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La sustancia de Demi Moore

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Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER

La actriz puede ganar un Oscar y hace reflexionar sobre desnudeces y miradas

Parecería que somos más propensos a desnudarnos frente a otros, sin importar la circunstancia, cuando somos más jóvenes. El paso de los años nos vuelve más reticentes y nos preocupa más la aceptación o no de la mirada del otro. La aprobación ajena parece imprescindible.

Ser mirados y mirar han sido siempre tema de reflexión. Se ocuparon de ello la filosofía, la antropología, el psicoanálisis y la religión. Todos estamos expuestos a la mirada del otro. 

Para el filósofo francés Jean-Paul Sartre es a través de ser mirado por lo cual el Otro se nos hace presente, como también nosotros nos revelamos a nosotros mismos. Asimismo menciona tres tipos de reacción frente a esta mirada: el miedo, la vergüenza y el orgullo. Miedo porque pensamos que nuestra libertad peligra ante la libertad del Otro. Esta mirada, dirigida hacia cualquiera de nosotros, nos impacta, poniéndonos a la defensiva. Sentirse mirado es percibir y sentir la existencia absurda que somos, con el fundamento de lo que somos, fuera de nosotros. Seguramente por ello afirmaba que “El infierno es la mirada del otro”. La vergüenza sobreviene porque esta mirada del Otro nos cosifica, nos convierte en objetos. Y nos juzgan. Pero también la misma mirada provoca ese orgullo de saber que nos están confirmando que somos. Que existimos. Me miran, luego existo. Aunque nos poseen, nos alienan, nos modelan, nos configuran, nos condicionan. E incluso, nos determinan a través de ella. 

Para Jacques Lacan la mirada tiene una función escópica. Es pulsional. Siempre queremos mirar al Otro. Y ella es condición necesaria, nunca suficiente, para constituirnos como sujetos. Por lo cual, si esa mirada se ausenta no podremos ser sujetos de deseo. Y si nada la limita, nada impedirá que nos devoren, que nos destruyan. Tal su importancia. No podemos mirarnos a nosotros mismos. Nunca tal como lo hace el Otro, desde esa perspectiva y ajenidad. Pueden ayudar las fotos, las filmaciones, los espejos. Pero no será suficiente. 

Jorge Luis Borges escribía acerca de ellos: “Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo, ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo que arma en el alba un sigiloso teatro”. La metáfora del espejo generalmente simboliza la contemplación a ojo propio en búsqueda del autoconocimiento. Pero también del reflejo de la realidad, con su imagen que a la vez de idéntica, está invertida. Aunque puede ser una máscara que a través de una visión brumosa y confusa, ligera y fugaz, disfraza los indefinidos bordes de uno mismo. Y siempre estará el riesgo de la fascinación propia, como ese Narciso enamorado de su reflejo en el agua, distrayéndose, descuidándose ante los peligros, y muriendo. 

Y otro comentario: siempre somos más condescendientes con los hombres y más implacables con las mujeres. La tradición patriarcal cosificante, la que convierte al otro (a la otra) en objeto puede hacer que la destaquen por sus atributos, o que la condenen si no cumple con los severos cánones de una pretendida armonía que denominan belleza. Una belleza que parecería mermar con el paso de los años. Discutible, claro. Porque el atractivo entre seres humanos no se reduce sólo a la percepción estética ni al esplendor de la forma. Sería difícil que convenzan al autor de esta nota con que Sharon StoneMónica BellucciKim BassingerMichelle Pfeiffer ya no son bellas porque tienen más de 60.

¿Y qué decir de Demi Moore? Nacida como Demetria Gene Guynes en Roswell, en 1962, la conocimos muy joven en papelitos televisivos. De infancia y adolescencia difíciles, con un padre biológico que no conoció y un padrastro que se suicidó, una madre alcohólica y delincuente, con un ojo izquierdo en malas condiciones, violada a los quince años y sin haber terminado nunca la secundaria, y con producciones fotográficas pornográficas siendo menor de edad, su futuro no parecía apuntar hacia la mejor dirección. Los años siguientes no le iría mucho mejor. Sus excesos con la cocaína y el alcohol amenazaron incluso con la pérdida de trabajos actorales. Algo que controló durante bastante tiempo, hasta que en 2012 se tomó y se fumó todo, y otra vez terminó internada en un hospital.

Pero el cine finalmente la terminaría salvando. Y no sólo por la paga que recibiría por cada película, cercana a los cien millones por filme. No. Aunque no parecía que lo suyo serían las grandes actuaciones ni las películas más memorables. Sin embargo, tras unos cuantos títulos olvidables, destinados a un público sin exigencias y sólo apuntando a destacar su innegable belleza, llegarían los mejores: “Ghost”, “Propuesta indecente”, “Acoso sexual”, “Cuestión de honor”, y tantas más. Y ahora, “La sustancia”, que la haría acreedora a su primera nominación al Oscar como actriz protagónica.

Otro dato más que no pasa desapercibido: casada por segunda vez en su vida, durante trece años, con el también actor Bruce Willis, y concibiendo tres hijas, luego de su divorcio, pasados los años, la enfermedad mental degenerativa de su ex la mostró reencontrándose con él y su actual familia, conviviendo todos juntos en un acompañamiento que conmueve.

“La sustancia” trata de las apariencias, del exhibicionismo, de las exigencias culturales, de las ansiedades sociales y de la sobrevaloración de la juventud, donde sólo parecería importar la percepción superficial de los cuerpos, que buscan a como dé lugar evitar su decadencia, su decrepitud y su claudicación física.

El filme, que fue presentado como del género de terror muestra a una celebrity en su declinación consumiendo un elixir que modifica rotundamente su imagen, rejuveneciéndola, sin imaginar los daños que le iría provocando dicho tratamiento.

Y aunque hay mucho de maquillaje, de efectos especiales y de prótesis varias, también lo hay de desnudeces. Con Demi ya veterana exhibiendo sin tapujos su cuerpo, con planos de todo tipo.

En la trama perderá la conducción de un programa televisivo focalizado en el ejercicio físico por su supuesta edad avanzada. Luego de un accidente automovilístico será atendida por un enfermero que le dará a conocer la posibilidad de ser una versión más joven y más hermosa, lo que finalmente aceptará. El argumento mostrará situaciones monstruosas, con una mujer extremadamente perturbada que no tendrá límites a la hora de buscar recuperar un tiempo imposible. Las consecuencias serán terribles. Pero no conviene contar nada más. Y todo, en el medio de una actuación generosa y notable de Demi Moore, que decidió exponerse a una edad en la que muchas deciden esconderse por imperio de una sociedad que siempre busca desvalorizar a los más grandes.

Si así pensaran todos, y consiguieran someter a las grandes actrices de la actualidad, haciéndolas preocupar por el efectos de sus desnudos en cine, nos hubiéramos privados de incomparables actuaciones recientes de grandes actrices como Emma Thompson, Meryl Streep, Nicole Kidman y Kate Winslet. Es cierto que en muchos casos la producción cinematográfica apela a la desnudez como mero recurso comercial. No es el caso de estas mujeres, que a su manera siguen siendo bellas.

Como sea, Jean-Paul Sartre tenía razón. 

Cuando queramos desnudarnos, a hacerlo sin inhibiciones ni culpas.

Y por todo lo dicho acerca de su vida, somos muchos los que amamos a Demi Moore.

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