Por Ernesto Edwards /Filósofo y periodista @FILOROCKER
El rock señala caminos. Y también los transita
El rock tiene, entre sus elementos constitutivos principales, ingredientes que lo ubican muy próximo a historias ambientadas en todo tipo de senderos. Son esas rutas que conducen a destinos determinados o a desenlaces imprevistos. Pero siempre con decisión y una dosis de audacia. Y que nos hacen pensar en “El camino no tomado” de ese famoso poema de Robert Frost, que sí decidimos seguir, eligiendo uno entre dos, y que bien pudo haber hecho la diferencia en nuestras vidas.
El rock como escenario contracultural, entre tantos reconocibles caracterizadores, además del compromiso, contenido y militancia a los que hacemos siempre referencia, tiene como propios a la libertad, la independencia, la rebeldía y las ansias por viajar recorriendo nuevos caminos. Metafóricos y también concretos.
Los hay a la manera de La Renga: como un “caminito al costado del mundo”. Por ello su proximidad, en sus letras, con la idea que vincula al movimiento musical con un género cinematográfico como el de las “road movies”, cuyas tramas se despliegan a lo largo de todo un viaje, entre rutas y revelaciones existenciales, en ocasiones como símbolo de vertiginosos encuentros con nosotros mismos.
Historias que pueden emparentarse con la epopeya homérica, además del paradigmático “Ulyses” de James Joyce. Pero también con la contemporánea “En el camino” de Jack Kerouac. Dichos viajes necesariamente debían realizarse en carreteras ya existentes. O la alternativa será ir haciendo “camino al andar”, como prescribía Antonio Machado. O como cantaba Marea, dando “pisotones, haciendo senderos”. Y siempre como alegoría de un recorrido más íntimo, más privado, más personal.
La película más emblemática de las road movies sigue siendo “Easy Rider” (“Busco mi destino”), que tuvo como leit motiv a “Born to be wild” (Nacido para ser salvaje), toda una declaración de principios en aquel cuestionado mundo rockero. El filme australiano “Oz – Una película de rock and roll” es la síntesis justa de road movie y rock, narrando la historia de una groupie siguiendo a su banda favorita. Temática que se reiteraría más tarde con “Casi famosos”, el recordado filme que consagrara a una muy joven Kate Hudson.
Ilustrando parcialmente esta intención de usar en el rock como escenografía autopistas y carreteras, tenemos “Route 66”, extraída del jazz, rockeada hasta el cansancio desde los Rolling Stones hasta Pappo, recorriendo la mítica Ruta 66 estadounidense (de la que ya nos ocupamos in extenso en esta Columna), atravesando el país entero, teniendo paradas en distintas ciudades a lo largo de dicho país. Pero más significativa y con un origen auténtico en este particular universo cultural es “Highway 61 revisited”, de Bob Dylan, dando nombre tanto a un disco de estudio como asimismo a la canción que circunda el relato de una difundida leyenda blusera, la de una encrucijada en la que un violero mediocre venderá su alma para perfeccionarse en su arte. Precisemos también que dicha autopista 61 bordeaba el valle del Mississippi y llevaba a los negros del sur que buscaban llegar a Chicago y Sant Louis. En su letra, Dylan describe en cinco estrofas cuestiones que serán resueltas todas en dicha autopista, tal como el bíblico pedido divino a Abrahám de que mate a su hijo.
También es imprescindible conocer “Thunder road”, de Bruce Springteen, el Jefe, ese viejo rocker que se graduó en ciencia política en la academia de sus giras, y que cantaba: “Estos dos carriles nos llevarán a ninguna parte. Tenemos una última oportunidad para hacerlo realidad. Para intercambiar estas alas sobre algunas ruedas. Sube atrás. El cielo te espera en las vías”.
Siempre quedará para el recuerdo cuando The Beatles cantaban “The Long and Winding Road”, expresando el desconsuelo adolescente: “El largo y sinuoso camino que lleva a tu puerta nunca desaparecerá. ¿Por qué me dejás parado aquí?”
