Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER
Un nuevo filme recorre ficcionalmente la juventud y formación de Donald Trump
“Es la economía, estúpido” (the economy, stupid). El republicano George Bush (padre) era, en 1992, el candidato invencible que transitaba cómodo la búsqueda por su segundo período presidencial en los Estados Unidos, con un notable índice de popularidad e irrefutables éxitos en su política exterior, pero que poco hacía por mejorar la vida cotidiana de los estadounidenses. En ese contexto, en el comité de campaña de la vereda de enfrente, que postulaba al demócrata exgobernador de Arkansas Bill Clinton, algunos carteles pegados en la pared tenían varios recordatorios internos. Uno de ellos decía “la economía, estúpido”. Y eso que parecía una idea a tener en cuenta en dicha oficina sólo por los estrategas, se convirtió en un eslogan que iría cobrando fuerza hasta ser demoledor para la suerte de Bush.
Siempre hay alguna explicación de por qué un candidato termina ganando una elección presidencial. Lo es por la situación económica, claro. También existe el hartazgo provocado por algún sector político -algo que los populismos generalmente terminan consiguiendo-, el voto castigo cuando el electorado se ha sentido traicionado, la presunta salida ética cuando la plantean desde una superioridad moral que no se sabe si creerla o no, y varias más.
Pero desde hace décadas todas vienen acompañadas por un adecuado y eficaz trabajo de marketing político. Que requiere la construcción de un personaje a ofrecer como candidato, una campaña masiva e invasiva, y que el elegido se maneje con naturalidad y fluidez en los medios de comunicación y en redes sociales. Todo eso puede llevar años de trabajo, o ser un fenómeno avasallante desarrollado en poco tiempo. Ejemplo de ello lo tenemos con personalidades como Silvio Berlusconi (1936 – 2023) en Italia, Fernando Collor de Mello (1949) en Brasil, Vladimir Zelenski (1978) en Ukrania y lo propio con Javier Milei (1970) en Argentina. Y, por supuesto, Donald Trump (1946) en los Estados Unidos.
Corría la segunda mitad del año 1983 en la Argentina, mientras el Proceso Militar finalmente se caía a pedazos, tras el desastre en derechos humanos, una situación social desbordada y la derrota por Malvinas, y nada hacía prever lo que sería una catástrofe electoral para el peronismo, por aquellos tiempos con un país todavía sumido en un bipartidismo casi obligatorio e inevitable.
Se decía que el equipo de trabajo del candidato radical Raúl Alfonsín había contratado al publicista David Ratto para que lo orientara a la luz de la exitosa campaña presidencial de John Kennedy en los Estados Unidos a comienzos de los ´60, con conceptos y técnicas novedosos y un joven candidato que tendría un paso fulgurante y a la vez fugaz.
Se decía, también, que el paquete de estrategias del radicalismo incluía el abordaje de los medios y la utilización de ciertos objetos culturales como el cine y la televisión. Aunque no fueron los únicos instrumentos, la telenovela “Yo soy del 30” y la película “No habrá más penas ni olvidos” formaban parte de ese plan. La primera mostrando las bondades del yrigoyenismo. La segunda exhibiendo las graves disidencias internas del peronismo, con perlitas como el piloto de una avioneta rociando con excremento a los vecinos al grito de “¡Viva Perón!” y con la popular marcha peronista en clave de pompa fúnebre como música de fondo. Todas joyitas subliminales que terminaban horadando voluntades.
A finales de octubre, a pocos días de las elecciones, vendría la fatídica noche en la que el candidato peronista Herminio Iglesias quemaría un ataúd con las siglas de la UCR en el cierre de campaña frente al Obelisco porteño, lo que sellaría la suerte electoral del PJ, que con ese acto parecía haber confirmado lo que la mayoría temía, esa barbarie que presuntamente prometía el justicialismo desde la ficción televisiva y el cine.
