Por Ernesto Edwards /Filósofo y periodista @FILOROCKER
La desaparición física de hombres notorios hace reflexionar sobre la finitud
Estos dos últimos fines de semana la muerte sorprendió con el final de tres vidas de personas resonantes. Por diferentes motivos ninguna fue inesperada. De ellos se sabía que, naturalmente, estaban transitando el último tramo de sus existencias. Ya habían pasado los ochenta años y tenían algunos problemas de salud. Y el haber rebasado sobradamente los sesenta los colocaba en la condición de garantía vencida.
Sin embargo, tratándose de personajes que establecieron, de algún modo cada uno, una situación personal de poder, fuese por razones políticas, místicas, económicas, comerciales o del tipo que fueren, siempre pensamos, imaginamos o creímos -erróneamente-, que no les iba a tocar. Por lo menos no de manera inminente. Hasta que les llegó la hora. Y así se fueron, en pocos días, el escritor Mario Vargas Llosa, el exfutbolista Hugo Orlando Gatti y el Papa Jorge Bergoglio. Las diferentes procedencias y trayectorias de cada uno de los tres citados podría hacer pensar que se está mezclando la Biblia (justamente) con el calefón, en ese mítico cambalache que tan bien describiera Discépolo. Sin embargo, se trató de mencionar personas con repercusión pública mundial. Solamente eso. Y reconociendo que tanto el literato como el deportista y también el religioso no estuvieron exentos de controversias y polémicas.
Y siguiendo con ese hilo, ni siquiera hace falta que alguno de ellos tres nos resulte personalmente significativo. Para muchos fueron referentes de una trascendencia secundaria, sin influencia en sus vidas y decisiones. Pero que les haya llegado su final también a ellos, revela y significa que es algo que inevitablemente nos sucederá a todos.
Si hasta este período en el que fallecieron los tres coincidió con la recordación de la muerte del Cristo crucificado a manos del invasor romano, con esa cultura de la muerte de la que alardea el cristianismo. Y ni la creencia de su muy difundida resurrección ha llevado una tranquilidad generalizada, toda vez que no hay pruebas materiales y contundentes de ello, y que solo se trata de una cuestión de fe, de creer o no en un misterio milenario.
Como sea que haya sido, reapareció la muerte como protagonista principal de ese gran filme que, paradojalmente, es la vida. Y aun sabiendo que no habrá un día en la Tierra sin que haya nuevos muertos, esta reiteración cíclica que los muestra durante varios días en las pantallas televisivas de gran parte del mundo nos despertará de nuestro sueño negador.
Sobre esta cuestión, a comienzos de los ´70 una popular telenovela brasileña, “O Bem-Amado”, inspirada en una conocida obra teatral, mostraba a Odorico, un corrupto y demagogo intendente de un pueblito de Bahía que tenía como principal propuesta de gobierno la inauguración de un moderno cementerio. Pero el llamativo y prolongado período en el que nadie muere en la ciudad, sumado a la terquedad del médico local empeñado en seguir salvando vidas, lo frustrará llevándolo al extremo de contratar a un sicario para que asesine a alguien, sin importar a quién. El final de la historia mostrará que tras un inexplicable y extenso tiempo sin que ello sucediera, el primero en morir será, precisamente, el alcalde Odorico. Pero, claro, la historia es fantasía pura. El mundo no sería mundo sin muertes periódicas y constantes. De las naturales, claro.
Acerca de la vida y el final de ese plazo existencial, problemáticas fundamentales de la humanidad, la filosofía y el rock se han caracterizado por su abordaje.
