jueves, febrero 13, 2025
29.5 C
San Pedro

“Babygirl”, erotismo y porno

Tenés que leer..

Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER

El nuevo filme con Nicole Kidman hace que diferenciemos entre erotismo y pornografía

Antes de avanzar en esta lectura, vaya a modo de advertencia un spoiler: vamos a tratar cuestiones subidas de tono.

“Babygirl” comienza, aún con la pantalla fundida a negro, con la protagonista, Romy Marthy (Nicole Kidman), una mujer en sus cincuenta y algo más, gimiendo, con su respiración entrecortada, en el medio de un orgasmo prolongado, intenso y profundo. La imagen siguiente la mostrará sobre su marido Jacob (Antonio Banderas, componiendo a un apuesto sesentón dedicado a dirigir teatro), con ambos ya en la cama, completando un acto sexual que se muestra como mutuamente satisfactorio. Sin embargo, inmediatamente después Romy correrá a otra habitación para, ya sola, en el suelo y boca abajo, retorcerse mientras se masturba mirando porno en una compu. Y ahí sí tendremos la impresión de que llegó al clímax deseado.

La escena posterior la mostrará acercándose al imponente edificio neoyorkino en el que Romy es la directora ejecutiva de una importante empresa tecnológica, y su cara visible en medios y publicidades. Un incidente en la puerta, antes de entrar, marcará el tono de lo que vendrá: un atractivo veinteañero, Samuel, (compuesto por Harris Dickinson) controlará y dominará a una perra desbocada, dándole un dulce, y tras calmarla diciéndole “good girl” (buena chica).

Romy no imaginaba que el apuesto muchacho estaba por iniciar su período como becario en la misma empresa. Tras las presentaciones, de ahí en más todo será un juego en los bordes, en el que el joven se mostrará decidido y audaz a la hora de la seducción y el abordaje, ante una contenida y poco creíble indiferencia, mientras ella aceptará a regañadientes ser su mentora.

La mujer se debatirá entre el deseo y la represión. Algún beso apresurado en un despacho privado, entre avances y ambivalencias, y no más. No pasa tanto hasta que coincidirán en un after en un bar, en el que desde otra mesa la invitará con un vaso colmado de leche, que Romy beberá de un trago, incluso chorreándose. Seguramente estamos a un paso de la vulgaridad, pero con la Kidman nunca se cruza ese límite. Nunca pierde el control de una gran actuación a lo largo de todo el filme. Aunque ronde la obscenidad y genere algún escándalo, lo que predominará será erotismo y suspenso. 

El estreno de “Babygirl” disparó más de una polémica. Aún viniendo precedida por un gran reconocimiento en el Festival Internacional de Cine de Venecia en el que Nicole Kidman fue distinguida con la Copa Volpi a la mejor actuación femenina. También la National Board of Review reconoció a la película como una de las mejores de 2024 y a la Kidman como mejor actriz. E injustamente no fue nominada para los próximos Oscars.

El fondo de “Babygirl” es, en realidad, cómo debe evaluarse la actitud de una experimentada señora, con treinta años de diferencia por sobre una ocasional pareja sexual que es su subordinado laboral. Si se está aprovechando, si es un abuso, si es un exceso inaceptable. Lo que, en definitiva, se juega en el filme, es el juego del poder en los vínculos humanos. Quién controla, quién manda, quién decide, quién obedece. Siempre y cuando, claro, haya un desequilibrio en las cargas de cada parte. Sin embargo, Samuel le explicará que es él quien tiene el poder, y que podría poner su vida laboral en peligro si decidiera denunciar la apasionada relación que mantienen. La situación llevará a Romy a aceptar un rol de extrema sumisión sexual, haciendo incluso de una perra que se desplaza en cuatro patas por la habitación. Y no sólo ello: el joven se le aparecerá en su casa, con una excusa laboral, interactuando con toda la familia, hijas adolescentes incluidas.

Todo empeora cuando vuelve a irrumpir en su hogar, esta vez con otra jovencita del trabajo con la que confiesa tener también un vínculo. Romy se descontrola, su mundo peligra y tambalea, al punto de evitar la intimidad con su esposo y confesarle su gran insatisfacción sexual con él y que nunca supo provocarle un orgasmo. El paso siguiente será confesarle la aventura. Lo demás, que cada uno mire el resto de la película, si piensa que puede interesarle.

Sobre Nicole Kidman: no vamos a descubrirla como la gran actriz que es. Después de filmar con Stanley Kubrick su carrera dio un vuelco cualitativo enorme. Faltaba agregarle a su CV su gran capacidad como productora, promoviendo numerosas series y películas generalmente protagonizadas por ella misma. En ese rol, se ocupó acertadamente de la promoción de “Babygirl”, a tal punto que más allá de los notorios motivos artísticos que ofrece para ser atractiva, le sumó un detalle fundamental para la taquilla: se encargó de avisar sobre la enorme carga sexual de su contenido. Yendo más allá. Declarando periodísticamente que en varias ocasiones decidió suspender la filmación debido a que ya no toleraba tener tantos orgasmos reales en las tórridas escenas sexuales que debió filmar. ¡Epa!

“Babygirl” no es una gran película. Pero tampoco es mala. Y tiene el plus de otra notable performance artística de la Kidman, en la plenitud de su capacidad actoral, con recursos histriónicos que no todos tienen. Lo curioso es la valoración del filme desde un sector marginal de la crítica como si se inscribiera en el género del cine porno. Y surge la pregunta: ¿mostrar escenas de sexo explícito es porno? ¿Siempre? Y ¿el cine porno es arte? No es el caso de “Babygirl”. No es porno.

Recordemos algunos títulos de producciones famosas, con actores de ciertos prestigio, que incluían escenas y planos que escandalizaron a más de uno. “Calígula”, “8 Songs”, “Brown Bunny”, “Intimacy”, “En carne viva”. Y esos dos inolvidables títulos del gran Nagisa Oshima, “El imperio de las pasiones” y “El imperio de los sentidos”. Y también películas que tocaban temas tan tabúes como el incesto: “Adiós, hermano cruel” y “Soplo al corazón”.

Ahora bien: ¿quién puede ponerse en el papel de cuidador de nuestra moral y decidir por nosotros qué estamos en condiciones de ver, y tolerarlo, como si no fuésemos adultos maduros, evolucionados y con un recorrido conceptual personal suficiente como para evaluar toda expresión artística de la que seamos eventuales espectadores?

“Babygirl” no es “Verano del 42”. No es la cándida historia de un adolescente enamorándose de una treintañera. Pero tampoco es “Pretty baby”, un filme que hoy sería inaceptable, en el que Brooke Shields siendo una niña de once años interpretaba a una alternadora infantil cuya madre venderá su virginidad en un prostíbulo, con escenas de desnudo total rodeada de adultos. Eso sí que fue absolutamente cuestionable y no debió haberse permitido nunca. 

Por lo demás, ver sexo jugado entre adultos no debería alarmar a nadie, especialmente si contribuye para darle realismo y credibilidad a la historia que se narra. Y quien tenga una sensibilidad que le impida tolerarlo bien puede elegir no verlo. De eso también se trata la libertad.

Últimas noticias

Ramallo: Primera edición de Ramallo Arena, más de 10 mil personas disfrutaron de Sergio Galleguillo.

A pesar de las inclemencias del tiempo, más de 10 mil personas se acercaron a la playa de Ramallo...

Más noticias como esta