Por Ernesto Edwards /Filósofo y periodista @FILOROCKER
“Cónclave” profundiza en la intimidad de las elecciones pontificias
El pasado jueves 27 de febrero nos enterábamos del final, a sus 95 años, de la vida del gran actor Gene Hackman, junto a su más joven esposa, algo que sumado a la reciente aparición pública de ese otro genio de la actuación que es Jack Nicholson, nos hace pensar que las leyendas vivientes también algún día se van, y que tal vez quedan en lista de espera figurones como Clint Eastwood y Woody Allen.
Con Hackman se fue el protagonista de una filmografía incomparable. Un actor tan solvente y convincente que hacía creíble cualquier personaje. Uno de los grandes de la historia, ganador de dos premios Oscar, que recordaremos por “Contacto en Francia”, “Espantapájaros”, “La conversación”, “Reds”, “Bajo fuego”, “Mississippi en llamas”, “Los imperdonables”, y muchos grandes títulos más.
Ese mismo jueves vi uno de los filmes que sería uno de los firmes candidatos al Oscar a la Mejor Película y a otras categorías, algo que finalmente no obtuvo. Se trató de “Cónclave”, protagonizada por Ralph Fiennes, John Lithgow y una notable Isabella Rossellini. Y antes de entrar en grandes detalles o comentarios sobre “Cónclave”, y advirtiendo sobre algunos spoilers, mientras la miraba iba pensando en un juego personal que es un desafío intelectual inevitable yendo al cine: estar atento a si por algún detalle temprano me daba cuenta de cómo sería el final o de cuál el gran giro de la historia.
Apenas comenzó el metraje ya creí saber quién sería el elegido, en esta vieja monarquía vaticana que tanto atrasa. Un sistema de gobierno en el que, realmente, el exclusivo Colegio de Cardenales, el “purpurado”, al que todavía en algunas partes del mundo se les da tratamiento de “eminencia reverendísima”, se les besa el anillo y se habla de ellos como de los “Príncipes de la Iglesia”, es el único encargado de elegir sucesor ante la muerte o renuncia de su máximo mandamás. De una totalidad de 252 que hay en la actualidad, en un eventual Cónclave sólo estarían habilitados para votar un número de 138, que son los menores de 80 años.
La historia de este Colegio Cardenalicio no es muy edificante que digamos, toda vez que ya sabemos que en tiempos pasados se caracterizaban por su vida libertina, con varios hijos cada uno, y en ocasiones siendo ellos mismos hijos de algún Papa, como César Borgia. Y ni hablar de la posesión de costosos patrimonios personales. En la actualidad son todos muy mayores, con algunas excepciones resonantes, como la del italiano Giorgio Marengo, de apenas 50 años, o la del griego recientemente designado Mykola Bychok, de sólo 45.
No por nada Agustín, el obispo de Hipona, el mismo que habiendo nacido en Tagaste en el período patrístico, y que al escribir su clásico libro “Confesiones”, reconociera su “Tarde te amé” para exponer su tardío comportamiento piadoso, luego de una vida licenciosa, para terminar siendo, según la Iglesia Católica, un miembro destacado de su calendario santoral. Es que San Agustín, en su otro libro famoso, “De Civitate Dei”, reconocía, tal como lo explicaba el filósofo medievalista francés Etienne Gilson, que “la Iglesia es la manifestación peregrina de la Ciudad de Dios”.
Es decir que la Iglesia, como milenaria institución que es, responde a intereses que van más allá de lo meramente espiritual, pastoral o religioso. Que tiene una existencia mundana. Y al ser tan humana, más allá de lo estrictamente reservada, y a veces secreta, de sus decisiones, solventa comportamientos propios de las conspiraciones palaciegas más elaboradas y sofisticadas. A tal punto que, aunque el Derecho Canónico por el que se rigen expresa sin espacio para dudas que quien puede ser elegido Papa debe buscarse entre cualquier varón bautizado (también con primera comunión y confirmación) del mundo, sin embargo se empeñan en hacer creer, y así lo han conseguido, que los Cardenales son los más destacados, virtuosos y señalados como para tal cargo, de tanta resonancia, riqueza y poder en todo el mundo. Y por lo tanto, los únicos habilitados. No por nada ya comenzaron a circular los nombres de posibles papábiles.
