Por Ernesto Edwardas/Filósofo y periodista @FILOROCKER
Dos inmensos realizadores cinematográficos desencadenan recuerdos y reflexiones personales
Un par de hechos en el mismo día de la semana anterior, el jueves 16 de enero,influyeron para que decidiera qué tema desarrollar en mi Columna. Ambos
directamente emparentados con el gran cine de nivel internacional.
En primer lugar la desaparición física del notable artista norteamericano David
Lynch, a los 78 años. Un director cinematográfico que fue mucho más allá de
esta disciplina artística, para terminar destacándose desde su más temprana
edad también como pintor, guionista y actor, e incursionando en la música
electrónica. Un David Lynch al que parte de su público nos sumergimos en su
incomparable obra de manera diversa.
Yo -y muchos-, a través de inolvidables filmes como “El hombre elefante”
(1980), “Duna” (1984), “Blue Velvet” (1986), “Corazón salvaje” (1990),
“Una historia sencilla” (1999) y “Mulholland Drive” (2001). Donde no sólo
destacaba la estética sino la maestría para contar historias, creando atmósferas
con sello propio.
Pero seguramente otros lo conocieron señalando como un hito fundacional de
los actuales seriales televisivos a “Twin Peaks”, de 1990, que para muchos
significó un antes y un después en la tv contemporánea, con una concatenación episódica que nadie se podía perder para seguir la trama, y que para mí es una
deuda interna que mantengo, porque por un motivo o por otro nunca la pude
terminar de ver. Lynch, un cuarto de siglo después, retomando la línea
argumental, resolvió un gran enigma que para mí aún hoy sigue siendo un
misterio que quisiera develar. En síntesis, aunque es cierto que la prehistoria
televisiva tuvo un primer anticipo secuencial en los años ´60 con “El fugitivo”,
sin “Twin Peaks” no hubiera habido “The X Files”, y sin ella no hubiéramos
tenido ni “Lost” ni “Fringe”, ni toda la prestige television que vino después.
Acerca de David Lynch el mejor homenaje provino de otro monstruo sagrado
del cine, Steven Spielberg. En vida, haciéndolo interpretar como actor, en
“The Fabelmans”, a quien para Spielberg fue el mejor director cinematográfico
de la historia. Y afirmando, a poco de enterarse de la infausta noticia, que
David Lynch siempre había sido su héroe, y por eso lo hizo interpretar a su otro héroe, John Ford.
No por nada, buceando en la propia colección de películas, decidí sumergirme
en el particular universo de “Mulholland Drive” otra vez. Esa película que no
tuvo casting de actores porque Lynch ya había decidido quiénes serían sus intérpretes, permitiendo el lucimiento de una muy joven Naomi Watts, con
una actuación recordable para siempre.
Ese pasado jueves 16, también, deambulaba por un gran mall, en el Principado
de Asturias, en España, tan grande e inmenso como sólo había visto
recorriendo el mundo en los Estados Unidos. Ni siquiera en Francia o Reino
Unido.
Mientras caminaba, asombrado por lo que en el mes de enero, en España, se
caracteriza por sus grandes rebajas en diferentes y numerosos rubros, entré en una casa famosa por comercializar entretenimiento literario, musical y
cinematográfico. Y como un poco conozco, descubrí buenas oportunidades y
ofertas. Revolviendo bateas de películas sorprendió encontrar un setbox, en
bluray, con una buena selección de la filmografía principal del gran maestro
español Carlos Saura (1932 – 2023), un ídolo para mí, a quien no hace tanto
mencioné en esta Columna entre los grandes de España en ocasión del reciente estreno de su ópera prima en inglés de Pedro Almodóvar.
El precio de la colección de Saura figuraba etiquetado en 50 euros. Si bien
estaba dispuesto a adquirirlo no me pareció un precio muy rebajado. Pregunté
a una vendedora si ese era el coste final. Su respuesta fue que, en realidad,
estaba a la venta en 20. Lo adquirí, claro. Me estaba llevando diez títulos de lo
mejor de esta gran cineasta que dirigiera cortos, mediometrajes, documentales
y películas del nivel de “Peppermint frappé” (1967), “Stress” (1968), “Ana
y los lobos” (1973), “La prima Angélica” (1974), “Cría cuervos” (1976),
“Elisa, vida mía” (1977), “Mamá cumple cien años” (1979), y “Deprisa,
deprisa” (1981), entre tantas otras realizaciones, en una trayectoria que se
prolongó hasta casi el final de su vida con treinta y tres largometrajes,
dirigiendo además teatro y ópera, y siendo también notable autor literario y
destacado fotógrafo.
