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La última imagen de Ozzy Osbourne

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Por Ernesto Edwards/ Filósofo y periodista @FILOROCKER

El legendario rocker acaba de anunciar su retiro definitivo de los escenarios. Y se despide ganando dos Grammy

Muchos de nosotros, en numerosas ocasiones y a cierta edad, hemos pensado en intentar elegir cuál debería ser nuestra última imagen para ser recordados. Y eso, siempre y cuando no hayamos decidido, muy al estilo borgeano, que lo mejor que podría pasarnos en la vida es que seamos definitivamente olvidados. Pero si la idea es quedar en la memoria, individual o colectiva, no sólo pensaremos en la fisonomía, el aspecto, la presencia física, sino fundamentalmente en cuál sería nuestra última obra, esa que estaría a la altura de nuestras pretensiones y autoestima, según fuera la actividad o disciplina de la que nos estemos retirando. Que en el caso de (John Michael) Ozzy Osbourne, músico, compositor y cantante, será el disco, la canción, el clip, el show. Pero también una vida fuera de lo común, que merece ser contada.

Para elegir la última imagen, claro, se requiere alguna seguridad o por lo menos una aproximación acerca de cuándo será ese retiro definitivo. Porque lo azaroso e imprevisto no siempre da margen para últimas voluntades. Rubén Makinistian decía: “Aunque uno no puede saber con certidumbre si va a ser recordado, y, si es que llega a serlo, cuándo y por quien, …depende de cómo desee ser recordado, el modo en el que se comporte mientras convive con los demás”. Se abre así el reiterado debate acerca de si debe diferenciarse entre la persona y su obra, y sobre cómo funciona la muy actual “cultura de la cancelación”. Algo que dejamos planteado para otra ocasión.

La historia del rock registra muy pocos personajes en cuanto a nivel de exposición y de situaciones extremas vividas, en el escenario y en la vida privada, como Ozzy Osbourne (Birmingham, Reino Unido, 1948), el otrora vocalista líder de la legendaria Black Sabbath y luego exitoso solista. Y el conocimiento masivo del rocker sucede hasta tal punto que el gran público lo conoce más por sus anécdotas que por su vasta y rica producción como el notable compositor e intérprete que es. Desde su medianamente prolongado paso por la cárcel tras robarle a una vecina, pasando por el murciélago mordido y escupido en plena función, las palomas descabezadas a puras dentelladas en una reunión con su discográfica, orinar en público un monumento nacional, y la inhalación de líneas de hormigas, hasta el intento de asesinato a su esposa, estrangulándola. Capítulo aparte son sus demenciales excesos con drogas de todo tipo y calibre. Una estrella del rock and roll en estado puro, que varias temporadas atrás supo reinventarse mostrándose tal cual es en un reality, “The Osbournes”, junto a toda su familia, recuperando una popularidad de dimensiones imprevisibles, mientras dejaba al descubierto una inimaginable y disparatada vida doméstica.

Para enfocarlo en toda su real dimensión, recordemos que Black Sabbath le disputa a Led Zeppelin haber sido el grupo iniciador de ese gran subgénero rockero que se conocería como Heavy Metal. Y que tenía características especiales en cuanto a su temática y tratamiento, con letras oscuras y siniestras de referencias ocultistas y una música de corte ominoso. No por nada “Black Sabath” alude a aquelarres y misas negras. 

No es menor que a comienzos de los ´70, antes de ser expulsado de la banda, una de esas canciones de antología fuera “Paranoid”, que aunque no la escribió, cantaba: “Terminé con mi mujer porque no pudo ayudarme con mi mente. La gente piensa que estoy loco porque frunzo el ceño todo el tiempo. Necesito que alguien me muestre las cosas de la vida que no puedo encontrar. No puedo ver las cosas que hacen la verdadera felicidad, debo estar ciego. …No puedo sentir felicidad, y el amor para mí es tan irreal”. Es que “Paranaoid” fue el hit que lo acompañó toda su vida artística. Y el que más gozó frente a su fiel público. El autor de esta nota, que por su rol periodístico hace décadas está acreditado en cualquier show, sin embargo con gusto pagaría una entrada tan sólo por escucharlo cantar esa única canción.