La Filosofía trata del sentido de la vida. Y por ende, del misterio de la muerte. Numerosas serán las interpretaciones y aproximaciones a dicha problemática, compleja, profunda e inquietante, que se traduce en interrogantes, destacando más el preguntarse que el responderse. Platón afirmaba que la filosofía era una meditación sobre la muerte. Jorge Luis Borges que la muerte es el límite que le da sentido a la vida, haciendo preciosos cada uno de los instantes que vivimos, resignificando misterios. Y Martin Heidegger reclamaba superar la existencia inauténtica que lleva a angustiarse por estar “arrojados al mundo” y a negar la finitud, y prepararse para aceptarla como una parte más de la vida, en ese “ser para la muerte” que postulaba. Nunca conocimos a nadie que sea inmortal. La muerte es un paso inevitable, inexorable. Más tarde o más temprano. Pero nos tocará a todos. Y que dicho epílogo sea muchas veces de fecha incierta lo convierte en una incógnita que hace más valioso cada momento de nuestra existencia. ¿De qué se trata vivir? ¿En qué consiste morir? Karl Jaspers afirmaba que en nuestra entrega al conocimiento del mundo y las dudas que nos provoca, nos olvidamos de nosotros mismos, hasta que nos damos cuenta de nuestra situación, siempre cambiante, y que podemos modificar -algunas-, pero otras son inevitables: padecer, luchar, morir, angustiarnos y sentir culpas; hundiéndonos en un estado crítico ante su consciencia. “Situaciones límites”, de las que no podemos salir ni alterar. Aquellas que naturalmente desdeñamos, o negamos, como si creyésemos que no nos vamos a morir nunca, hasta el inevitable y definitivo darse cuenta. Y en esa instancia nos salvará nuestra creencia en la inmortalidad del alma, o aguardaremos esperanzados otra encarnación, o nos resignaremos al regreso a la nada, o nos conformaremos con vivir como mejor se pueda el período que nos tocó, o nadie nos rescatará de la desesperación. Y conscientes de los extremos de nuestra mismidad nos transformamos y llegamos a ser nosotros mismos, y en la experiencia de estar vivos seremos felices, o más prudentes, o conformistas o rebeldes, amparados u olvidados por el dios de nuestra religión, o sentiremos el fracaso de aceptar pasivamente lo indescifrable, o llevaremos adelante y con dignidad nuestro proyecto de vida. El rock se aproximó a este tópico. Desde Pete Townsend desafiando con eso de “Mejor morir joven antes que llegar a viejo” hasta Kurt Cobain despidiéndose con “mejor estallar antes que desvanecerse”. Y con diversos protagonistas de este universo aproximándose al abismo de los excesos autodestructivos, con la coincidencia de desaparecer tempranamente a la misma edad de 27 años, como Brian Jones (Rolling Stones), Jimi Hendrix, Jim Morrison (The Doors), Janis Joplin, Richey Edwards (Manic Street Preachers), Kurt Cobain (Nirvana), y la cantante de R&B Amy Winehouse, entre otros, despreocupados por las consecuencias de sus actos. En Argentina las edades difieren, pero el listado sigue siendo amplio: Moura, Abuelo, Prodan, Pappo, Sokol, Cerati, y varios más. Numerosas piezas musicales tocan el tema. Como “Canción para mi muerte”, de Charly García: “Es larga la carretera cuando uno mira atrás. Vas cruzando las fronteras sin darte cuenta quizás. Tómate del pasamanos porque antes de llegar se aferraron mil ancianos, pero se fueron igual… Del modo que sea, se trata de desentrañar cuál es el sentido de la vida, sabiendo que la muerte acecha. Y de saber que cada día, a la par de ir viviendo también nos vamos muriendo un poco. Tengamos presente que hay un momento, una edad, en que nuestros planes y proyectos ya no pueden ser a largo plazo. No sería razonable. No sería realista. A lo sumo, si los años que tenemos son los que usualmente coinciden con el retiro laboral, en el horizonte sólo visualizaremos no mucho más de una década. De cualquier modo, pensar más allá de ese lapso sería un salto sin red en el vacío. Una temeraria cuestión de fe. Un exceso de confianza. Un derroche de esperanza. También es cierto que hablamos del período en que puede estar pasando el último tren en nuestras vidas, y que no tomarlo podría significar desperdiciar la postrera oportunidad para hacer aquello que aún nos quede pendiente. Además de que, necesariamente, la estación a la que nos lleve no puede quedar a demasiados kilómetros de distancia. Porque se haría tarde. Porque quizás no llegaríamos a verla nunca. O, como mucho, miraríamos de lejos esa Tierra Prometida a la que ya no tendríamos acceso. Entonces, quizás no sea mala idea pensar como proponía Pappo en “El Viejo”. Esa que decía: “¿Qué nos ocurre después de tanto tiempo? Reflexionamos al vernos al espejo. ¿Qué es lo que pasa? Me estoy viniendo viejo. No sé de qué pensar, si ya no sé qué es lo que pienso. Yo soy un hombre bueno. Lo que pasa es que me estoy viniendo viejo…”