No debería sorprender, entonces, que semanas antes de las presidenciales estadounidenses de este año se estrenara “El aprendiz”, la primera película argumental, una biopic, sobre Donald Trump en sus años formativos, mostrando cómo se fue configurando su máscara política, su escenificación y las características más definidas de su personaje público. Todo, en sus primeros años -la década del 80-, previo a lo que sería su lanzamiento definitivo, haciendo la transición entre el magnate inmobiliario y el político avezado e intuitivo. Y presentando quién fue, en dicho período, el poderoso abogado Roy Cohn, una especie de mentor que le enseñaría tres reglas a cumplir rigurosamente si buscaba triunfar: atacar siempre, negar todo y nunca aceptar la derrota.
Dirigida por el iraní Ali Abassi, estelarizada por Sebastian Stan como el actual líder del Partido Republicano (y a esta altura consagrado como próximo presidente) Donald Trump, y con la notable actuación de Jeremy Strong como Cohn, “The apprentice” es una realización en clave de biopic sobre la que no se ha expedido públicamente Trump, pero que sabemos que cuenta con su reprobación. Consideremos que el filme lo muestra con su peor perfil de joven déspota, misógino, megalómano, mentiroso e inescrupuloso. Apuntemos, por si hiciera falta, que Roy Cohn, el temprano asesor legal de Trump, fue amigo personal del renunciante y corrupto Richard Nixon y también mano derecha del senador Joseph McCarthy, el mítico perseguidor de izquierdas y autor de las famosas listas negras en el mundo de la cultura yanqui.
“El aprendiz” comienza con un joven tímido pero ambicioso, sediento de éxito y fama en una New York City todavía truculenta y descontrolada, en la previa del Sida, y con la mafia aún dando vueltas, invadiendo los negocios, Wall Street, y contaminando el sistema judicial. Y con su protagonista ya soñando con la que sería la imponente Tower Trump.
Este título, además, muestra el perfil más privado de quien años después usaría todo lo aprendido y conquistado en su afán presidencialista. Lo exhibe con todos sus complejos y frustraciones, que van desde lo familiar hasta su presencia física. Queda claro que si bien Donald Trump es un personaje de la vida real mucho de lo que se reconstruye son especulaciones que no pueden probarse, con diálogos de los que nadie queda como testigos. Por ello desfilan escenas que lo muestran violando a su entonces esposa Ivana Trump, como un gran evasor fiscal, discriminando racialmente a la hora de comerciar con sus propiedades, y varias delicias más que lo hacen ver como un monstruo irredimible y brutal.
Trump no es el preferido del mundo artístico de su país. Desde ese colectivo hicieron todo para que no ganara ni en 2016 (aunque fueron derrotados), ni en 2020 (cuando sí consiguieron el objetivo), ni ahora en 2024. Y este filme vino a formar parte de esa intención. Pero este pasado 5 de noviembre se impuso ampliamente en las presidenciales de Estados Unidos. Y, entonces, ¿qué pasó?
Los razonamientos y conclusiones pueden ser numerosos. Lo cierto es que en 2020 Donald Trump perdió en su búsqueda de ser reelegido por sus malas decisiones a la hora de enfrentar la pandemia, cuando su período había sido de relativa tranquilidad y cierta prosperidad económica para sus ciudadanos.
En el país donde el voto no es obligatorio y los manejos financieros partidarios y quienes apoyan económicamente cada campaña deben ser extremadamente transparentes, Trump vuelve a triunfar de la mano del desastre provocado por “Sleepy” Joe Biden, y por una población que evidentemente, y quizás tan sólo por ahora, no quiere mujeres presidiendo los Estados Unidos. Ni tampoco la ortodoxia política que representan los demócratas.
Los Pet Shop Boys ilustran musicalmente el filme, y una canción llama la atención: “Always on My Mind” (Siempre en mi mente), con esa letra que parece un pedido de disculpas de Donald Trump: “Tal vez no te traté tan bien como debería. Tal vez no te amaba tan a menudo como pude. Pequeñas cosas que debería haber dicho y hecho. Nunca me tomé el tiempo. (pero) Siempre estuviste en mi mente…”
FICHA TÉCNICA
“El aprendiz” (EE. UU., 2024)
De Ali Abassi – con S. Stan y J. Strong
Género: biopic – duración: 120´
Calificación: muy buena