Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER
Una excelente miniserie británica hace pensar sobre el oficio de ser padre, el bullying y sus consecuencias
Hace tan sólo una semana que la plataforma Netflix subió la miniserie británica “Adolescencia”, organizada en cuatro intensos capítulos de una hora de duración, grabados cada uno en un único plano – secuencia, desarrollando todo en tiempo real. Está basada en un libro e idea original (en colaboración) de su famoso protagonista Stephen Graham, el reconocido actor irlandés al que hemos visto lucirse en numerosos papeles, especialmente en personajes duros o haciendo de mafioso, como en la serie “Boardwalk Empire” o en el filme “El irlandés”.
Si tuviéramos que hacer el ejercicio de explicar cuál sería el género literario de esta historia no resultaría fácil. Porque “Adolescencia” permanentemente oscila entre ser una novela corta, un cuento largo y una intimista obra de teatro, y todo en clave de policial. Y que tiene como tema principal, más allá de la trágica anécdota de un asesinato, la trascendencia y dificultades del rol de padre en contacto con la conflictiva etapa de la adolescencia.
Atención, spoilers. La historia mostrará, desde su mismo inicio, cómo será detenido por la policía, en su propia casa y derribándole la puerta de entrada, frente a sus padres, su hermana y todo el vecindario, Jamie Miller (muy bien interpretado por el debutante Owen Cooper), un púber de 13 años al que se acusa de haber asesinado a Katie, una adolescente compañera de escuela. Y también todo el proceso y protocolo correspondiente aplicable a personas de su edad, entre interrogatorio, pruebas de sangre y ADN, y minuciosa revisión del chico desnudo, siempre acompañado por su padre.
El oficial a cargo de su detención, el detective Luke Bascombe (encarnado por Ashley Walters), también tiene sus propios problemas personales a la hora de ser padre. Demasiado absorbido por el trabajo, sumado a distancia, desatenciones y hasta desinterés por su hijo, quien también concurre a la misma escuela que Jamie y la chica asesinada, -siendo él mismo una víctima de la burla generalizada de los demás alumnos-, por lo cual puede conocer detalles que su padre ignora a la hora de investigar el crimen.
A lo largo de cuatro logrados actos veremos cómo su familia, el policía, su abogado, la terapeuta de parte y, finalmente, el padre buscarán determinar qué sucedió realmente, y por qué. Y cómo esa apacible vida familiar, a lo largo de poco más de un año, se desmorona como un castillo de naipes, mientras se sustancia un proceso judicial que irá dejando al descubierto los efectos del bullying y el desequilibrio emocional que puede provocar en sus víctimas, llevándolas, incluso, a reacciones inesperadas, crueles y brutales. También plantea y expone las falencias de la escuela como institución, y cómo a veces los docentes, con falta de compromiso, vocación, formación profesional y experiencia, son los auténticos iniciadores de la violencia escolar.
La duda inicial que puede tener cualquier espectador cuando comienza a mirar un policial de estas características es si el acusado realmente cometió ese horrendo y brutal asesinato. Las mismas que tiene la familia del joven. Pero será despejada casi de inmediato, cuando el padre de Jamie vea el vídeo que tiene en su poder la policía, en el que se aprecia con claridad cómo su hijo le asesta numerosas puñaladas, hasta matar a su compañera. De allí hasta el final, la serie buscará explicar qué llevó al adolescente a cometer ese crimen. Y la pista principal se dará cuando los policías que detuvieron al acusado concurran a la escuela para interrogar a algunos testigos, viendo cómo en el medio del caos y descontrol, los docentes no hacen mucho por reencauzarlos.
También el análisis de las redes sociales darán indicios del comportamiento agresivo e incluso violento que se desarrolla en el contexto educativo, y cómo ciertos códigos entre pares pueden pasar inadvertidos para el observador despreocupado, pero que si son apreciados con detenimiento darán elementos para construir un intento de explicación. Especialmente al descubrirse que la víctima se burlaba permanentemente de Jamie, señalándolo como alguien incapaz de tener vínculos sexuales con otras chicas, algo que desencadenó una ira descontrolada.
Cabe destacar el acierto, al momento del sepelio de Katie con la asistencia de toda la escuela, de versionar con un coro juvenil la exquisita canción “Fragilidad”, de Sting, aquella que fuera incluida en su gran disco “Fields Of Gold”, de 1994. Esa que decía “Si la sangre fluirá cuando la carne y el acero sean uno. Sacarse el dolor al sol de la tarde. La lluvia de mañana lavará las manchas. Algo en nuestras mentes permanecerá. Quizás este acto final estaba destinado a cerrar el argumento de toda una vida. Nada surge de la violencia. Y nada podría jamás para todos aquellos nacidos bajo una estrella enojada. Olvidemos lo frágiles que somos. Una y otra vez caerá la lluvia como lágrimas de una estrella…”
El notable tercer episodio de “Adolescencia” mostrará, como una típica obra teatral bien jugada, actuada y dirigida, y grabada de corrido, el tenso ida y vuelta con la psicóloga de parte (Erin Doherty), encargada de elaborar un informe del perfil del acusado para ser elevado al juez, en el que quedará claramente expuesto que Jamie, a la par de ser muy inteligente, es emocionalmente muy desequilibrado. Y peligrosamente violento.
Finalmente, con esta muy recomendable serie, nos queda a los adultos la reflexión que en el epílogo, de manera desgarradora se hace Eddie Miller, justo el día de su propio cumpleaños y en la misma jornada que Jamie le anuncia telefónicamente que en el juicio se declarará culpable. Es decir, que dejará de negarlo todo. Será así que Eddie se preguntará en qué falló, en qué se equivocó a la hora de ser padre, apuntando a ese inexistente manual que tenemos los progenitores al momento de hacernos cargo responsabilizándonos de la crianza y educación de un niño. El momento en que Eddie, entre lágrimas y sollozos, arropa y besa a un osito en la cama de su hijo, es francamente perturbador.
Y una incógnita final: ¿Cuál puede ser la explicación de un resultado imprevisto y no deseado en la conducta de un hijo cuando en una revisión personal del propio oficio de ser padre no aparece ni un solo elemento que haga pensar que hubo, aunque más no sea, un error que signifique un desvío en la educación de un niño? Del modo que haya sido, las culpas que pueden experimentarse, en ocasiones son demoledoras, especialmente al pensarse, con razón o no, que no se hizo todo lo posible por mostrarle a un hijo cuál es el camino correcto para transitar la vida.