el teniente Gerard-, y el “hombre manco”, ese fantasmagórico asesino prófugo tan buscado.
“Lost”, que en su inicio contara la historia de cuarenta y ocho sobrevivientes del vuelo 815 de la inexistente aerolínea Oceanic procedente de Sidney con destino a Los Ángeles, que en septiembre de 2004 se estrellara en una isla ignota e inhallable en algún lugar del océano Pacífico -presumiblemente cerca de Australia-, y que con el correr de las temporadas fuera incorporando más y más personajes, además de numerosos misterios, algunos que nunca fueron ni serán aclarados, y que sobre el final agregó el recurso del flashforward, es decir los saltos hacia adelante en el tiempo, o planteando supuestos universos paralelos alternativos, finalizó ya hace un tiempo, y aunque algunos de sus seguidores quedaron insatisfechos por no haberse dilucidado la totalidad de sus enigmas, sin embargo hoy, después de algún tiempo, no pueden negar que el recuerdo de la misma fue imborrable.
Vale recordar que en su último capítulo, a la manera de Hesíodo y la cosmogonía de “Los trabajos y los días”, Jack Shephard, el protagónico que encarnara eficazmente el actor Matthew Fox, quien en la escena final concretara su esperado reencuentro con su padre muerto, tal vez a punto de entrar al verdadero Paraíso, fue el encargado de convertirse casi en el último cuidador de la Isla -salvándola- (aunque lo sucediera Hugo), el último en aparecer en cuadro, y quien, a modo de parábola entre el principio y el fin, entre el alfa y el omega, cerró su ojo, el mismo ojo que abriera seis años antes, en el mismo lugar de esa Isla donde comenzara “Lost”, dando paso a un emocionante e impactante epílogo de ribetes filosóficos.
Sucedió en 2010. Y se terminó, como se termina todo, y así parece ser uno de los mensajes de la serie, pero mostrando también que el amor puede salvarnos (como pudo verse en la reunión final de todos sus protagonistas, realizada tal vez después de un impreciso pero extenso lapso), sin importar nuestras creencias o religiones, que todo vuelve, que todo se paga, y que nuestra vida terrenal es una iniciación para terminarla justo recién en el momento en que estemos preparados.
Sin dudas que muchos creyeron encontrar a lo largo de todas sus historias, sospechosas similitudes con una importante cantidad de series y películas fácilmente reconocibles. Citemos, por caso, “La isla de Gilligan” y “Perdidos en el espacio”. El hallazgo o la virtud de su creador, J. J. Abrams, fue haber sabido combinar y asociar felizmente todos esos antecedentes para dar lugar a un fantástico entretenimiento que internet y las redes sociales permitieron que hoy, a pocos años de su finalización, “Lost” sea no sólo una serie de culto, sino también y fundamentalmente una serie legendaria y de referencia permanente.
Quedan como algunas de las claves de interpretación de lo sucedido en la isla, la frase “Lo que pasó, pasó”. Y como decía Jacob, el mítico custodio insular, “Sólo se termina una vez. Todo lo demás es progreso”. Y esa reflexión enorme que se ubica entre la soledad y la solitariedad, y nuestra aparente naturaleza gregaria, para decirnos, recurrentemente, “Vivimos juntos o morimos solos”. Y con ello, el análisis del liderazgo y su moralidad.
Quizás lo más trascendente de “Lost” haya sido mostrar un aprendizaje, sin dudas necesario, de cómo prepararnos para dejar esta vida, desapegados de nuestra historia personal, para desaparecer, para ser olvidados, para que nuestro paso sea definitivamente borrado de este mundo, de este plano, de esta dimensión. Y, si es que ese concepto fuera posible, hacerlo para siempre.
FICHA TÉCNICA
“Lost” (EE. UU., 2004 – 2010)
De J. J. Abrahams
Con M. Fox, E. Lilly, M. Emerson,
T. O´Quinn, J. García y J. Holloway
Género: drama, ficción – 121 capítulos de 50´
Calificación: excelente