Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER
Los caballos son concepto y metáfora muy difundidos en los Objetos
Culturales
El caballo, entre tantas imágenes que dispara con su sola mención, apunta a las ideas de potencia y de virilidad, de fuerza indomable, de caudal pasional, de impulso irrefrenable, de emociones salvajes, de pulsiones desbordadas, de
poderío sexual. No son las únicas, claro. Ni siquiera corresponden a una
cuestión de género excluyente. Pero la tradición cultural más dominante lo ha
volcado mayoritariamente en esa dirección.
Desde los albores de la Historia el caballo viene teniendo roles protagónicos.
Aún con su pertenencia a la categoría de animal irracional ha sido colocado en
una situación de privilegio como fetiche y como referencia de ciertas decisiones
apresuradas, y no tanto. Y ha sido tema de frases que atravesaron épocas,
llegando incluso hasta nuestros días.
En una rápida recorrida por algunos de los caballos más famosos de la Historia
no pueden dejar de mencionarse Incitatus, el caballo de Calígula al que el
delirante y cruel emperador romano decidió nombrar Cónsul. Othar, el caballo
de Atila, el rey de los Hunos, del que se afirmaba que por allí donde pisaba no
volvía a crecer la hierba. Genitor, el caballo del político y militar Julio César.
Bucéfalo, el caballo del conquistador macedonio Alejandro Magno. Miguel de
Cervantes imaginando a Rocinante y el Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Babieca, el caballo del legendario Cid Campeador Rodrigo Díaz de Vivar. Y
Marengo, el caballo blanco del insigne corso Napoleón Bonaparte.
La Biblia, en el sexto capítulo del Apocalipsis -último libro en el Nuevo
Testamento-, menciona el pergamino sellado con siete sellos, portado en la
diestra de Dios, que tras ser liberados los primeros cuatro por el Cristo, los
restantes serán trasladados por los cuatro jinetes del Apocalipsis,
montando cuatro caballos de diferentes pelajes, representando así el Juicio
Final en el epílogo de los tiempos.
Tanto en “La Odisea” de Homero como en “La Eneida” de Virgilio se
menciona el mito, incomprobable en cuanto a su autenticidad histórica, que ha
tenido traducción en lo literario, pictórico y cinematográfico. El Caballo de
Troya fue el gran engaño que con forma de gigantesco caballo de madera en
clave de regalo fue introducido por los aqueos tras las murallas troyanas,
quienes con sus numerosos soldados escondidos durante la noche asesinarían a los guardianes, para así abrir los portales de la ciudad y dejarla a merced de
sus enemigos, quienes terminarían tomándola. Desde entonces, la expresión“caballo de Troya” alude a un ardid que, con apariencia de agradable regalo,encubre la intención de provocar un perjuicio.
En el año 1495 Ricardo III, el joven rey inglés que se vio en la encerrona
provocada por los enemigos que representaban a Henry Tudor en su intento
por quedarse con su corona en la batalla de Bosworth, al arremeter contra ellos montado en un corcel mal herrado, y siendo abandonado por éste, fue que exclamó “Mi reino por un caballo”, sabiendo del valor y la importancia que tenía a nivel de imagen triunfante como estímulo para su despavorida tropa. La shakespeariana escena llevada al cine, quizás la más recordada sobre el tema, la encarnó en su momento Al Pacino, en una adaptación que conocimos como “Looking for Richard”.
Llevado al universo del rock, la metáfora equina en letras en español registra un numeroso repertorio.
En ese canto de rebeldía que fue “Don Quijote de Barba y Gabán” (1972) los de Alma y Vida cantaban: “Por un prado cabalgaba Don Quijote de barba y
gabán. Y a las cabras entonando sus canciones de amor y paz. Su caballo
Rocinante no tenía rienda ni bozal”.
En la multívoca y polisémica “La Bestia Pop” (1985) Patricio Rey y los
Redonditos de Ricota instaban a brillar: “…Pero yo sé que hay caballos que
mueren potros sin galopar”, quizás como metáfora de la Posmodernidad.
En “Caballos de Noche” (1989) Ratones Paranoicos decían “Subo al coche
donde mis amigos se van. Caballos de noche. Algunos ya quieren volar”. Y la
popular banda stone Guasones con “Caballo Loco”, de su primer disco del
mismo nombre (2000) avisaba: “¿Adónde vas? Quiero montarte y salir a bailar”.
En la folclórica e instrumental “Caballo Negro” (2012) Ricardo Iorio a través
de Almafuerte rinde homenaje al interior y al campo, justamente en el disco
“Trillando La Fina”.
En 2018 Divididos graban “Caballo de la Noche” (La Foca) para decir:
“Caballos corren en la noche cayendo en el abismo punk. Un grito despertó a
los lobos, aullando ese final sin fin”.
En la claustrofóbica y pandémica “Caballo de Troya” (2021) Fito Páez
animaba: “Hay que construir un Caballo de Troya. Puede que esta sea la última salida. Y habrá que abrir las ciudades, y en ellas nuestro corazón. Quiero que te pongas tus mejores luces, mi amor, para el próximo concierto… Hoy hay que actuar y filosofar, lo entienda quien entienda”.
“Caballo de Madera”, la nostálgica letra de Flavio que cantara Vicentico para
Los Fabulosos Cadillacs era una canción de despedida para un compañero
del grupo: “Querido amigo, ¿cómo estás? Ya era hora de escribir. Desde hace
tiempo quiero decirte lo que no puedo evitar es recordar”.
Con “Caballo Salvaje” la metalera Rata Blanca cuenta: “En lo salvaje de tu
alma sabes del bien, sabes del mal. Tu corazón es como el grito. El que te da la libertad y no querrás jamás mirar atrás nunca más”.
No pueden faltar en esta selección “El Amor Cabalga en el Viento” (Vox Dei),
del disco “Sin Darle Ya Más Vueltas”. Tampoco “Su Caballo” (Babasonicos) ni
“Mitad De La Canción Del Caballo Violeta” (Illya Kuryaki y The Valderramas).
Un joven Joaquín Sabina, el poeta de Úbeda de quien ya sabemos que por
derecho propio forma parte del index rockero español, en la muy madrileña
“Caballo de Cartón” confiesa sus pasiones: “Cuando la ciudad pinte sus labios
de neón subirás en mi caballo de cartón”.
Finalmente, cartel francés para el disco “Los Potros del Tiempo” (2022) de la
ibérica Marea, que con su tracklist recorre muertes, cicatrices, verdades y
soledades.
Y aunque el Potro Santafesino nunca fue del palo del rock, por su rebeldía
transgresora bien lo podría haber sido, y con “Caballo que no galopa” Horacio
Guarany lo explicaba todo: “Caballo que no galopa va derecho al pisadero. Y al
que lo tapa la muerte va derechito al invierno. Andar solo y galopando como
quien se va perdiendo con el alma dolorida, caminito de los cerros…”