Y como son grandes expertos en marketing, inmediatamente pensé, cuando el filme mostró la llegada al Cónclave de un mejicano radicado en Kabul y de paso por el Congo, quien se presenta como un cardenal designado in pectore, es decir que sólo lo saben, en esta creencia, Dios y el Papa que lo designa, que ese imprevisto participante, de florido discurso personal, sería finalmente el elegido. Algo que sólo comprobaría casi sobre el final de la película.
También, cuando los detractores de su candidatura comienzan a investigarlo, y averiguan sobre un confuso episodio en una clínica suiza, podía imaginarse lo que cualquiera medianamente informado imaginaría. Pero que no pienso contarlo. Debe saberse que al momento de su proclamación elige como nombre el de Inocencio, que para los que algo leímos sobre historia del papado recordaremos que el Papa Inocencio III (c. 1219) fue quien bajo cuyo papado se originó la versión de que el bíblico personaje Adán era hermafrodita.
Asimismo recordé una vieja película que se llamó “La Papisa Juana”, que versaba sobre un viejo mito de los historiadores católicos, que sostenían que en algún momento de la Edad Media, por desconocimiento o por descuido, los electores terminaron eligiendo como Papa a una mujer, quien sería finalmente descubierta por un inocultable embarazo, que provocaría su enjuiciamiento y su posterior ejecución. Situación que habría sido eliminada de todos los anales históricos del pontificado. Aunque durante algún tiempo se implementó, al momento previo de la coronación, el uso de una silla, la sedia stercoraria, que, a través de un estratégico agujero, un joven diácono con conocimientos específicos debía constatar, mediante un tocamiento manual, que el elegido portaba sus correspondientes testículos, tras lo cual se pronunciaba la fórmula “Deus habet et bene pendentes” (Tiene dos y le cuelgan bien).
También -a nadie se le escapa el tema-, el reciente estreno de “Cónclave” vino a coincidir con la complicada actualidad de la salud del Obispo de Roma –Jorge Bergoglio, ya con 88 años-, sobre quien, ya lo sabemos, se depositan emociones humanas extremas-. Tampoco es casual que algunos hayan pensado que durante su reinado de ya casi 12 años, al período del argentino algunos lo describen como “Más Bergoglio que Francisco”, habida cuenta de su inclinación por la injerencia política que tuvo desde sus orígenes en Argentina, y sus vínculos con ciertos personajes internacionales. Y para quien le haya pasado inadvertido, en “Cónclave” se deslizan sutiles pistas que dan a entender que el pontífice que habría muerto se trataría del “Papa del fin del mundo”.
En fin, que no estoy diciendo demasiado del filme “Cónclave”, más allá de que el libro original se ocupó de dejar en claro las incontrolables inclinaciones sexuales de algunos de estos individuos, que los han expuesto inclusive en tiempos recientes, como el escándalo extremo de Boston.
Corresponde contar, también, que desde “Las sandalias del pescador” hasta “Los dos Papas”, siempre han aparecido producciones de buena calidad cinematográfica. Y “Cónclave” lo es. En “Cónclave” hay proselitismo, intrigas, operaciones y alguna cuota de suspenso, mientras los cardenales desfilan enigmáticos por el Domus Santa Marthae, rivalizando entre conservadores trinitarios y liberales progresistas.
También exhibe buenas actuaciones. Seguramente no es la mejor de la historia. Y eso mismo pensaron los votantes de la Academia de Hollywood. Que generalmente no piensan correctamente.