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Robert Redford: arte y compromiso

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Por Ernesto Edwards /Filósofo y periodista @FILOROCKER

Se fue Robert Redford, exitoso actor y notable director

En menos de una semana se fueron dos glorias del cine internacional. La más reciente, Claudia Cardinale(1938 – 2025), fue la sugestiva diva italiana nacida en Túnez, actriz y notoria sex symbol que tuvo el privilegio de ser dirigida por realizadores de la talla de Federico Fellini, Luchino Visconti, Franco Zeffirelli, Werner Herzog, Blake Edwards y Sergio Leone, entre otros. Que fue distinguida participando de inolvidables filmes como “La chica de la maleta”, “El gatopardo”, “Ocho y medio” y “Rocco y sus hermanos”. Y que acompañó a actores del prestigio de Vittorio Gassman, Alberto Sordi, Marcello Mastroiani, Klaus Kinski, Omar Sharif, Henry Fonda, David Niven, Laurence Olivier y Burt Lancaster, nada menos. Asimismo era tanto el magnetismo de su imagen que fue la foto de tapa de “Blonde On Blonde” (1966), el clásico álbum de Bob Dylan. Correspondía recordarla.

Lo otra estrella mundial que también es ineludible mencionar en esta Columna es la partida del gran Robert Redford, a los 89 años, en su solitario rancho en Utah. Y aunque fue un enorme ganador a nivel actoral, protagonizando las grandes películas de su época, y participando de algunas que se hicieron acreedoras del Oscar al Mejor Filme, en ese rol de actor, por sobre todas las más destacadas, como lo fueron “Out of Africa”, “Butch Cassidy”, “El gran Gatsby”, “Los tres días del Cóndor”, “Nuestros años felices”, “Todos los hombres del presidente”, “Brubaker” y “Propuesta indecente”, jugando sus diferentes papeles junto a los más grandes actores y actrices del mundo, como Jane Fonda, Alec Guinness, Dustin Hoffman y Paul Newman, resulta innegable que Redford siempre trabajó explotando su costado de arrasador galán, que tanto seducía a las mujeres, y a algunos hombres también. 

Robert Redford se codeó con los mejores, pero él mismo nunca fue el mejor de su generación. No fue Gene Hackman, ni Marlon Brando ni Robert De Niro, todos astros legendarios del cine que tuvieran (De Niro aún la tiene) prolongadas y laureadas carreras. Y sin embargo no fue menos destacado en ese rol. Quizás porque fue un artista integral. Tempranamente había decidido dedicarse a la pintura, aún cuando ya había sobresalido en varios largometrajes, y parecía que esa inclinación predominaría en su proyecto de vida, pero era tal su éxito temprano que la actividad plástica quedó postergada por algún tiempo. También es cierto que esta inclinación artística por la vida bohemia lo había llevado de más joven a recorrer Italia y Francia. Esa búsqueda lo llevó, a su regreso, a estudiar arte, y también interpretación, lo que le cambiaría la vida. Tendría una nueva etapa de pintor, esa vez en España. Pero le llegaría la oferta de filmar “Descalzos en el parque” junto a Jane Fonda, con tal éxito tras su estreno, que sus planes cambiarían definitivamente.

En la vida de las personas ciertos momentos son recordados para siempre, con todos sus detalles, aunque algunos se distorsionen por el tiempo transcurrido. Los que llevamos un registro mental de aquellos recitales y películas que fueron más significativos en nuestras existencias, por su circunstancia y por quienes nos acompañaron, recordaremos salas cinematográficas, estadios, lugares, horarios, conversaciones y anécdotas. Robert Redford, en su faz actoral, permanentemente estará indisolublemente asociado a la inolvidable “El golpe” (The Sting, 1973), que estrenada en nuestro país en 1974, fue la acreedora al Oscar a la Mejor Película -y otros seis más, luego de diez nominaciones-, que con un ingenioso guión propició el lucimiento de una ganadora y probada pareja actoral como la de Paul Newman y el propio Redford. Ambientada en 1936, en lo peor de la Gran Depresión, dos estafadores se harán inseparables amigos, unidos en la venganza por un amigo en común. Esa tarde de sábado de estreno en el viejo cine Gran Rex de Rosario, por muchos motivos, no la olvidé jamás. “El golpe” fue, innegablemente, mi preferencia y mi debilidad a la hora de pensar en Robert Redford como actor.

Mientras decidía ampliar su horizonte creativo en el mundo del cine, ya dispuesto a dirigir contando historias, Redford comenzó a comprometerse con un activismo social y ecológico que sorprendió a muchos, liderando campañas contra centrales eléctricas y organizando grupos que se desplegaban en lugares conflictivos, mientras se manifestaba en defensa del medio ambiente, de las especies animales y vegetales, y de los pueblos originarios estadounidenses.

Ahora bien, nadie en estos temas podría dejar de mencionar su perfil de incomparable director cinematográfico, que tuvo su máximo momento en 1981, con esa ópera prima con la que ganaría el Oscar -como director y a la Mejor Película-, que yo iría a ver con mi compañera de vida en el también desaparecido cine Radar, en plena peatonal Córdoba de Rosario. El filme no era otro que “Gente como uno” (“Ordinary People”, 1980), la conmovedora película que con los estelares de Donald Sutherland y Mary Tyler Moore nos avisaba que en una familia había algo que ya no estaba en su lugar, tal como anticipaba su revelador afiche.

“Gente como uno” mostraba a una típica familia estadounidense, afincada en un barrio pudiente, que se verá alterada por un accidente que se cobrará la vida del hijo mayor. El menor de los dos hermanos, muy bien interpretado por Timothy Hutton (que ganaría el Oscar por dicho papel), no podrá soportar la culpa por ser un sobreviviente, y ello lo llevará a intentar suicidarse, por lo que será internado en un psiquiátrico. Entre la fría distancia que mantendrá con su madre y la actitud maníaca del padre intentando negar la realidad, llevará a la quebrada familia a buscar el camino de la superación. Todo esto contado con maestría y con gran hondura psicológica en el despliegue de sus personajes principales. 

Redford siguió dirigiendo, en clave de cine independiente y siempre con solvencia, pero fue “Gente como uno” que comenzó a perfilarlo como un realizador legendario.

En fin. Se fue uno de los grandes. Y aunque no lo queramos ya sabemos que, lamentablemente, esperan en fila Clint Eastwood (1930), Woody Allen (1935) y Martin Scorsese (1942). Porque así es la vida. Y como advertía Ricardo Soulé, “todo tiene un final. Todo termina…”

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