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Los caballos y el rock, parte 2

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Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER

Los caballos siempre serán tema y metáfora para los Objetos Culturales

Como quedó expresado hace una semana en esta misma Columna, el caballo, entre tantas imágenes que dispara con su sola mención, apunta a ideas diversas sobre potencia, fuerza, emociones, poder, pulsiones y sexualidad. Claro que no son las únicas, pero sí suficientes para darnos una idea de su riqueza conceptual.

Los caballos configuran un tópico inagotable en cuanto a significados, metáforas y connotaciones. Han sido profundizados y analizados por disciplinas diversas, tales como el Psicoanálisis. Recordemos a su creador, Sigmund Freud, y su desarrollo sobre “Juanito” y su temor a los caballos. En 1909 se publica “Análisis de la fobia de un niño de cinco años”, donde confirmaría sus supuestos teóricos acerca de la sexualidad infantil. Juanito, paseando con su madre, vio que un caballo que tiraba de un carro termina desplomándose. Ello llevó al niño a temerles, especialmente a que pudieran morderle, lo que lo impulsó a no querer salir de su casa. El proceso para llegar a la interpretación psicoanalítica más adecuada sería extenso, pero digamos sólo lo siguiente: para Freud el caballo representa al padre, a quien le teme por querer tanto a su madre.

Tal es la importancia de los caballos en su vínculo con los seres humanos que la Equinoterapia se convierte en un método de tratamiento que busca una rehabilitación integral orientado a personas con dificultades motrices, que apunta no sólo a lo físico sino también a lo emocional, a través de ejercicios fisioterapéuticos con caballos especialmente entrenados.

No es desconocido que los susurradores de caballos existen, y que no fue una invención para la famosa película de 1998 “El hombre que susurraba a los caballos”, estelarizada por Robert Redford encarnando a un extraño personaje dotado de la capacidad de comunicarse y entender el lenguaje equino, al punto de poder calmarlos e incluso domarlos sólo “conversando” con ellos.

Los Objetos Culturales también han sido generosos a la hora de aludirlos o usarlos como metáforas. La polisemia que inspiran los caballos propicia desarrollos originales al respecto.

El teatro nos dejó una obra antológica: “Equus”, escrita en 1973 por Peter Shaffer, que nosotros conocimos en nuestro país protagonizada por Miguel Ángel Solá, y que tuviera una aclamada versión cinematográfica estelarizada por Richard Burton. El núcleo argumental giraba en torno a un psiquiatra que buscaba “curar” a un adolescente patológicamente fascinado a nivel sexual por los caballos. La historia se basó en el hecho real de un  jovencito que cegó a veintiséis de los mismos sin motivo aparente. El profesional llegará a cuestionarse acerca de la moralidad de someterlo o no a los rigores de lo socialmente aceptable, y de cuál debería ser el criterio que diferenciara entre salud y enfermedad.

El cine, entre tantos largometrajes dedicados al tema, aporta dos grandes ejemplos en cuanto a lo metafórico. Uno es “War horse”, (2012, de Steven Spielberg) que se ambienta al comienzo de la Primera Guerra Mundial con el joven hijo de un granjero encariñado con un potrillo que por razones de estrechez económica su padre se verá obligado a vender. La otra es de origen nacional: “Caballos salvajes” (1995, de Marcelo Piñeyro), en la que un septuagenario intentará robar a la institución bancaria que lo estafó, trabando así relación con un joven empleado con el que emprenderá un alocado viaje mientras huyen por la Patagonia.

En cuanto a series televisivas apelando a esta metáfora, la más destacada es “Slow Horses” (Caballos lentos), protagonizada por los talentosos actores Gary Oldman y Kristin Scott Thomas, y de la que se espera el estreno de su quinta temporada, dando vida a una historia de desacreditados agentes del MI5 británico, relegados a una aburrida oficina desligada de la acción y sometidos a un despreciable jefe que vive esperando verlos renunciar o morirse. La canción principal del programa, “Strange Game”, fue compuesta y grabada por Mick Jagger, sintetizando la esencia de “Slow horses”, en la que dice “Rodeado de perdedores, inadaptados y borrachos, colgando de tus uñas, cometiste un error. Te quemaron en la hoguera. Estás acabado, eres tonto, fallaste. Siempre hay una esperanza en esta pendiente resbaladiza. En algún lugar el fantasma de una oportunidad para volver a ese juego y quemar tu vergüenza. Y bailar con los grandes otra vez…”

El rock en idioma inglés nos ha dejado grandes páginas de los más destacados autores sobre esta cuestión. Con letras reveladoras e inolvidables con las que se podría armar una playlist. En esa destacada galería deberían figurar “Wild Horses” (Rolling Stones), “Horse Latitudes” y “Ryders on The Storm” (The Doors), “Flagelando un Caballo Muerto” (Sex Pistols), “Dark Horse” (George Harrison), “Dead Horse” (Guns N’ Roses), “Horse Power” (Chemical Brothers), “The Four Horsemen” (Metallica), “A Horse With No Name“ (America) y “Four Kind of Horses” (Peter Gabriel), todas con letras que recorren el amplio arco del ideario rockero.

Pero quizás la de más alto vuelo haya sido “Horses” (1975), álbum debut de la exquisita poetisa norteamericana Patti Smith, quien se destacara por encarnar el ideario del punk neoyorquino, escena que compartía con Blondie y The Ramones. “Horses”, en una tracklist excepcional destaca, entre otras, “Land”, un homenaje al poeta maldito “Artur Rimbaud. En este disco seminal fue que Smith hiciera su inquietante afirmación “Jesús murió por los pecados de alguien pero no por los míos”.

Para el cierre sobre este tema ecuestre en su relación con objetos culturales, mención especial para León Gieco. En 1973, en su disco debut del propio nombre, edita “Seamos todos caballos” y “Todos los caballos blancos”. En la primera canta “Hombre crea tu paz y entonces habrá flor. Hombre róbate la oscuridad y también las guerras. Que amanecer tan largo estamos viviendo. Sin pensamientos y el hombre dejó de serlo. Seamos todos caballos y entonces habrá paz. Seamos todos caballos y habrá libertad”. En la segunda dice “Voy andando y siento el sol de la tarde en mis espaldas. Y en mi frente siento el sol de la mañana. Todos los caballos blancos. Y el campo…” Un año después Gieco publica “La Banda de los Caballos Cansados”. Y lo dijo todo.

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