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Rock del reloj

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Por Ernesto Edwards /Filósofo y periodista @FILOROCKER

Un reloj marca cuánto tiempo se nos está escapando. Y el rock reflexiona sobre ello

Siempre entendimos que un reloj es aquel instrumento que puede medir el paso del tiempo de manera tal que nos permitirá permanentemente saber en qué momento del día nos encontramos, sea en horas, minutos o segundos. Y cuánto falta, para lo que sea. De todos modos, la preocupación o interés por conocer esa información va más allá de los formalismos y convenciones horarias. Es más filosófico, y pasa por la inquietud existencial por el paso del tiempo. Algo que viene sucediendo desde que el ser humano puede pensarse a sí mismo, y así descubrir y comprender que todo lo que nos sucede ocurre mientras el tiempo corre, y que no será demasiado, y mucho menos eterno. 

La tradición filosófica griega conceptualizó al tiempo como una forma de presencia perteneciente a la realidad fenoménica, siempre a punto de devenir y de ausentarse. Para Platón, el tiempo es la imagen móvil de la eternidad. Para Aristóteles, la medida del movimiento según el antes y el después. En la Patrística, para Agustín, es una gran paradoja, es un ahora, que no es, y que no puede detenerse. Y es un será que todavía no es. Y no tiene dimensión, porque cuando vamos a apresarlo se nos desvanece. Y aún así, yo sé lo que es el tiempo, pero lo sé sólo cuando no tengo que decirlo. Porque el alma es la verdadera medida del tiempo. El pasado es lo que se recuerda; el futuro, lo que se espera; el presente, aquello de lo que se está atento; pasado, futuro y presente son memoria, espera y atención. 

Inmanuel Kant, en su “Estética trascendental”, niega que el tiempo sea un concepto empírico derivado de la experiencia; debe ser una representación necesaria que subyace en todas nuestras intuiciones. Es una forma de intuición a priori; es una forma pura de la sensibilidad. 

En Hegel pareciera haber un primado del tiempo en la medida que lo haya del devenir, pero por otro lado, este tiempo es sólo el Espíritu en cuanto que se despliega, pues en sí mismo es intemporal o, mejor, eterno. Así, la temporalidad es una manifestación de la idea. 

Para Martin Heidegger, “Ser y tiempo” es una interpretación del ser del hombre en la dirección de la temporalidad, descubriéndose el tiempo como horizonte trascendental de la pregunta por el ser. La temporalidad del hombre se revela fundamentalmente ante la muerte y la preocupación, cuyo sentido es la temporalidad, ante cuya conciencia se manifiesta más nítidamente su finitud, su fragilidad, su precariedad, su limitación existencial; fronteras de cualquier proyecto de ser.

Luego de este breve recorrido por el pensamiento filosófico clásico podemos ir más allá apelando a este símbolo que es el reloj. Un instrumento tan antiguo como el deseo mismo de controlar el tiempo, de aprehenderlo, y de conocer qué está pasando en esos instantes inasibles que se nos escapan como agua entre los dedos.

Y que existe, con diferentes mecanismos, desde la más lejana Antigüedad, como reloj de arena, clepsidra y reloj de sol. Y con el reloj como despertador, como reloj pulsera, de bolsillo y despertador. Y primero analógico y luego digital.

También el reloj es señal de status. Dependerá del diseño, de sus materiales constitutivos, y -claro- de una marca que implique tradición y prestigio. Quizás algunos seamos de aquellos que decidieron cambiar el lujoso reloj de oro de nombre reconocido por un práctico smartwacht que nos permite, a través de numerosas aplicaciones, conocer temperatura ambiente y también corporal, pulsaciones cardíacas por minuto, kilocalorías consumidas, kilómetros recorridos en caminatas o carreras, enterarnos de todos los avisos de nuestras redes sociales, preguntarnos si nos hemos tropezado y caído, y si debe avisarle a alguno de nuestros contactos, y hasta saber si alguien está fibrilando. Y muchas cosas más. Un control verdaderamente extremo. Y quizás excesivo si lo único que nos importa de un reloj es que nos diga la hora. O simplemente que nos despierte en algún momento del día.

