Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER
La muerte de Jorge Lanata provocó opiniones encontradas. A continuación, la mía
Siempre me resultó un misterio fascinante cómo pudo haber sido que a los 16 años Luis Alberto Spinettahubiera compuesto ese tratado metafísico en clave de zamba que fue “Barro Tal Vez”. Lo mismo con Ricardo Soulé componiendo a los 17 ese multívoco himno que es “Presente”. Y qué decir cuando Charly García escribió la existencialista “Canción Para Mi Muerte” antes de los 20. ¿Cómo se puede ser tan original, genial y profundo a tan joven edad?
Y transpolando las artes, ¿de dónde surge la autoridad que te permite, también muy joven -con apenas 26 años-, fundar un diario, editarlo, dirigirlo, bajar línea editorial, y que todos, incluyendo autores y periodistas consagrados de entonces, te respeten como tal? Si en ese momento yo tenía la misma edad que él y todavía no se me había ocurrido fundar las que serían mis escuelas.
Aunque su origen parece remontarse a Francia, se atribuye a Jorge Luis Borges, quizás citándolo a Baltasar Gracian o a Franklin Delano Roosevelt, haber afirmado que “Sólo los imbéciles no cambian nunca de idea”. Será por ello que esa costumbre argentina de dar carpetazos con declaraciones antiguas de algún personaje que entrarían en contradicción con el posicionamiento del presente, y que muchos dicen que es la técnica de apelar al archivo, me tienen bastante sin cuidado. Es que en esto de las ideologías la coherencia a través del tiempo está un poco sobrevalorada. Pudiste ser de izquierdas, y ahora de derechas, o al revés, y no tendría nada de malo. Simplemente cambiaste tu perspectiva. O leíste más libros. O te diste cuenta de que determinado país fracasó en un rumbo político tal.
Este pasado lunes 30, penúltimo día de un año bisiesto, murió Jorge Ernesto Lanata (1960 – 2024). No sorprendió a nadie. Porque parecía haber estado buscando desde hacía años su propia muerte. También descubrí que había unos cuantos que se alegraban, y otros tantos que se la venían deseando. Y hasta algunos estúpidos subiendo en redes fotos de un Lanata entubado sufriendo en su lenta agonía final. Vaya mi desprecio intelectual para todos ellos. Y no porque crea que la muerte convierte en buenos a los malos. No. Va por el lado de la estrechez mental de no poder justipreciar al otro, negándole talentos y capacidades tan sólo por odiarlos. O por no entenderlos. O porque piensan diferente. Y porque no respetan nada.
La noticia me encuentra casi volviéndome a España. Ya es 31 de diciembre y su aerolínea de bandera, en business class, ofrece generosa cava, acompañada de un racimo con doce uvas que suponen que yo, tal la tradición ibérica, debería comérmelas en los 12 segundos previos al cambio del año. La copita de cava, sí. Pero obviamente que ni pienso en atragantarme con las uvas. Y otra vez, casi sobrio y bastante lúcido, estoy escribiendo una nota en un largo vuelo de once horas.
Lo primero en lo que pienso es en la distinción conceptual entre el periodismo de investigación, cuyos resultados generalmente son consecuencia de un prolongado trabajo de rastreo y elaboración de informes, y el periodismo de opinión, que es un género que cultivamos los articulistas y columnistas sobre determinados temas de actualidad, que luego publicamos a través de diferentes medios de comunicación. Aunque no es común destacarse en ambas modalidades, Jorge Lanata lo hizo. Y fue más allá, haciendo stand up en el teatro Maipo y hasta actuando en cine en sus años más jóvenes. El humor y la ironía siempre estuvieron presentes en su vida profesional.
En mis años originarios incursionando en el periodismo, para los que tenemos una formación más amplia y diversa, notábamos cierta hostilidad de parte de quienes habían constreñido su panorama profesional para regirse sólo por lo aprendido en Comunicación Social o en Periodismo, en la universidad. O haciendo la carrera en algún terciario. Les costaba entender que el periodismo, tal como lo había pensado Mariano Moreno en sus tiempos de La Gaceta, iba por otro lado, en otra dirección. Probablemente en la de buscar la verdad, para exponerla. Y en reflexionar sobre algo haciéndolo con transparencia y honestidad intelectual.