Algunos, como Kutxi Romero, frontman de Marea, podrán decir “Empecé haciendo carreras, por atajos y veredas muy estrechas para mí”. Pero caminar algunas calles también invoca musas, como para Sting al titular uno de sus discos como la neoyorkina intersección de “57th & 9th”, la misma a la que acudimos muchos quizás esperando atisbar algo de magia.
En los albores del rock nacional, Luis Alberto Spinetta, desde Almendra esperaba ser llevado por las “Rutas Argentinas” hasta el fin. En su plena madurez, ya convertido en el Filósofo místico del rock, con los Socios del Desierto grabaría ”San Cristóforo”, en obvia alusión al protector de los caminos. También Charly García, nunca más metafórico y profundo, escribía para Sui Generis: “Es larga la carretera cuando uno mira atrás”.
Se puede viajar en auto o tomarse un bus. Pero si la opción es una moto, la más visible en este universo rockero es una Harley. Ricardo Soulé, con ”Mi Harley Davidson”, la inmortalizó. El propio Soulé, con ”Muchos caminos y desafíos” plantea, con rockero desenfado, “Busco simplemente un lugar adonde estar para permitirme todo lo que quiera… Moverme siempre en libertad”. Pero en ”Perlada” propone un viaje (¿interior?) del “que cueste regresar, sin fecha de retorno que marcar. Pequeña la maleta, no hay mucho que guardar: puñado de recuerdos y cartas”.
Basado en “El Wéndigo” de Algernon Blackwood, con “Fiebre de la ruta” Claudio Gabis anticipa: “Voy a seguir hasta que caiga el Sol. Voy a cantar hasta apagar mi voz”. Y Gustavo Cerati, liderando Soda Stereo graba ”Toma la ruta”, para decir “después de tanto andar estás en el mismo lugar. Sal del camino, toma la ruta. Será diferente”.
Los Guarros, el originario grupo encabezado por Javier Calamaro, acuñó un recordado hit llamado ”Vamos a la ruta”, invitando a amores juveniles: “Voy manejando mi coche. Te he visto por la ciudad, día a día, noche a noche, y no te puedo encontrar. Piso más fuerte el acelerador. Voy llegando al límite de esta ciudad. Me voy de acá con vos”.
”Ruta 40”, y otra vez La Renga, para más señales de recorridos privados: “Rectas, sinuosas, lejanas que van hacia otros mundos que en la mente aguardan. Y creo circular por la ruta que no está. Embrujo largo del desierto hacia el alba. Rodarás en mí, para ver, qué tan lejos podría ser”.
Con “Tarea fina” los Redondos y la letra de un rock de perdedores: “Quemando la turbina te escapás. ¿Vas a volver a herirme otra vez? En tu ternura está acechándome una buena traición de mujer… Un auto guapo va a venir por vos. Y nada va a cambiar…”
”Al lado del camino”, escribía Fito Páez: “Me gusta estar al lado del camino. Fumando el humo mientras todo pasa. Me gusta abrir los ojos y estar vivo”. Y como aseguraba Fito Cabrales, “Hay canciones que te dan de frente, y te señalan el camino”. Sí, porque son necesarias.
”Camino a La Paz”, de Antonio Birabent, y otro viaje más: “Podemos cruzar senderos de yerbas y rocas. Bordeándonos van, familias enteras inundan la ruta subidos en bicis y en motos, viajando están… Ya se hace de noche, caballos y coches brillan en la oscuridad. Quedaron viejos hippies colgados, camino a La Paz”.
El catálogo sigue abierto y es muy amplio, y aunque pueda parecer que la misma idea se reitera, cada enfoque tiene su matiz: “Los Caminos de la Vida” (Vicentico), “Camino a la Ruina” (Pier), “Camino” (Los Tres), “Camino” (Jarabe de Palo), “El Camino Del Deshielo” (La Renga), “Camino Difícil” (Almendra), “Camino Solo” (La Mancha de Rolando) y “Camino” (Científicos del Palo).
Ya lo decía Atahualpa Yupanqui: “Y cuando debo quedarme, me voy andando… Es mi destino, piedra y camino. De un sueño lejano y bello soy peregrino”.