Para los que intentamos analizar e interpretar Objetos Culturales, los relojes que se derriten de Salvador Dalí(“La persistencia de la memoria”) siempre llamaron nuestra atención. Y alrededor del mundo somos muchos los que no dejamos de mirar, cada vez que pasamos por ahí, el londinense Big Ben como así también el Reloj Astronómico de Praga. Es que no pensamos sólo en la foto para nuestras redes. Simplemente esos relojes nos interpelan por ser testigos del paso del tiempo y del transcurso de la Historia.

El rock también tiene lo suyo, porque con “Rock Around the Clock”, que aunque los autores fueron Max Freedman y James Myers, en 1952, no fue hasta dos años después que Bill Haley & His Comets provocaron que el rock and roll se disparara comercialmente.

“Time”, de Pink Floyd, tenía ese enloquecedor inicio desbordante de alarmas de relojes antiguos. “Time Is Running Out”, de Muse, y el tiempo que se está acabando, mientras se quejan de la metafórica dictadura de los relojes: “Quiero libertad, pero estoy limitado. Traté de dejarte pero soy un adicto”.

“Clocks”, de Coldplay, y una dependencia obsesiva por controlar el paso del tiempo: “La confusión nunca termina. Paredes que se cierran y relojes que hacen tic-tac, van a volver y llevarte a casa”.

Desde la península ibérica hay bastante para contar. Tenemos “Con un latido del reloj”, de Extremoduro. El gijonés Nacho Vegas con “Reloj sin manecillas”. El mallorquino Luis Alberto Segura y “Stop The Clocks”, desde donde en 2009 pedía que se detuvieran los relojes para siempre. También del grupo rockero madrileño de los ´80 Nacha Pop, graban “Relojes en la oscuridad”, para decir “Hay una forma de parar el tiempo desordenando la evolución, y en la prehistoria encontrar esos ojos que no puedo olvidar. Porque bien confesaban su gran miedo: “No me da miedo lo que tú digas, ni esas historias del más allá. Sólo me asusta escuchar los relojes en la oscuridad”. Lo propio el cantautor rockero granadino José Ignacio Lapido con “Cuando por fin (Reloj de arena)”. Además, el grupo vizcaíno McEnroe, con “Relojero”. Lo mismo el madrileño Quique González y su “Reloj de plata”. No menos fueron los de la banda de Reinosa La Fuga con “Balada del despertador”. Enrique Bunbury creía que: “’Parasiempre’ me parece mucho tiempo. ¿’Parasiempre’? No hay nada ‘parasiempre’…”  Y por si todo fuera poco el poeta de Úbeda Joaquín Sabina se hace eterno con “Y Nos Dieron Las Diez”. 

Menciones especiales desde el rock nacional argentino con “El Reloj”, del álbum “El Reloj”, por el grupo de heavy metal El Reloj. Y la otra es “Reloj de Plastilina”, del gran Charly García, para decir: “Nadie pudo ver que el tiempo era una herida. Lástima nacer y no salir con vida. Yo quiero llorar. Reloj de plastilina, no existes más. Ya no te puedo esperar”.

Lo afirmaban los punks: no hay futuro. La muerte parece ser, finalmente, ese horizonte que le da sentido a la vida. Allí, despojados, cuando irremediablemente todo se termina. El Indio Solari, resignado a la finitud, se confiesa: “Voy aprendiendo a desaparecer. El tiempo se ríe de mí”. Porque parece inexorablemente cierta la sentencia bíblica de Ricardo Soulé: “Que todo tiene un tiempo bajo el sol”. Mientras tanto, Gustavo Cerati, que ya partió, supo interrogarse filosóficamente: “¿Cuánto falta? No lo sé. Si es muy tarde, no lo sé”.

Como cantaban Los Redondos: “Esto es efímero. Ahora efímero. Cómo corre el tiempo. Tic – tac efímero. Luces efímeras. Pero te creo… Al reloj lo del reloj. Y alrededor del reloj, tu estado de ánimo”.

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