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Varsovia y el rock

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Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER

Varsovia es una ciudad que connota e inspira rock

Después de recorrer buena parte de los países que se ubican en la Europa del Este, aquellos que tras la Segunda Guerra Mundial se alinearon con el universo soviético, en tiempos de la Guerra Fría, y concluir que de un modo u otro, aún luego de liberarse a finales de los 80 del sojuzgamiento socialista central, continuaron la vida democrática como territorios que no pudieron evolucionar demasiado, llegar a Polonia, hoy día, es acceder a una realidad diferente.

Polonia es, claramente, un país del primer mundo. Así lo confirma su estilo y nivel de vida. Que en base a una asombrosa resiliencia pudo superar el desastre de la década del 40 a manos de la Alemania nazi. Y que exhibe algunos detalles que lo diferencian del resto de Europa. Los polacos son muy nacionalistas. Quizás por ese motivo no parecen ser especialmente amigables con aquella inmigración que no se muestra dispuesta a adaptarse a la cultura y las costumbres polacas. Por sus calles casi no se observan gestos que remitan a otras idiosincrasias ni fanatismos religiosos, tal como sí se aprecia, desde hace ya algún tiempo, en importantes capitales como Londres, París, Bruselas y Berlín. Además, aunque manejan el idioma inglés, el ciudadano polaco común es bastante renuente a hacerlo, por lo menos en la capital.


En su clásico “Obra Abierta”, de 1962, Umberto Eco ya advertía que “El lenguaje no es una organización de estímulos naturales”, sino una “organización de estímulos realizada por el hombre”, lo que indicaba la necesidad de analizar nuestra reacción frente a determinadas oraciones, distinta según la situación, a pesar de enfrentarse con un estímulo lingüístico común, y también distinta según quién recibe la in formación lingüística o estética. Conociendo ello, cada autor busca organizar las palabras “con una precisa intención sugestiva”, evitando una inmediata univocidad semántica, creando así “un campo de sugerencia”, que puede verse ampliado al agregar palabras intencionalmente ricas en efectos auditivos, como sucede con la frase analizada por Eco: “Ese hombre viene de Bassora, pasando por Bisha y Dam, Shibam, Tarih y Hofur, Anaiza y Buraida, Medina y Khaibar, siguiendo el curso del Éufrates hasta Alepo”. De ese modo se pretendía, con sugerencias fónicas de imprecisas referencias, una reacción auditiva que nos llevara a experimentar lo que se entiende como “efecto estético”, intentando que el significante también remita a sí mismo, y así, se convertiría el mensaje en autorreflexivo, y de tal modo, infinitamente connotativo. Todo ello sin llegar a un punto tal en que la ambigüedad de un signo provoque que estas obras de arte se escapen totalmente de la previsión de su autor.

Esos mismos efectos estéticos sugestivos, de diversidad semántica y multiplicidad connotativa, son los que provoca para el autor de esta nota leer o escuchar la palabra “Varsovia”, que no es otra que el nombre propio de la actual ciudad capital de Polonia. Ya en recorrida por Varsovia esa denominación me resuena hechos puntuales, asociados con ese mismo nombre: el Ghetto de Varsovia, el Levantamiento de Varsovia, el Pacto de Varsovia. Varsovia es resistencia, es rebeldía, es confrontación, es insurrección, es un pueblo con ansias de libertad, que no es sumiso, que no se somete.

Varsovia no es una ciudad eminentemente turística. Es una gran urbe, muy occidental en sus tonalidades, hábitos y estilos. Pero no atrae el especial interés de viajeros del mundo, como sí sucede con Cracovia (la capital polaca a nivel de la cultura y la espiritualidad) o el Gdansk, emblemática ciudad portuaria que soportó la invasión nazi que diera origen a la Segunda Guerra, y que ya culminando los 80 tuvo en el sindicato Solidaridad y en el Premio Nobel de la Paz Lech Walęsa la primera confrontación gremial seria con el gobierno, sembrando el germen de lo que serían otros procesos revolucionarios europeos, como en Berlín, Budapest, Praga o Bucarest.

Caminar por Varsovia es recorrer parte fundamental de la historia contemporánea. Pisando su suelo puede dimensionarse el horror de la extensa superficie que ocupaba el Ghetto, que fuese el mayor de toda Europa, establecido entre 1940 y 1943 para enclaustrar ciudadanos judíos no sólo de esa localidad sino del resto del continente ocupado, en el contexto del Holocausto, dando como resultado 400 mil víctimas, en su tránsito al campo de exterminio en Treblinka, como parte de la demencial e imperdonable “Solución final”. Quizás por ello siga conmoviendo tanto transitar el imponente monumento al Levantamiento de Varsovia, ocurrido en 1944, cuando los civiles decidieron enfrentar, junto con el Ejército Nacional polaco, al invasor nazi, antes de la llegada de los soviéticos. Este alzamiento, a pesar de su heroicidad, fue aplastado por los alemanes, que devastaron la ciudad y ejecutaron a gran parte de sus habitantes.


Recordemos que Polonia estuvo, tras la segunda guerra, gobernada durante muchos años por un régimen comunista, expresado en el Partido Obrero Unificado, que controlaba los medios de comunicación y censuraba severamente la libertad de expresión y todo aquello que promoviera un cuestionamiento al sistema, como algunos grupos musicales a los que calificaban de subversivos. 

Fue así que el rock surgió en Polonia entre las décadas del 60 y el 70, y que tal como sucediera en algunos de los países que no tenían esa tradición musical, se vio influenciado por lo que venía imponiéndose en el mundo pero incorporando elementos de su propio folclore, con expresiones que se ubicaron entre el punk, el indie, el metal, el rock progresivo, y hasta el sinfónico, con tratamientos temáticos que abordaban el clima social y político del país, con una fuerte crítica al socialismo y también a la Iglesia católica, religión marcadamente predominante en Polonia. Es que el rock, por serlo, será siempre oposición. Merecen mencionarse como grupos destacados Perfect, Exodus, Kult, Myslovitz y Batushka. Entre ellos emerge Czerwone Gitary, los pioneros, en 1965.

Varsovia ha dado pie en el universo del rock a algunas canciones que llevan su nombre. Con letras en inglés como “Warsow” (Joe Divission), “Warsow” (Lovejoy), “Warsow Or” (Them Croked Vultures), “Warszawa” (David Bowie) y “Warsow” (PilotRedSun), entre otras. 

Y con textos en español, como el disco “Varsovia”, de Rubén Rada y Javier Malosetti, grabado en vivo en 2007. Y también, especialmente, la canción “El pianista del Gueto de Varsovia”, del uruguayo Jorge Drexler, para decir “Dos generaciones menos. Dos generaciones más. Fechas, tan sólo fechas. Yo estoy aquí, tú estabas allá. El pico y la pala, el hielo en los dedos. Te estás jugando las manos. El mundo se muere y tú sigues vivo porque recuerdas tu piano. Compás por compás en el frío del ghetto. Vas repasando el Nocturno. Un do sostenido menor de Chopin. En tu memoria si fueras tu nieto y yo fuera mi abuelo quizás tú contarías mi historia. Yo tengo tus mismas manos. Yo tengo tu misma historia. Yo pude haber sido el pianista del Ghetto de Varsovia…”

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