Y esta pequeña anécdota de haber comprado esta colección de Saura en
BluRay, que parece algo trivial en la vida de un especialista y coleccionista del
buen cine, desencadenó recuerdos que quiero compartir, porque quizás, como
decía Jorge Luis Borges en una famosa dedicatoria a su madre, “las cosas
que le ocurren a un hombre les ocurren a todos”.
En el reciente 10 de febrero de 2023 falleció Saura, a los 91 años, justo el día
antes del que iba a recibir el Premio Goya en mérito a su incomparable
trayectoria, en cuya ceremonia la encargada de homenajearlo fue Natalia
Lafourcade cantando “¿Por qué te vas?”, un hit al que el cineasta ayudó
muchísimo a hacerlo muy popular, cuando lo erigió en el leit motiv musical de
“Cría cuervos”, en ese entonces interpretado por una vistosa inglesita llamada
Jeanette.
Carlos Saura me llevó muy atrás en el tiempo. A mis años de escuela
secundaria, en un colegio parroquial de barrio, que lo recuerdo por la calidad
personal de algunos (aunque no tantos) docentes y compañeros que allí conocí,con quienes aún, afortunadamente y a la distancia, me sigo encontrando en la
vida.
Fue así que yo, un alumno con un rendimiento del montón, siempre
desinteresado por lo que cualquiera pudiese enseñarme, conocí tempranamente un profesor de Contabilidad que marcaría una diferencia en mi vida. No porque llegaran nunca a interesarme los asientos contables y los balances, ni a saber
hacerlos. No, con José Tanno fui descubriendo un mundo de la cultura que
iríamos compartiendo a lo largo del tiempo, en interminables encuentros y
conversaciones. Ambos fanáticos del fútbol y de Newell´s, y Tanno como
organizador de los torneos futbolísticos internos del colegio reunía para su
equipo (él también jugaba) a adolescentes que luego terminaron convirtiéndose en estrellas del futbol mundial. Sí, mundial.
Yo, que siempre fui un gran conocedor de la historia del futbol y de sus
estadísticas, sin embargo no me coincidían la teoría con la práctica, y jugando
era pésimo, por no decir horrible, por lo menos en esa época. Sin embargo
Tanno de vez en cuando me incluía unos minutos en algunos partidos en su
seleccionado. Quizás porque mi manifiesta torpeza la balanceaba con una
reciedumbre y agresividad física que provocaban situaciones pintorescas. Y
porque en el medio de esos partidos, hablábamos de cuestiones que nadie
hubiera imaginado. Por él descubrí a Charly García y Mercedes Sosa. No
había recital que se perdiera. Ni estreno cinematográfico. Así también conocí a
Carlos Saura. Con tales motivos fue que comenzamos una charla que se
prolongó hasta 2015, año de su muerte, en reuniones que, muchas veces,
compartíamos con otros exalumnos, como el cirujano plástico Rodolfo
Dalpino, mi brillante y querido amigo.
Con una letra simple, casi ingenua, la canción de “Cría cuervos” se preguntaba
cosas que por entonces yo no sabía, o no podía, responder: “Hoy en mi
ventana brilla el sol, y el corazón se pone triste contemplando la ciudad. ¿Por
qué te vas? Como cada noche desperté, pensando en ti. Y en mi reloj todas las
horas vi pasar. ¿Por qué te vas? Todas las promesas de mi amor se irán contigo.
Me olvidarás. Junto a la estación hoy lloraré igual que un niño. ¿Por qué te vas?
Bajo la penumbra de un farol se dormirán todas las cosas que quedaron por
decir, se dormirán. Junto a las manillas de un reloj esperarán todas las horas
que quedaron por vivir. Esperarán. ¿Por qué te vas?”
Hoy la respuesta la tengo un poco más clara.