Ozzy, en un reciente documental, desnudó su alma contando acerca de su modesto, casi miserable, origen familiar de clase obrera, cuando, junto a sus padres y hermanos no tenían baño ni inodoro ni agua ni jabón, y el papel higiénico eran los sucios periódicos viejos. Y cómo la dislexia lo hacía parecer un niño con retraso cognitivo. También evocó su incursión carcelaria, su originaria predilección por The Beatles (algo que ha demostrado con algunas grabaciones), y su inicio, apogeo y caída en Black Sabbath. Y la crisis separatoria con su primera mujer, mientras su amado y esforzado padre iba muriendo. Hasta llegar a su salvaje, laureada y comercialmente exitosa carrera solista, siempre en el medio de un viaje autodestructivo, que por el hecho de no morirse lo hacía creerse indestructible, como ese “Iron Man” de su popular canción, con un repertorio incomparable que no debiera excluir en la consideración general a “Crazy Train” ni a “Un Camino a Ningún Lado”.

“Ordinary man” fue su penúltimo disco de estudio, que data de 2020, en el que colaboraron, entre otros, Elton John y Slash. Lo editó con la idea de volver a salir de gira, tras un 2019 más que accidentado, con caídas, golpes y quebraduras incluidos. Pero, claro, luego apareció la pandemia. “Ordinary…”, entre sus 11 tracks, integraba canciones con títulos tan reveladores que no requerían demasiada explicación, entre otras: “Toda mi vida”, “Adiós”, “Cómeme”, “Hoy es el Final” y “Toma lo que necesites”. Parecería una despedida, exponiendo su legado. Pero no. El viejo rocker por entonces ni se resignaba ni se entregaba. Y en 2022 edita el magnífico “Patient Number 9”, con 13 canciones y grandes invitados como Jeff Beck y Eric Clapton. Y con nombres tan explícitos como los del anterior álbum: “Inmortal”, “Parasite”, “No Escape From Now”, “Mr Darkness”, “Nothing Feels Right”, “Evil Shuffle”, “Degradation Rules”, “Dead and Gone” y “Darkside Blues”, entre otros.

Hace ya un par de años Ozzy anunció que padecía la enfermedad de Parkinson, y algunos creyeron que estaba anticipando su final. Sin embargo no abandonaba la pelea, pues estuvo preparando la concreción de la suspendida “No More Tours 2”. Su público lo esperaba. Por ello recobra relevancia que el citado documental finalizara con estas palabras de su protagonista: “¿Saben en qué momento me retiraré? Cuando pueda escucharlos poniendo clavos en mi ataúd. Y aun así, luego haré un fucking bis. Porque soy ´El príncipe de las tinieblas´”. Ese momento, el de su desaparición, no ha llegado, pero sí el de anunciar su retiro definitivo de los escenarios a partir de la cancelación de su promocionada gira europea. Esta vez no sólo el Parkinson sino también varias cirujías de columna que le provocaron dificultades motrices hicieron decidir ese final. Sin embargo, el destino le tendría reservado que apenas pocos días después de su anuncio su reciente álbum “Patient Number 9”, editado en septiembre pasado, lo hiciera acreedor de dos premios Grammy, uno al “Mejor Disco de Rock” y otro por la “Mejor Interpretación de Metal” por su provocativa canción “Degradation Rules”, en las que confiesa y describe alguna de sus compulsiones sexuales. No podía ser de otra manera. Un Ozzy Osbourne auténtico.

Con esta premiación y este reconocimiento hasta parece que el viejo Ozzy hubiera elegido este epílogo, esta última imagen. Y no es que así acaba de convertirse en leyenda. Ya lo era. Desde hace décadas. Con todo, con este personaje nunca puede saberse si realmente fue el final.

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