Por Ernesto Edwards/Filósofo y periodista @FILOROCKER
Dos buenas películas nacionales encienden el debate sobre el funcionamiento de la justicia argentina
Un par de realizaciones cinematográficas argentinas con marcado contenido político, de reciente paso por las carteleras de nuestro país, e inspiradas en la realidad, acaban de ponerse a disposición de los respectivos abonados a dos plataformas virtuales. La primera es “La mujer de la fila”, ahora accesible en Netflix. La segunda es “Belén”, también ya disponible, esta vez en Prime. Entre ambas pueden advertirse ciertas coincidencias.
La primera en ser mencionada, “La mujer de la fila”, estelarizada por Natalia Oreiro (Montevideo, 1977), es un filme que recorre la vida de una madre de mediana edad que se enterará, inesperadamente, de que su hijo es acusado de participar en un robo del que está segura de que no cometió, y por el que será encarcelado en el penal de Ezeiza por el Servicio Penitenciario Federal, a la espera de ser juzgado.
La película tiene puntos a favor y puntos en contra. A favor, la denuncia de las condiciones deplorables no sólo de los presos sino de las pobres familias que padecen enormes humillaciones e incomodidades de todo tipo a la hora de las visitas. Fue un acierto que para esas escenas se seleccionara mayoría de mujeres de la vida real para llevarlas a cabo. Pero no lo fue el excesivo tono de romantización de la pobreza y de la delincuencia. Y tampoco la performance actoral de la Oreiro, quien más allá de su carisma nunca pudo dar el salto cualitativo para convertirse en gran intérprete. Su principal defecto es, en escenas puntuales, la sobreactuación, pero quizás en este caso pueda atribuirse a una falla de dirección.
Sí debe decirse que fue todo un hallazgo que para el final de la película, con los títulos cayendo, se escuchara a la propia Natalia Oreiro, acompañada por Ricardo Mollo en guitarra y coros, haciendo una despojada y exquisita versión de “Canción de las simples cosas”, para confesar que “Uno se despide, insensiblemente, de pequeñas cosas…” La misma composición que en su momento brillara en la voz de Mercedes Sosa y que luego se desluciera con Soledad Pastorutti.
“Belén”, la segunda película que dirige Dolores Fonzi (Buenos Aires, 1978), además de protagonizarla y ser la guionista, viene precedida de ciertas distinciones que anticipan tendrá un interesante recorrido por festivales y premiaciones, toda vez que ha sido reconocida en Donosti (Festival Internacional de Cine de San Sebastián) y seleccionada para representar a Argentina tanto en los Premios Oscar como en los Premios Goya de España.
Este filme de corte dramático, basado en el libro “Somos Belén”, en el que Fonzi está acompañada en los roles principales por Camila Pláate, Julieta Cardinali y Luis Machín, también está reconocidamente inspirado en una historia real y pone a consideración del público un tema que siempre fue delicado y sensible para la sociedad: el de la legalización del aborto en la Argentina.
Una joven mujer tucumana de 25 años descubre su avanzado estado de embarazo en una visita a la guardia de un hospital afectada por un agudo dolor abdominal. Tratada con desprecio por el médico y la enfermera de turno -con actitudes extremadamente irrespetuosas-, Julieta (luego “Belén”) va al baño, y tras demorarse en volver la irán a buscar, encontrándola con la entrepierna ensangrentada y un feto tirado en un inodoro. Y aunque el cuadro indicaría que lo que sucedió fue un aborto espontáneo, será acusada y por ello encarcelada a la espera de un juicio acusada de homicidio agravado por el vínculo, en el marco de un reprobable operativo policial que, incluso, pone en riesgo la vida de la paciente, además de exponerla desnuda y abierta de piernas frente a curiosos y desagradables agentes de seguridad.
Pongamos todo en contexto. Recién comenzada la década del 10, en 2014, el aborto aún era ilegal, salvo contados y excepcionales casos particulares. Tucumán, una provincia del interior marcadamente tradicionalista y conservadora, mayoritariamente de fe religiosa católica, reprueba y condena enfáticamente cualquier expresión a favor de la interrupción voluntaria del embarazo, considerando prácticamente en condición de asesina a quien se descubriera haciéndolo. No sólo la Iglesia persigue y prohíbe su práctica, también el sistema judicial, los medios de comunicación en general, las escuelas tanto públicas como privadas, y la mayor parte de la población, sin distinción de edades.
“Belén” será representada legalmente por una defensora pública que, a todas luces, no pone ningún empeño, ni siquiera para controlar que se están venciendo los plazos legales sin sentencia. Luego condenada a ocho años de prisión, ante ello la abogada Soledad Deza (Dolores Fonzi), quien con sus propias contradicciones internas y entre amenazas y presiones personales asumirá su representación, junto a un grupo de colaboradoras, buscando probar su inocencia. Para ello comprenderán la necesidad de implementar una estrategia mediática, tanto local como nacional, que posibilite una modificación favorable en la opinión pública y también el acercamiento y apoyo de grupos feministas.
Con acertado guión y una sólida y precisa dirección que le da fluidez a la narración, las convincentes actuaciones dan brillo a las típicas escenas tribunalicias, que la emparentan con “Argentina, 1985”. Con “Belén” Fonzi establece una especie de vínculo invisible con “Blondi”, su ópera prima acerca de la diversidad de maternidades.
El final de “Belén” tiene épica, y tras veintinueve meses encarcelada se conseguirá su absolución. Su historia, valientemente contada, logrará descorrer el velo social que cubría y ensombrecía con discriminación y criminalización la vida de las mujeres. Claro que ya se venía esa tremenda grieta que enfrentó a los grupos que se embanderaron tanto con pañuelos verdes como con pañuelos celestes. Unas a favor y otras en contra del aborto legal, con argumentos de diferente tenor, no siempre sólidos ni racionales.
Al igual que en “La mujer de la fila”, “Belén” acierta con la musicalización del cierre, cuando Mercedes Sosavuelve a conmover cantando “Cuando tenga la tierra, la tendrán los que luchan. Los maestros, los hacheros, los obreros… Cuando tenga la tierra formaré con los grillos una orquesta donde canten los que piensan”.
El cine, en este caso de contundente contenido político, es un recurso siempre válido a la hora de proponer y propiciar el debate que hace pensar y sacar conclusiones. Una de las grandes e incomparables funciones de cualquier objeto cultural.