Nunca conocí a Lanata. No fui su admirador, y hasta alguna vez me atreví a publicar en gráfica un artículo reprobatorio. Yo estaba tan desorientado que me animé a descalificarlo por lo que entendía eran payasadas suyas. Por eso creo que tengo alguna objetividad para recordarlo, a la distancia. Y porque me di cuenta de que, en el fondo, Lanata era un rock star, un antisistema, un rebelde, un marginal. Quizás por ello su amistad con Fito Páez (luego trunca cuando el rosarino afirmó que los porteños le daban asco), Andrés Calamaro (quien le musicalizó la apertura de un programa), Chano Moreno, e incluso sus polémicas entrevistas con Charly García y Pity Álvarez.
Tal como explicaba el notable filósofo Stanley Cavell, además de un modo filosófico de contactarse con la posibilidad del conocimiento y de la verdad, el Escepticismo también es una actitud de vida. Será por eso, y por mi edad -que me ha permitido tener muchas experiencias-, que soy un gran escéptico, e ideológicamente anarquista. Y dudo de todos. Por lo menos si son políticos o periodistas famosos. Que en los últimos tiempos se confunden en los diferentes poderes legislativos del país. Y, por supuesto, el gran signo de interrogación lo pongo en cuanta empresa periodística poderosa ande dando vueltas.
Es decir: no les creo casi nada a ninguno, dudo de todo lo que afirman y sospecho de las intenciones de todos. Pero ello va en paralelo, y no se roza, a la hora de mensurar capacidades, aunque sean para el mal. La historia política de nuestro país ha registrado tres o cuatro incomparables oradores que, sin embargo, poco o nada hicieron de bueno por los argentinos.
Siguiendo este orden de ideas, tampoco le creía absolutamente todo a Lanata, aunque lo escuchaba con atención. Pero sean las intenciones que hayan sido, el finado periodista, él solito, con un reducido equipo de discípulos, a pura investigación periodística, dejó al descubierto la más enredada y podrida trama de corrupción en el poder, como “La ruta del dinero K”. Y empezando a dejar en descubierto al exvicepresidente Amado Boudou. El kirchnerismo nunca se lo perdonó. Y entonces Lanata fue “La Rata”. Y fue “La Nada”. Y fue el traidor. Y el mercenario. Y el operador. Y hasta se “olvidaron”, cuando su gran creación Página 12 cumplió 25 años, de que él había sido su creador.
Su currículum es bastante conocido por todos. Por sus admiradores, por sus detractores, y por quienes les resultaba indiferente. Porque fue único y distinto. Porque sorprendió con sus innovaciones. Porque no le temió al ridículo. Porque fue valiente. Y porque supo mucho antes que la mayoría que el país tiene una grieta, por ahora -y quizás para siempre-, irreparable.
Fue tan transgresor que convalidó e institucionalizó la puteada en vivo como un modo de mostrar que al aire hablaba igual que cuando estaba fuera de cámara. No escandalizaba musicalizando con “Fuck You”. También, y por sus propias palabras, fue adicto a las drogas, al tabaco y al trabajo. Y, ya lo sabemos, las adicciones matan. Además comprobó en carne propia el relato bíblico que mostraba a Pedro negando tres veces a su Maestro, antes de que el gallo cantara dos veces. La ingratitud y el miedo generalmente pueden hacernos inmorales.
La mejor evaluación que tenemos los docentes es cómo nos recuerdan nuestros alumnos, pasado el tiempo. Y fue conmovedor escuchar los testimonios de sus periodistas – discípulos recordando al maestro desaparecido. Un maestro al que describían, emocionados, como generoso, abierto, descubridor de jóvenes prometedores, defensor a ultranza de sus dirigidos, y para nada subido en un pedestal. Y valiente hasta el extremo de la temeridad.
Andrés Calamaro cantaba cuando se abría “Día D” una letra que describía y a la vez anticipaba: “Muerto el perro se acabó la rabia. …Y otra vez nadie dice la verdad. Ni en pedo ni de casualidad. La coima en el Senado no es pecado. El pibe está en cana por viajar colado. A veces sufro si me dan lo peor. Seguro el ministro no toma Blancaflor. ¡Qué lástima, Argentina! Eras un bizcochuelo. Ahora sos gelatina”.
Y aunque no te lo quieran reconocer, el periodismo argentino será un antes y un después de Jorge Lanata. Respeto.