Por Ernesto Edwards /Filósofo y periodista @FILOROCKER
El nuevo filme protagonizado por Adrien Brody, aún entre polémicas, roza la excelencia
Cada uno tiene, sabiéndolo o no, su propia concepción acerca de la verdad. Apelará a algún concepto filosófico o a lo que su propia experiencia de vida le indique en eso de determinar cuánto de cerca se aproxima a tocar la realidad.
Otro tema será si pensamos en cuánto de verdad ofrece el arte. En cuánto deberemos creer del contenido de aquella obra que apreciamos como espectadores. Y si ya sabíamos, de antemano, que el Objeto Cultural del que estamos gozando, es ficción, es fantasía, o por el contrario un relato minucioso de aquello que ya sucedió. Muchas veces, por diferentes motivos (especialmente legales), nos advierten al comienzo de un libro, de un filme, eso de que cualquier parecido con personas reales es pura coincidencia. O, de otro modo, que la historia que se cuenta se basó en hechos concretos. Aunque se cambien nombres, fechas, lugares y se agreguen personajes inexistentes.
Cada comienzo de año en el que ya se conocen los premiados de los Globos de Oro y las nominaciones del Oscar correspondientes a la producción de la temporada anterior parecería que a muchos se nos despierta cierta ansiedad por tratar de ver todas esas películas que más suenan para algún premio importante, especialmente antes de que la premiación ocurra, en el afán de anticiparnos al resultado real y concreto, y poder así evaluar comparando los hechos con nuestras propias valoraciones. Por puro deporte cognoscitivo.
2025 no será la excepción. Tampoco en cuanto a polémicas. Porque ya se sabe que la Academia de Hollywood año a año se debate entre parecer políticamente correcta, por un lado, y por otro arrastrando vicios de origen, como su histórico racismo y su desprecio por aquellos actores y actrices y también directores de raza negra. Las contadas excepciones que tuvo esta historia no hicieron más que confirmar lo que todos sospechan y comentan.
Este año un relativo escándalo se suscitó con el filme “Emilia Pérez” y sendas nominaciones en la categoría de mejor película (por notorios desaciertos en la producción que la tornan un tanto grotesca) y en la de mejor actriz, que recayó en Karla Sofía Gascón, de origen español y de género trans. Las posiciones más extremas llegan incluso a afirmar que le quitó el merecido lugar a actrices como Nicole Kidman por su impecable protagónico en “Baybgirl”, o como Kerry Washington estelarizando “Seis Triple Ocho”, quien además es actriz de color.
A todo esto las últimas horas sacudieron el ambiente cinematográfico internacional con la noticia del descubrimiento de antiguos posteos (tuits) de Gascón, cuando todavía era Carlos, donde se mostraba intolerante con mensajes racistas y sexistas que han terminado por empañar su candidatura y por disparar versiones acerca de una posible cancelación de su nominación.
Es que aunque no parezca las grandes productoras cinematográficas le dedican mucho tiempo y dinero a edificar campañas a favor o en contra de los diferentes candidatos, según convenga al negocio de cada uno, en la idea de fortalecer o debilitar posibilidades. Ello puede apreciarse, por ejemplo, en los dos más firmes aspirantes al Oscar al mejor actor protagónico. Por un lado el joven Timothée Chalamet (New York, 1995), nominado por “A Complete Unknown” -la biopic sobre los primeros años de carrera de Bob Dylan, y a la vez protagonista de la nominada a mejor filme “Duna 2”-, y por otro Adrien Brody (New York, 1973), la estrella absoluta de “The Brutalist”.
Es que sobre ambos se han echado sendos mantos de desprestigio a sus virtudes actorales, con tal de bajarles el precio. Por un lado, sobre Chalamet, quien en las escenas musicales no hizo playback sobre las pistas originales de Dylan sino que grabó las canciones con su propia voz, se ha dicho que salió adelante gracias al uso del autotune. Y sobre Brody, quizás lo más demoledor a la hora de apreciar una actuación, fue que el cuidado acento húngaro que se escucha del actor no fue consecuencia de un obsesivo entrenamiento vocal sino producto de haberse filtrado su voz a través de la inteligencia artificial. Y, la verdad, es una información que le quita mérito a su performance y también chances de quedarse con la estatuilla.
Pero respecto de “The brutalist” lo dicho no es todo. Cuando íbamos al cine ya sabíamos de su extensísima duración. Las tres horas y treinta cinco minutos suelen ser un disuasivo para muchos. Aunque se anticipe que están incluidos el imprescindible cuarto de hora de intervalo justo en el medio de su proyección. Es que dura lo que dos películas juntas o una miniserie británica completa. Y eso parece mucho.
Vamos a algunos detalles. La película consta de dos partes y un breve epílogo. La primera, con un notable despliegue en el que se desarrollan las historias y los personajes, entre fuertes emociones y actuaciones memorables, con un sufriente Brody que lo muestra sublime.
El núcleo argumental del filme, que cuenta con diez nominaciones entre los principales rubros, expone junto a la bella e impecable Felicity Jones y al siempre solvente Guy Pearce la integración de un elenco de lujo para dar vida a un arquitecto húngaro que tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial se aleja del horror de Europa para instalarse en el medio del capitalismo norteamericano. Y todo, narrado con aire de obra maestra, incluida la utilización de cinta de 70 mms.
Este arquitecto, Laszlo Toth, que no se da a conocer como tal, llega a un lugar donde tendrá oportunidades, a pesar de su situación inicial, de privaciones extremas, de miseria frustrante y de un forzoso alejamiento de sus amadas esposa y pequeña sobrina, empantanadas en una Europa de posguerra que no era generosa en libertades, y que las hizo esforzar al extremo para esquivar la muerte en los campos de exterminios. En su nuevo país Laszlo conocerá a un millonario que se hará su mecenas, encargándole la construcción de una impresionante y gigantesca edificación en lo alto de un monte a base de un hormigón que emergerá brutal, y de ahí la denominación de esta tendencia arquitectónica que, luego lo sabremos, es todo un símbolo en sí mismo.
Tras la pausa en el cine, la segunda parte nos mostrará el reencuentro, quizás no tan feliz, con su esposa y su sobrina, luego de largos años de separación. Su mujer, en silla de ruedas consecuencia del maltrato y el horror, será el sostén emocional de un esposo que constantemente va quebrándose mientras puja por resurgir, cuando la resiliencia flaquea y la redención parece provenir del arte.
El epílogo, se dijo, es breve pero contundente. Un Toth ya anciano e imposibilitado asiste a un homenaje que, desde lo académico, le rinde honores y da una explicación final sobre el significado de cada detalle de su brutal obra edificada por encargo. Así nos enteraremos de que cada rincón representa lo peor de un Holocausto imperdonable. Y de esa manera, saldremos con la sensación de haber aprendido, luego de una catarsis reveladora e intensa.
Hasta que nos enteremos de que lo que acabamos de ver, como una historia real de un tal Laszlo Toth, no sucedió nunca. Que no es verdad, que no es cierta. Pero que pudo haber sido. Y que vimos un gran filme. Y que bien podría alzarse con el Oscar. Estamos a tres semanas de enterarnos.
FICHA TÉCNICA
“The Brutalist” (UK, USA, HUngría, 2024)
De Brady Corbet
Con A. Brody, F. Jones y G. Pierce
Género: drama – duración: 214´
Calificación: excelente